El hijo pródigo

La parábola del hijo pródigo, nombre popular que describe a una de las parábolas que recoge el Nuevo Testamento (Lucas, capítulo 15, versículos del 11-32) integra junto con la parábola de la oveja perdida y la de la moneda perdida, la trilogía que recibe la denominación tradicional de las parábolas de la alegría. La del hijo pródigo celebra en particular, el regreso del hijo perdido, ausente. Y es el caso del compatriota Daniel Orson Ybarra que luego de casi cuarenta años de vivir en Europa regresa, parcialmente en principio, a la tierra que lo vio nacer.  Llega grande, con una carrera profesional consolidada que lo ubica como integrante de la selecta pléyade de artistas plásticos contemporáneos que pululan en ese firmamento tan delicado y complejo. Llega para compartir su peripecia, ese largo camino que le ha permitido recorrer el mundo y crecer a partir de la sólida formación familiar y educativa que recibiera en Uruguay y luego potenciara notablemente en ese mundo que era importante conocer.

Ya en su infancia experimentaba una gran curiosidad por todo. En la adolescencia aquella curiosidad fue en aumento y las consecuencias se manifestaron pronto, a los 18 años decidió vivir un año sabático que destinaría a viajar y ese viaje lo demoró ocho años.  «Ya que estamos en este mundo, al menos conocerlo…», les dijo a sus padres poco antes de partir.

La experiencia de esos años en los que el mundo se reveló ante el alma inquieta y voraz de un joven inquisidor marcó definitivamente su vida instalando en él ese carácter nómade que hoy lo define y haciendo germinar la semilla del desasosiego territorial. Su regreso a Montevideo resultó apenas una escala y dos meses después partió para continuar deambulando por los más dispares lugares del planeta hasta recalar en la ciudad de Ginebra, donde luego conocerá a Isabelle, con quien contraerá matrimonio y tendrá tres hijos.

A lo largo de este interminable viaje, en medio del que aún vive siguiendo su periplo de exposiciones y conferencias, aunque ya establecido en Suiza, su taller en Ginebra pronto encontró alternativamente pares en Barcelona, París, Oslo, Málaga, Valencia y ahora, en Montevideo.

Creo que regresar a casa significa algo así como cerrar el broche de aquel viaje iniciado a mis dieciocho años, hacer una especie de inventario, de evaluación de este. Comenzar a recuperar los momentos significativos, las anécdotas, componer con todo ello una memoria… Tal vez tome forma de libro y así compartir la experiencia con mis amigos, mis hijos y un día también para mis nietos.

El regreso de Daniel Orson Ybarra al Uruguay está signado por la ventura de una vida plena e intensa, vivida con las ganas y la ansiedad de un chico y la capacidad de análisis y procesamiento de una persona mayor. Llega precedido por la presentación de su libro ALLEGRA Procesos Creativos, escrito juntamente con Patricia Bentancur y Silvana Solivella y editado por Pre-textos.

La lectura de su libro, en la página 32, nos revela mucho acerca de la obra plástica de Daniel Orson Ybarra cuando Manuel Borras, director de la editorial a cargo del libro, señala citando directamente a nuestro autor, “desde pequeño, mi familia me enseñó a respetar al prójimo y la naturaleza, enseñanzas que acepté desde la lógica y la empatía, el mundo es mi amigo, amo la vida y la naturaleza”.  El artista, continúa Borras, por mucho que haya querido falsear una modernidad ortopédica, siempre que hace algo lo hace para alguien, pensando en alguien. Mi querido y añorado amigo, el pintor granadino José Guerrero me decía: yo cuando comienzo un cuadro lo inicio como escribiendo una carta a un ser amado. Creo que ese supuso el punto de partida en la obra de mi amigo Daniel Orson, no puede haber sido de otra manera cuando se le enseñó, desde que era un niño, a amar al prójimo y a la naturaleza. Nada como su obra para decirnos hasta qué punto es un apasionado de la vida. Por ello, este ha sido el tema principal de su creación, junto con la naturaleza.

Encuentra la nota completa en Revista ayd #306

Redacción Diego Flores

Fotografía Daniel Orson Ybarra

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