Como un ejercicio expresivo que logra la interacción plena con la vitalidad del paisaje donde interviene, la casa diseñada por el arquitecto Diego Montero destaca de manera singular y propone formas que mucho tienen que ver con la arquitectura original de nuestro territorio y de manera muy puntual con el fantástico escenario de los humedales en La Coronilla, que bien podemos definir como un sector del paraíso que se cuela entre nosotros.
La casa fue planteada como una construcción relativamente económica para ubicar en este terreno que los propietarios no valoraban mucho ya que esta ubicado sobre la ruta, me gustó mucho en cuanto me lo presentaron ya que contaba con un tajamar y pensé que a partir de ese espejo de agua podíamos generar algo interesante, como finalmente sucedió, nos comenta el autor. Además de inmediato asumí que era la oportunidad ideal para generar una intervención con una fuerte impronta local, entonces la idea de las bóvedas emergió naturalmente, son formas tradicionales del territorio y tienen mucho que ver con nuestra historia.
Zona de humedales, la fracción de campo sobre la que debía intervenir Diego Montero estaba señalada por la fuerte presencia del agua, un gran tajamar ordenaba y señalaba ubicaciones y emociones claras y muy fuertes. A las cubiertas abovedadas le acompañaron grandes arcos para enmarcar las aberturas. Y pronto los volúmenes comenzaron a delinear la figura de un barco. Los arcos generan la imagen del puente de un barco, una estructura que sobresale por sobre las bóvedas. Esa torre de policarbonato contiene al espacio destinado a la cocina. En su parte superior van los equipos de aire, en un nivel intermedio va la parte interior de los equipos, los conductos que van en los techos y debajo la cocina. Al momento de imaginar las formas, Diego Montero ya tenía clara la intención de generar una huerta vertical dentro de la cocina. Poder sacar los tomates, pienso en un cultivo hidropónico, que se puedan tener en la cocina misma. Así todo va teniendo más sentido, mezclamos el interior con el exterior, un invernadero dentro de la casa, algo así como un paso más que deja atrás la simple sensación de integración, para generar algo más profundo…
La materialidad establece el sentido de las formas, este dato que en las obras de Diego Montero es singularmente elocuente, en esta casa adquiere una dimensión distinta. La casa es toda de hormigón y apela al encofrado fenólico para los techos que todos han quedado expuestos, sin revoque. Lo mismo sucede con las columnas, los pavimentos que fueron reglados y después pulidos con pulidora de hidráulicos o son monolíticos, para lograr que el hormigón del contrapiso se convierta en pavimento final. En el interior el pulido fue profundo, para que alcanzara brillo mientras que, en el exterior apenas superficial, de modo tal que mantuviera la porosidad necesaria para atender otra demanda de adherencia con el tránsito.
La obra se integra a partir de dos bóvedas unidas por un gran vestíbulo de entrada que es plano y pasa por frente a la cocina señalada con una gran torre de policarbonato con estructura de hierro. En mi proyecto original toda la construcción era en madera, lo que en realidad me parece hubiera sido la manera honesta de construir, pero el constructor insistió en trabajar con mampostería con lo que debí conformarme con revestir los muros exteriores con lapacho mixto, que es una variedad de lapacho más económico.
La idea de las curvas ligeras de los techos se repite en las aberturas, enmarcadas con grandes arcos que recrean aquella línea lánguida que envuelve. La idea era repetir el concepto de cueva, esa sensación que nos da la casa que es como bastante abrigada, parte un poco del aburrimiento de los techos planos.
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Redacción Diego Flores
Fotografía Estudio M+ Diego Montero