El arte como eje. Gabriela Pallares en Villa Biarritz

Desde el primer vistazo, el departamento frente al parque Villa Biarritz mostraba un potencial innegable. Su ubicación privilegiada y las vistas despejadas contrastaban con un interior que había quedado anclado en otra época. La compartimentación excesiva de los ambientes, los materiales envejecidos y una distribución que no respondía a las necesidades contemporáneas exigían mucho más que una simple actualización: el desafío era abordar una reforma integral que transformara completamente la espacialidad, sin perder el carácter original.

Con esta premisa, la diseñadora Gabriela Pallares tomó las riendas del proyecto con una visión clara: abrir los espacios, potenciar la luz natural, seleccionar materiales que equilibraran lo antiguo y lo nuevo, y convertir el arte en el eje narrativo del diseño interior. Desde el inicio, el trabajo con los propietarios reveló dos elementos clave: su inclinación por el arte contemporáneo local y su gusto por piezas de mobiliario con carácter, combinadas dentro de una estética elegante y sofisticada.

El primer gran cambio fue estructural. Para lograr una planta más fluida y conectada, se eliminaron tabiques interiores que antes limitaban la percepción del espacio. Esto permitió integrar visualmente el living, el comedor, el estar, el escritorio y la cocina, articulando la distribución con elementos estratégicos como tabiques de vidrio, que preservan cierta independencia sin restar luminosidad. A la par de estas modificaciones, se respetaron y restauraron elementos arquitectónicos de valor, como los pisos de madera noble y las molduras originales en aberturas y cielorrasos, logrando un diálogo equilibrado entre el legado del edificio y su nueva identidad.

Sin embargo, si hay un aspecto que define esta intervención es la forma en que el arte se convirtió en un protagonista absoluto. Luego de la reforma estructural, se inició un proceso de curaduría intensivo, recorriendo talleres y galerías en busca de piezas que no solo enriquecieran el espacio, sino que funcionaran como un hilo conductor visual y conceptual. Así, la vivienda se pobló de obras que establecen un diálogo con la arquitectura y la decoración, reforzando su carácter único.

Nada más flanquear el acceso, el impacto es inmediato: una obra de María Freire recibe a los visitantes, acompañada por una alfombra en tonos vibrantes y carpintería de hierro y vidrio que enmarca la zona del escritorio y la cocina. En el comedor, un lienzo de gran escala de Marcelo Legrand domina la escena, funcionando como punto de anclaje para un mobiliario que combina sillas de líneas más corporativas con una mesa neutra de madera laqueada. En el estar, una acuarela imponente de Álvaro Castagnet del Palacio Salvo cobra protagonismo, mientras que piezas de Diego Donner, Bruno Widmann, Sergio Cruz y Molinas alternan con fotografías de Diego Velazco, creando una cadencia entre abstracción y figuración.

El mobiliario y la iluminación fueron concebidos en la misma línea. En el living, ubicado frente a un gran bow window facetado, las mesas circulares independientes permiten múltiples configuraciones, generando dinamismo en el espacio. La cocina, antes un conjunto fragmentado de pequeñas áreas, se convirtió en un sector amplio y funcional, donde el diseño contemporáneo convive con una iluminación meticulosamente planificada.

La luz, de hecho, es otro de los elementos claves de la reforma. Se trabajó en diferentes niveles lumínicos para acentuar la atmósfera de cada ambiente: rieles con spots de haces concentrados definen los volúmenes y resaltan las obras de arte, lámparas con pantallas aportan calidez en zonas de descanso y lectura, y un tercer nivel lumínico baña estratégicamente algunas plantas, proyectando sombras en el techo y generando una profundidad envolvente.

El resultado final es un interiorismo totalmente repensado, donde la planificación meticulosa, el color en gamas vibrantes pero sofisticadas y la selección artística consolidan una identidad poderosa. Cada obra, cada mueble y cada fuente de luz fueron pensados como parte de una narrativa cohesiva que no solo refleja la personalidad de los propietarios, sino que redefine la relación entre arquitectura, diseño y arte en un todo indisoluble.

Empresas como esta, donde la misma dirección abarca desde la reforma constructiva hasta el equipamiento y la ambientación, exigen tiempo, visión y un alto grado de coordinación. Pero también permiten un viaje de exploración creativa que va más allá de lo convencional. En este caso, el trabajo de Gabriela Pallares logró no solo transformar un departamento en una residencia contemporánea y vibrante, sino elevar el arte a su máxima expresión como elemento estructurante del espacio, convirtiéndolo en un interlocutor cotidiano y en una declaración estética de gran impacto.

Fotografía: Chino Pazos

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