Un martes cualquiera, de casualidad, me cruzo en el hall de un hotel con algo distinto a todo lo que antes había visto; en mis pies y a mi alrededor unas pantallas transmitían unas imágenes muy poderosas en secuencias interminables de algo que desde el primer instante interpreté como único. Al caminar descubro una línea horizontal de pantallas sobre la pared lateral con lo mismo: imágenes que me atrapaban. Al consultar en la recepción del hotel, me responden con alegría que toda aquella locura se trataba de la obra de un cineasta argentino: “se llama Juan Solanas, no hay turista o visitante de nuestro hotel que no se saque una foto con su obra”, antes de siquiera de repreguntar, otra persona que trabajaba en el hotel acota: “son obras de arte, Juan es el hijo de Pino Solanas y además de cineasta es un artista”.
La dirección era sencilla, en una zona muy linda de Montevideo que conozco muy bien, pero por algún motivo me pierdo y no logro dar con la casa. Luego de avisar mi desventura, diviso a lo lejos una figura humana que me saluda a la distancia como lo haría un amigo, era Juan Solanas. Él y su mujer, Paula, son argentinos y eligieron vivir en Uruguay hace ya cuatro años; me invitan a pasar, y tanto Juan como Paula tienen ese no sé qué porteño, cálido y abierto, que a veces nos cuesta tanto a los uruguayos. Me siento con Juan a charlar en la mesa del comedor, con un café ya servido y unas galletitas de chocolate caseras muy ricas.
—¿Cómo arrancaste en el mundo del cine?
— El cine es una mezcla de arte, de industria, de business, un poco de todo. Yo quería ser astrofísico, después, de adolescente, me topé con la guitarra y con la fotografía. Estudié Historia del Arte y también hice un año y medio de Matemáticas Física; dudaba… Al cumplir los once años mi familia tuvo que exiliarse en Francia, mi padre estaba en la primera lista de gente que iban a matar en la Argentina, y el mismo día que le advierten el peligro abandonamos Buenos Aires. Papá es un creador del cine militante: La hora de los hornos y La batalla de Argelia son dos íconos del cine de liberación. Pino, mi padre, siempre militó desde su arte y asumió las consecuencias. Cuando finalizaba el rodaje de El viaje, en los años noventa, fue víctima de un atentado, seis balas en la pierna. Ahí dijo: “si es así, voy con todo”. Desde entonces participa de manera activa en la política argentina. Fue diputado, senador, actualmente lo es, y todo esto además de llevar adelante una carrera muy destacada como cineasta. Mi viejo lo conoció mucho a Perón, muchísimo, ¿quién le va a hablar a él de Perón? Y bueno, vivimos momentos muy duros, de mucha angustia. Y un día, en medio de todo aquello, yo, chico, mandé a revelar unas fotos que había sacado sin saber mucho por qué y fue muy lindo eso que vi cuando me entregaron las fotos reveladas, fue como una revelación de todo eso feo que se estaba viviendo… No creo en la felicidad, pero eso me pegó mucho de chico, y así empecé de a poco a sacar fotos, sin saber qué iba a hacer con eso; quería ser físico y tal vez por eso la técnica siempre me resultó algo fácil. A los 19 años trabajaba como asistente de fotografías para un profesional francés —me pagaban muy bien — al mismo tiempo estudiaba física en la Facultad. Así, desdoblado, viví un tiempo, hasta que en determinado momento decidí escribir y producir un cortometraje. Cuatro años dediqué a la temeraria empresa de producir un corto de 17 minutos de duración. Y en realidad fue todo muy espontáneo. No tenía experiencia y, peor que eso, no tenía preocupación alguna al respecto. Simplemente me lancé a imaginar, escribir y luego a rodar. Fueron años muy intensos y de ensimismamiento.
— Ese corto, El hombre sin cabeza, fue muy premiado, ganó un premio en el festival de Cannes.
— Bueno, debo contarte que cuando lo produje y realicé no tenía mucha idea de qué sucedería después. Se trataba de hacer. No tenía idea de que Cannes era el destino natural para este tipo de experiencias. Mucho menos que había concursos y que mi trabajo podía participar. En todo caso, enterado, decidí presentarlo. Estaba pronto y había dedicado cuatro años de mi vida a ese trabajo. Cuando averiguo, me entero que las piezas debían tener un máximo de 15 minutos de duración. La mía tenía 17. Y no pensé mucho, llené la ficha declarando que tenía quince minutos y lo despaché por correo. Cortar dos minutos era imposible, decidí no tocar mi trabajo. La pieza gustó, pese a que técnicamente no cumplía con la duración máxima establecida en el concurso. Les gustó y participó. Hasta el día de hoy es el corto francés que más premios ganó en la historia, algo así como un fenómeno. Un director, así como un artista vive el tiempo de una manera particular. Una vez que la obra está terminada es pasado. Con las películas ni qué hablar, a veces se estrenan uno o dos años después de que se terminan y ya estás viviendo otra aventura, procesando otra historia. Lo de Cannes fue vertiginoso, pero no tuve tiempo ni para celebrar. Meses después ya estaba preparando mi primer largometraje. Ciertamente que tu trabajo sea reconocido es importante y gratifica. Pero ¿sabes? No es el motor que me moviliza y en realidad me importa poco. No somos millonarios, el tema no pasa por lo económico. No vivo de rentas y la historia de mi padre es similar. Abandonó escapado Buenos Aires en 1977 con dinero prestado. Pero nunca transamos con nada. Para bien o para mal defendemos ideas, principios y trabajo. Seguramente he tomado decisiones equivocadas, no lo sé, pero los proyectos en que trabajo son como hijos. Y los premios son algo raro. Cannes no me cambió mucho en relación a cómo veía entonces mi trabajo. Y ahora, que he caminado un poco más, tampoco. Siempre duermo tranquilo y feliz con lo que he hecho.
—¿Cómo es la experiencia de ganar un premio así?
Fue terrible para mí la experiencia de ganar en el festival de Cannes, ¡el premio me lo entregó Kusturica! La cosa fue así: Cannes te pide que te quedes, y nadie se queda los seis días, sale caro. Si tu película se muestra la primera semana, a veces te llaman para que vuelvas y entonces vos sospechás algo, y yo sospechaba que algo pasaba con el corto, porque me dijeron que me quedara y me puse muy nervioso. No sabía como era el protocolo, nada; por las dudas, pregunté cómo era la cosa y entonces me dicen: “quedate tranquilo porque lo de los cortos es al final de la premiación, mirá cómo es y si ganás, ya sabés”. Así las cosas, me instalo en aquel edificio que era un teatro fantástico, trato de mirar y de repente, el primer premio que entregan es mi corto… ¡Me quería morir, no sabía qué hacer! Me paré con pánico, no sabía ni qué decir —aún hoy no tengo idea de qué fue lo que dije— y cuando me voy, después de hablar, me perdí, y para colmo, me cruzo con Sting, que me felicita… y fue así. Después, el corto empezó a ir de festival en festival y ganó un montón de premios, pero yo no podía ir, estaba en otra cosa. Después sí, en Francia, —yo vivía ahí—, el premio César es como el Oscar, y ahí sí era altamente probable que ganara porque ya había tenido cierto ruido. Yo ahí ya estaba en otra, filmando Nordeste, mi primer largometraje.
—Nordeste, tu primer largometraje, se edita en el año 2005. Es una película que toca un tema muy delicado.
Sí, es una historia muy dura que trata el tema del tráfico de bebes en la Argentina. Cuando decidí abordar el tema dediqué un año de mi vida a investigar y a medida que más profundizaba más dura era la realidad que enfrentaba. Recuerdo que en una gira, eligiendo locaciones para filmar, llegamos a Formosa y simplemente por estar allí, de paso, vimos cómo se comercializaban los bebes. Parejas extranjeras que llegaban a elegir y comprar. La negación es un dato humano, en aquellos años todo el mundo negaba el tema y yo no podía creerlo. Desde mi lugar, lo que puedo hacer es contar, mostrar, exhibir. Y entonces entiendo que es una obligación hacer lo que hago. Con la película pronta, en la Argentina me califican la película para mayores de 16 años. ¡Que bronca! Para ese entonces ya había invertido mucho dinero en promoción y me importaba mucho que la historia fuera vista por niñas. El proceso de creación del guión, para mí lo más importante, me llevó un año. Un año de entrevistar víctimas, testigos, de acceder a historias de vida increíbles. Luego del rodaje y la postproducción ya no se trata solo de una película, estás contando algo que decididamente te importa, una historia que de alguna manera viviste. Me molestó que calificaran el film para mayores de 16 años. Decidí suspender el estreno y apelar la calificación, esa decisión me costó mucho dinero. Pero debía mantenerme en la idea de que esa historia debía llegar directamente a las niñas. Y gané, fue calificada para mayores de 13 años. Nordeste cuenta una historia árida y muy dura, pero que es necesario conocer. Muchos críticos se ensañaron con la película y afirmaban que era todo ficción, mentira. Afirmaban que eso no sucedía en Argentina. Pérez Esquivel (premio Nobel a la Paz), me mandó una carta muy linda diciéndome que era la primera vez que él veía que alguien contara eso tan grave que pasaba en nuestro país. La Argentina era y es un país muy golpeado, pero en aquel entonces la sociedad argentina venía de diez años de Ménem y de una situación económica y social muy complicada. En esa película yo quería ser lo más fiel posible a la realidad. Desde el vamos tenía claro que no estaba trabajando en una producción comercial. En Francia fue vista por 90 mil espectadores. Una de las escenas más fuertes de la película es la de un aborto. Seguramente de no haberla incluido la crítica hubiese sido otra. Pero no buscaba complacer, sino denunciar, exhibir, señalar. En Nordeste la mitad de los actores no lo son, los papeles importantes son interpretados por gente común que se interpreta a sí misma. Una joven prostituta que estaba embarazada y decide abortar, registramos todo para la película.
—Upside Down.
Trabajé siete años en esa producción. La idea nació en Rocha y teoricé una tecnología para poder realizarla. Esto es, debí inventar el modo de grabarla., algo parecido a lo que hice con la serie artística Gauchología. Lo que yo quería hacer no existía, con lo cual debí inventar el cómo hacerla. La tecnología es una herramienta y es para eso. Fue increíble lo que pasó con esa producción. El tema del tiempo. Es frustrante. Como artesano, hacedor, me resulta imposible dedicarle mucho tiempo a un tema, una investigación. El cine no te permite eso, es avaro con el tiempo, y yo me reconozco como un hombre visual, pienso en imágenes. Tanto así que, por ejemplo, no puedo conducir ni automóviles ni motos. Solo veo imágenes. Y al mismo tiempo soy terco, tenaz. No pienso en las consecuencias y cuando me dicen que algo no se puede hacer, que es imposible, me resisto.
—Gauchología, el gaucho… ¿cómo nace todo eso?
Mi abuela Becky era todo un personaje, vivía en el campo y era salvaje: jugaba con víboras… Su abuelo era un hacendado importante y muere en su propiedad, una propiedad tan grande que estaba a un día de caballo del pueblo. El abuelo de Becky, luego del altercado con uno de los peones, acuchillado, supo que iba a morir y que no llegaría al pueblo y decide morir en su cama. Muere desangrado en su cama. Mi abuela tenía ocho años y escuchaba todo lo que su abuelo le decía a su madre mientras moría: “este debe tanta plata”, “hay que hacer esto o lo otro”… La agonía duró tal vez unas veinte horas. Mi abuela fijó en su memoria las instrucciones que su abuelo indicaba, fríamente, para que su hija procediera después de su muerte. ¡Qué historia! Mi abuela siempre me contaba historias y anécdotas que involucraban a gauchos buenos y gauchos malos. Que referían a su época, y a mí siempre me fascinaron. La figura del gaucho me dice mucho y me resulta atrapante y, por supuesto, digna para rescatar y mantener en valor. Me enloquece todo eso, y parte de nuestro regreso al Río de la Plata, yo quería que mis hijos crecieran acá, tuvo que ver con esas historias y la necesidad de mantener vivas esas historias y que mis hijos las vivieran a su manera. Y así nació la serie que llamé así, Gauchología. El proceso de realización, para contar esas historias es singular y complejo. La imagen, libre, en movimiento… Lo hago todo yo y me lleva mucho tiempo hacerlo. Filmo los elementos, los gauchos, el cielo, las hormigas, todo… busco un decorado, filmo y después edito todo eso, y queda lo que queda; las imágenes libres con secuencias y sonidos… son imágenes muy complejas que termino de fabricar con la edición. Es incalculable la cantidad de horas que le dedico, porque uno trata de hacer lo mejor posible, y eso lleva mucho tiempo.
Imágenes Juan Solanas
Fotografías Juan Solanas y José Pampín