Llamo a Fito por teléfono a su celular, no lo conocía; luego de la presentación y con mi intención clara de difundir su trabajo la charla continuó de manera tal, que por momentos se pareció mucho a una charla con un amigo. Hablamos un poco de todo, aunque el fútbol se llevó un porcentaje alto de la cosa; Fito es muy hincha de Nacional y yo de Peñarol.
Quedamos en juntarnos, en Punta del Este en dónde vive hace ya unos años. Fito no usa whatsapp, de manera tal que los mensajes se sucedieron vía SMS. Un lunes se iba de viaje a Costa Rica con su familia, y entonces de manera algo abrupta me dice para vernos en el Bar Arocena, un domingo a las 12 del mediodía. Ambos llegamos con puntualidad inglesa, y Fito pareció jugar de local en aquel bar tan conocido por mí tiempo atrás; todos lo saludaban y abrazaban con mucho cariño.
La obra de Fito Sayago es omnipresente, todos la conocemos. Sus “Marinas” han logrado algo que es fácil o imposible; es parte de nuestro paisaje, ha logrado ser algo más que una obra de arte, algo así como un clásico. Hijo único, inquieto, muy hincha de Nacional -jugó allí al basquetbol en su juventud- y sospecho alguna vez soñó con meter un gol en el Estadio Centenario.
“La única vez que me llamaron, para algo positivo, desde la dirección de un instituto educativo en mi adolescencia fue para comunicar a mis padres al respecto de mi aparente talento y facilidad para dibujar. Yo vivía dibujando en todas las clases, probablemente a mi padre le hubiera gustado que me recibiera de Ingeniero Agrónomo, pero mi déficit atencional y mi pasión por el dibujo ganaron la pulseada. Jugué al basquetball en Nacional hasta mi primera exposición en Punta del Este en el hoy Museo Didáctico Artiguista… Desde entonces lo mío fue pintar”
Destaca la figura del artista plástico y profesor de Sayago en el Instituto Crandon José Arditti, quien ofició de maestro y padre artístico de Fito. El talento debió llamar la atención de Arditti, y desde su lugar como profesor de dibujo en el instituto al que asistía Sayago se involucró y asistió de manera extraordinaria a su joven aprendiz. Así sucedieron los años en su juventud, adolescencia y paso a la adultez; radicado con su familia en el centro y dibujando siempre… Con José Arditti como maestro y un sinfín de aventuras con artistas de aquella época; Sayago es una persona social. Para el año 1990, luego de ganar una importante beca, Sayago estudió arte durante un año en la ciudad de Los Ángeles en Estados Unidos. Naturalmente esta fue una experiencia muy enriquecedora, sus horizontes se ampliaron. Hasta entonces sus obras ya se encontraban en distintas galerías de nuestro país y Sayago lo hacía todo: bastidores, preparaba telas, trasladaba las obras y claro está, trabajaba mucho. “Que la suerte te encuentre trabajando”, es una frase que se le adjudica a Picasso. No sé si llamarle suerte, o destino; el caso es que a finales de los noventa una comisión de japoneses hospedados en el clásico hotel Radisson Victoria Plaza se vieron seriamente atraídos por las obras de arte que allí comulgaban con los ambientes del hotel: eran obras de Enrique Medina y Fito Sayago.
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Redacción Juanchi Flores
Fotografía e imágenes Fito Sayago