Luego de triunfar en la Argentina y conquistar Latinoamérica decidió instalarse en Nueva York. Y entonces, la gran manzana se rindió ante su talento. Aquí en la comarca se lo mira con admiración y también con algo de recelo. De su mano nacieron las líneas que definen el proyecto del Aeropuerto Internacional de Carrasco, obra que no deja de ganar premios internacionales y recibir menciones en los más alejados puntos del planeta. También de sus manos nacieron las líneas circulares del Puente sobre la Laguna Garzón, el edificio Acqua, en la Playa Brava, y ahora nos conmueve con su primera torre en Montevideo, ocupando el corazón del Barrio Sur, que será entregada el mes de marzo. Mientras en algún cajón ministerial duermen las plantas y cortes de su proyecto para recuperar la Estación Central General Artigas —AFE— discutimos a propósito de su proyecto para los predios que conforman la propiedad del ex hotel San Rafael, en Punta del Este. Conversar con Rafael Viñoly supone la posibilidad de escuchar la voz del mundo que hace y no se detiene.
El camino al Cerro Eguzquiza es encantador. La arboleda que establece el perímetro para un camino que resulta angosto, nos recuerda mucho las rutas de la Toscana. Este camino terciario, que en este tramo une La Barra con San Carlos, que corre parejo junto a la Cuchilla Alta (Sierra de Carapé), ofrece un recorrido sinuoso que resulta particularmente rico en vistas. Avanzamos con entusiasmo y atentos a las expresas indicaciones que Román Viñoly nos precisó. Buscamos una pequeña entrada con señas muy particulares. Estamos arribando treinta minutos tarde, calculamos mal el tiempo o sencillamente nos entretuvimos con un paseo fantástico, a lo largo del cual, de alguna forma, iniciamos la entrevista al comenzar a recibir respuestas.
Nuestra cita es con el arquitecto Rafael Viñoly, que nos recibirá en su nueva casa en Uruguay y mien tras con mucha calma digerimos los kilómetros de ruta, percibimos el contraste del paisaje que atra vesamos con el de Buenos Aires, Londres, Nueva York, Abu Dabi y otras ciudades en las que la obra de Viñoly destaca y la vida del autor transcurre. Allí encontramos el primer dato, la primera respuesta.
La casa no se divisa desde la ruta y para llegar es necesario recorrer un camino que desemboca fren te a una gran estructura que llama la atención por su escala. En la puerta nos recibe Román, con Fanny en brazos, y con su esposa, Suwattana. Una vez dentro de la casa, aquella sensación de portento arquitectónico que trasmite el edificio se diluye y la sensación de contención y humanidad es potente. Rápidamente Román nos conduce hacia el estudio de Viñoly, al tiempo que nos promete para más tarde una recorrida por las instalaciones del edificio. En el camino comenzamos a escuchar un piano que emite notas lánguidas, es Debussy. Y no es un disco o la radio. Si el primer dato del que tomamos nota surgió en el camino y se relacionó con el lugar escogido por el arquitecto para su casa en Uruguay, el segundo nos llega con igual naturalidad, desde su pasión por el piano y la interpretación musical. “Rafael está con el piano en la sala contigua, en unos minutos está con ustedes”, nos indica Román.
La idea de entrevistar a Rafael Viñoly surgió meses atrás cuando planificábamos el final del año. La torre que están construyendo en la Plaza Alemania llamó nuestra atención y la idea de que Montevideo cuente con una obra de este top five de la arquitectura mundial nos animó. Luego se desplegó el tema del hotel San Rafael y, de alguna forma, su propuesta para el emblemático lugar nos decidió.
Programar el encuentro resultó más fácil de lo imaginado. Contactamos a su hijo, Román, en Nueva York y luego de conversar animadamente con quien atiende los diversos aspectos administrativos y comerciales de uno de los estudios de arquitectura más importantes de los Estados Unidos, el encuentro quedó marcado para un martes a la mañana. Y allí acudimos con José Pampín, Juan Diego y Martín.
La casa, que aún no hemos recorrido, nos enseña más acerca de su habitante. Allí viven, cuando recalan en el país, el arquitecto y su esposa, Diana Braguinsky; también el hijo de ambos, Román, junto a su esposa y su encantadora hija, y las dos hijas de Diana, hermanas de Román. El techo de la casa está revestido de madera dura y clara. Una ligera curvatura es responsable de esa sensación particular de contención que experimentamos. Los ambientes que recorremos, el living principal, el comedor principal, están todos abiertos hacia el campo, con vistas increíbles. Son espacios amplios que contienen. El equipamiento es moderno y por momentos contemporáneo, compuesto por piezas de autor. La luz es difusa y se irradia a nivel de piso y mesas. Los tonos pastel conjugan una paleta que se apoya en las vetas de la madera que reviste pavimentos y techo.
Con resignación respetamos la decisión de los habitantes y no publicaremos imágenes de la casa. No perdemos la esperanza de poder hacerlo más adelante, ya que la casa toda es un ejercicio de diseño donde el talento de su autor maravilla, enseñando que la escala no es la única herramienta.
Al hablar de arquitectura, su nombre figura entre los más importantes del mundo. Por talento, trayectoria y mérito propio, es una personalidad que nos honra cada vez que en el mundo se presenta como uruguayo. Y esa actitud que denota un fuerte sentimiento de pertenencia, se debe esencialmente al reconocimiento de raíces culturales tan fuertes que trascienden una historia de vida que se ha nutrido de otros escenarios y otras circunstancias.
En los últimos meses ha participado activamente de la escena social y cultural al presentar su proyecto para la recuperación, remodelación y construcción de un nuevo escenario para el ex hotel San Rafael.
La historia de Rafael Viñoly es la de un hombre que ha resignificado el concepto del éxito para ubicarse profesionalmente en los más altos niveles de la consideración mundial. Como en una novela, su peripecia de vida lo ha llevado a doblar todas las apuestas, generando así hitos culturales en Nueva York y en Tokyo, en Abu Dabi y en Korea, también en Argentina y en Uruguay. En el que tal vez pueda considerarse su nivel profesional más alto, regresa al país para aportar lo suyo. Si bien no faltan las voces disonantes que todo lo cuestionan y revisan, sobran las que valoran lo que significa contar con un autor de arquitectura que figura en tal alto nivel de reconocimiento.
Rafael Viñoly nació el primer día del mes de junio del año 1944, en Montevideo. En Pocitos. A los cuatro años su familia se instala en la ciudad de Buenos Aires, donde crecerá humana y profesionalmente. Egresado de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la uba, integra el estudio de Manteola, Petchersky, Sánchez Gómez, Santos y Solsona, en el cual trabajará, con aportes excepcionales, durante tres años. En el año 1979 emigra hacia los Estados Unidos de Norteamérica, donde primero se dedicó a la enseñanza en la Universidad de Harvard y luego, a partir del año 1982, funda su propio estudio en la ciudad de Nueva York. El año 1989 marca uno de los momentos estelares en la carrera profesional de Viñoly. Es entonces que gana el concurso de anteproyectos del Foro Internacional de Tokio. Esta obra, construida en el año 1996 le valió una reputación internacional como autor de grandes proyectos cívicos y aceleró el desarrollo de su práctica profesional. En el año 2003 participó como finalista en el concurso Ground Zero de Nueva York y sus ideas arquitectónicas y urbanas alcanzaron una difusión increíble que acrecentaron la por entonces ya consolidada fama profesional. Actualmente su estudio, Rafael Viñoly Architects, tiene su sede en la ciudad de Nueva York y cuenta con oficinas en Londres, Palo Alto, Manchester, Chicago, Buenos Aires y Abu Dabi. Su obra, en base a concursos y éxitos que se suceden sin solución de continuidad, se ha desarrollado tanto en el país del norte como en Europa y Oriente. En la última década su estudio fue considerado como el más importante en la ciudad de Nueva York. En Uruguay ha proyectado el Aeropuerto Internacional de Carrasco, obra por la que continúa recibiendo premios internacionales, el edificio Acqua en Punta del Este, el puente sobre la Laguna Garzón y actualmente se construye una torre de su autoría en la Plaza Alemania en el Barrio Sur de Montevideo. Con su proyecto para el predio que ocupa el hotel San Rafael en Punta del Este ha despertado polémica y cuestionamiento. Queda pendiente su proyecto para la recuperación del edificio y predio de la Estación General Artigas de Montevideo (edificio de AFE) y su clara vocación de aportar al paisaje uruguayo con otros proyectos.
El paisaje que rodea la casa subyuga y nos llega como una estampa de la Toscana. La casa se arquea insinuando el comienzo de una gran circunferencia y se vuelca plenamente hacia un campo ordenado y contundente en su afirmación natural. Distintos tonos de verde despuntan aquí y allá, enmarcando un jardín que se insinúa tímidamente, con olivos más allá, senderos por aquí, una valla de eucaliptos que nos separa de un horizonte vital y pleno, detrás del cual, por momentos, tenemos el océano.
La música se detiene y entonces ingresa a la sala un hombre jovial y dinámico. Viste jeans y camina descalzo. Carga con tres pares de lentes para lectura y uno para el sol. Su sonrisa es franca, sus gestos amables. Y resulta imposible asignarle edad. Su mirada es como un scanner, inquieto y sigiloso y su rostro trasmite seguridad. Mirada inquieta, sonrisa perenne, pelo blanco y cortado para no ser peinado. Y dedos largos en sus estilizadas manos, que también hablan. Esa es la primera impresión que nos causa este hombre, capaz de sintetizar en pocas líneas y a mano alzada, una torre de 300 metros de altura o una casa con 165 metros lineales de base. Lo observamos un poco más y descubrimos que además es un hombre deportista. No fuma, se alimenta sanamente y su refugio es la familia. Y la música. Sin edad, su aspecto juvenil seduce y entusiasma.
Un nuevo dato del que tomamos nota está en la presencia de su hijo, Román. La relación padre hijo es muy fuerte y funciona como un complemento perfecto. Crecer a un lado de un hombre que ha logrado todo en el mundo profesional no ha de ser fácil, pero Román nos trasmite la sensación de que es posible y, en todo caso, percibimos orgullo, respeto y admiración en ambos. Román es el cable a tierra de un hombre cuyo talento desborda y lo coloca en un nivel superior al que ocupamos los mortales. Sus manos son delgadas y finas y no dejan de moverse. Comunican y reafirman lo dicho. Nació en Uruguay, creció en Buenos Aires, vivió en Tokyo y reside permanentemente en Nueva York. Viajero impenitente, tengo la impresión de que lo coloco en una situación incómoda si le pregunto dónde estuvo la semana pasada. “En Buenos Aires, de alguna forma era uruguayo. En Nueva York era argentino o uruguayo. En Tokyo fui un occidental intentando conocerlos. En realidad, soy un inmigrante, con todo lo que ello representa…”
Siempre hemos percibido que en el mundo de la arquitectura conviven la ciencia y el arte. Recordamos que en el año 2011 Rafael Viñoly generó la escenografía para la primera producción de la ópera El Amor de Danae, de Richard Strauss, que se estrenó en Nueva York. Entonces el ya famoso arquitecto manifestó que “…trabajar en el teatro nos brinda la libertad para la creación de magia. Es realmente algo bastante extraordinario”. Sucede que el arquitecto es un confeso amante de la música clásica y la ópera desde su infancia. Su padre fue director del Sodre en nuestro país y el joven Rafael estudió piano desde muy chico.
“Siempre me interesó la opera. De todos modos, en un momento dado es preciso elegir y a veces, solo a veces, uno se lamenta. Pero en líneas generales, la música siempre fue parte importante de mi vida y estoy agradecido por haber podido encontrar una forma de usar lo que sé de arquitectura en la creación de espacios musicales. Trabajar en una ópera es algo muy distinto al trabajo que hacemos como arquitectos, que se ve limitado por varios requisitos y una compleja serie de restricciones. Algo muy distinto a lo que hacen los arquitectos, pero existen algunas conexiones obvias. Lo disfruto enormemente y siempre voy a encontrar tiempo para hacerlo…”
Un Steinway and Sons de cola es el centro de un pequeño anfiteatro que encontramos en la sala contigua a su estudio en casa. “En el estudio también tiene un piano igual, lo mismo en su apartamento de Tribeca, (en el bajo Manhattan). Interpretar música en el piano es como meditar para él”, nos comenta Román.
“La arquitectura no puede interpretarse artísticamente. Ciertamente se sirve del arte, pero el hecho arquitectónico se genera a partir de muchas limitaciones y muchos compromisos con el espacio que se debe generar. El artista trabaja con absoluta libertad y su único compromiso es con la idea, con la necesidad que despierta en él la idea que lo moviliza y anima a componer o generar su obra. Con los arquitectos no sucede así…”
El café de rigor en esta oportunidad es propuesto con naturalidad y experimentamos la confianza de viejos amigos que se reencuentran. Allí aparece otro dato que nos sorprende felizmente. A mi lado, Román asiste al diálogo sin interrumpir, Pampín con su cámara no deja de capturar retratos y Rafael Viñoly lo ignora. Está acostumbrado a la fama y, como solemos afirmar aquí en la comarca, no se la cree, con lo cual la conversación fluye espontáneamente.
“Uruguay es un país bárbaro, que lo tiene todo. En su pequeñez está su fortaleza y en sus gentes la increíble oportunidad de alcanzarlo todo. Solo es necesario ajustar la actitud y asumir los cambios. En la problemática dinámica con que funciona el mundo están las oportunidades, solo es necesario animarse y tomarlas.”
Viñoly es un anfitrión muy cálido. Su conversación es amena y su talento desborda en cada comentario. Su aspecto juvenil seduce y el tono de su voz, cálido y reflexivo, nos silencia… y nos hace pensar. Con insistencia nos manifiesta un gran respeto por lo que define como una pequeña cantidad de ejemplos donde la arquitectura se vincula con el arte y al mismo tiempo se distancia personal y profesionalmente de aquellos ejemplos. No vincula sus obras con el arte. Y no se trata de un ejercicio de modestia, mucho menos de falsa modestia. En su página de la web escribe: “[…] la oscilación del péndulo entre los arquitectos que se ven a sí mismos como artistas o como técnicos tiene un alto precio en la profesión. Los arquitectos hacen arquitectura, lo cual es algo muy complejo en sí mismo”.
Preparamos la entrevista asumiendo que lo importante era escuchar, más que preguntar. Confeccionamos una serie de disparadores para animar la conversación, los que finalmente no fueron necesarios. Me inquietaba conversar con él sobre su proyecto para el Hotel San Rafael, que tanto revuelo causó cuando fue presentado, también sobre el Puente de la Laguna Garzón y luego sobre la rambla montevideana, el Dique Mauá y la caprichosa relación que los montevideanos tenemos con el patrimonio. Pero antes surgió el tema de su estudio y su modo de trabajo. El estudio Rafael Viñoly Architects tiene su sede en Nueva York y allí trabajan ciento setenta arquitectos. Luego, tiene oficinas en Londres, Abu Dabi, Argentina, Uruguay y en otras ciudades. Me resulta difícil imaginar cómo funciona la arquitectura a esa escala.
“Participo activamente de todas las etapas y todos los procesos, en todos los proyectos que aborda el estudio. Esto es muy importante para mí. La forma en que se configura la oficina nos permite conocer toda la gama de campos en los que tenemos que operar. Hemos generado una estructura que nos permite absorber todo tipo de obras, sin importar su escala. Con los años fue posible generar espacios para preparar a nuestros colaboradores, actualizándolos tanto en nuestra visión de la arquitectura, nuestro método de trabajo como en la absorción de las nuevas tecnologías que a diario nos sorprenden. Este espacio dentro de nuestro estudio es muy importante para mí. No creo que se pueda tener una discusión intelectual sobre la cultura simplemente al saber cuánto cuestan las baldosas o cómo se ensamblan. No creo que se pueda ser un buen arquitecto si no se tiene una posición crítica sobre la forma en que funciona la cultura o la industria.”
Meses atrás, cuando enfrentamos el desafío de producir en Argentina, junto a Rodrigo Flores, la edición monográfica del arquitecto Andrés Remy, la presencia de Viñoly en la formación del exitoso profesional argentino surgió naturalmente en el relato. Remy trabajó, recién recibido, durante seis años en el Estudio Viñoly de Nueva York. De esa experiencia fermental recordaba a Viñoly ingresando al estudio dos horas antes que todos los funcionarios, para revisar proyectos y para trabajar en ellos. También lo recordaba recorriendo todas las mesas de trabajo e interactuando permanentemente con todos los integrantes del estudio, sin importar su cargo o tarea.
En esta edición pretendemos llevarlo a usted, lector, en un recorrido por algunas de las obras del estudio Viñoly, a medida que avanzamos con nuestra entrevista en el living de su casa, para conocer al hombre detrás de los proyectos imposibles.
SAN RAFAEL, LA LAGUNA GARZÓN Y LA ESTACIÓN CENTRAL.
Para Rafael Viñoly el objetivo del trabajo es el trabajo en sí mismo. Sus proyectos son el resultado del esfuerzo diario, de concursar y de presentar ideas innovadoras que transforman paisajes y realidades. No trabaja pensando en premios o recompensas. Hace ya unos cuantos años que cuenta con la suerte de gozar de cierto prestigio y reconocimiento, lo suficiente como para saber que allí no está la recompensa.
“Cuando nos convocan para proyectar en el predio del ex Hotel San Rafael, en Punta del Este, el nuevo propietario nos propone un programa que supera los 120.000 metros cuadrados, al tiempo que nos trasmite la inquietud por mantener y recuperar al viejo edificio. De acuerdo a las ordenanzas municipales vigentes, en ese predio es posible construir hasta 10 torres con 16 pisos de altura cada una, idea que descartamos porque consideramos que esa posibilidad afectaría brutalmente la zona. En su lugar concebimos el plan de intervenir el viejo edificio, mejorándolo, ya que su calidad arquitectónica es mala incluso con la interpretación del estilo que pretende, ampliarlo para dotarlo de un volumen más importante y construir un conjunto de tres torres de altura creciente que lo escolten. El punto más alto en este conjunto alcanzaba los 300 metros. Este proyecto no fue aprobado y en su lugar apelamos a un proyecto alternativo que mantiene la intervención en el edifico existente y genera dos bloques horizontales suspendidos sobre un basamento compuesto por pilares que lo despegan de la tierra con la altura suficiente como para enmarcar al viejo hotel que se quiere conservar. Al proyectar obras como esta no se trata de satisfacer a todo el mundo sino de aportar al paisaje natural, tanto como al construido, lo que consideramos es necesario para valorizarlo, respetándolo.”
Importa saber que el edificio del ex hotel San Rafael no está afectado a la nómina de bienes de interés patrimonial, con lo cual llegado el caso podría ser demolido.
“Las discusiones son necesarias, pero en Uruguay suelen ser interminables. Y es necesario asumir que los tiempos demandan una actitud post ideológica. Los cambios llegan, con o sin nosotros. El tema, el desafío, es adelantarse a ellos o al menos estar en sintonía con ellos. En el caso de este proyecto hablamos de una inversión fortísima, que demanda un metraje importante, y nuestro trabajo es hallar la mejor solución para que sea posible, atendiendo al entorno natural tanto como al construido y aportar al paisaje con gestos vitales.”
La conversación se mantiene fluida y en el ambiente se respira calma, serenidad. Un tema conduce hacia otro y así, toda la preparación previa para la entrevista desaparece. Hablando de cambios, polémicas y actitudes que a los uruguayos nos definen, le comentamos a Viñoly acerca de nuestro desasosiego por la resolución o falta de ella, con respecto a la construcción de una terminal de ferrys en la rambla montevideana, en el actual emplazamiento de las ruinas abandonadas del viejo Dique Mauá.
“Ciertamente me enteré de la polémica y seguí el caso con atención. A los uruguayos nos falta pragmatismo. Esa capacidad de soñar con un mundo donde lo mejor también sea posible para todos. Corrimos el riesgo de que Montevideo contara con una obra de Foster y no aprovechamos esa posibilidad. En todo caso, una reflexión, que para mí siempre es la misma, la negación como respuesta nunca es buena cosa. Debemos abrirnos y pensar que las propiedades de la comunidad poco sirven si no funcionan, si no aportan. La visión de la ciudad debe ser holística, integradora, y debe procurar complejidad y plenitud. Recuerdo que nosotros nos presentamos a un concurso, que finalmente ganamos, para intervenir en el predio de la Estación Central de afe. Luego de cumplir todas las etapas y sortearlas con éxito, el proceso se invalidó, ya que quien convocaba no tenía propiedad sobre la tierra. Con ese edificio fantástico, hoy abandonado, sucede otro tanto. Poner en valor la ciudad mejora la condición de vida de quienes la habitan. Y debemos encontrar la forma y los caminos. La negación nunca es solución.”
Nuestra historia está cargada de situaciones simples que originan respuestas estridentes y desatan polémicas que nos privan de tiempo y recursos. Resistimos los cambios.
“En Uruguay no falta dinero. Faltan ideas, un dibujo, un diseño. Las inversiones necesarias no son difíciles de captar, pero hace falta un programa, una idea. El mundo de Vilamajó era un mundo poblado por profesionales y políticos que tenían una idea. Ese es el principal obstáculo con que contamos a la hora de proyectarnos como país, como sociedad. No nos ponemos de acuerdo siquiera en la necesidad de contar con un plan…”
Sin proponernos, comenzamos a conversar sobre otra obra de Viñoly en Uruguay, el famoso Puente sobre la Laguna Garzón.
“Las primeras ideas a propósito de un puente que uniera Maldonado y Rocha, sobre la Laguna Garzón, se basaban en la necesidad de prolongar la ruta 10, y para ello se pensaba en un puente recto que uniera ambas orillas. No me parecía una buena idea. El paisaje en esa zona tan rica desde lo ecológico y lo visual no puede ser agredido con una obra de esas características, cuyos basamentos generarían sedimentos y alterarían la flora y la fauna natural del lugar. Además, supondría generar lo más parecido a una autopista. Es increíble que con el esfuerzo que supone convocar turistas, luego los animemos a circular rápidamente por nuestro territorio. El ingreso a los balnearios a través de ejes que operen como dientes de un peine es lo mejor. La historia del puente en la Laguna Garzón llevaba ya muchas décadas de discusiones. Luego de opinar al respecto se dieron las condiciones para que nuestro estudio propusiera el mejor proyecto para un puente en esa zona, un puente circular. No solo lo propusimos, sino que además donamos nuestros honorarios, ya que entendimos que de esa forma contribuíamos a zanjar una polémica sin sentido. Lo único que pedimos a cambio fue que la ruta 10 terminara en el acceso por Maldonado al Puente. Ya en Rocha, la ruta debía convertirse en un camino secundario. El formato circular nos permite generar el menor impacto en la zona a nivel de basamento y a la vez genera un paseo que concebimos tanto para vehículos como para peatones. No se trata simplemente de disminuir la velocidad, sino también de generar ese paseo, de aportar a la zona un punto de encuentro para habitantes y los pescadores de la zona y de establecer un punto de referencia turístico. Y de crear también una especie de cul-de-sac para revertir el tránsito de vuelta hacia el sur, donde tiene sentido incrementar la densidad para proteger el resto de la costa del desarrollo desenfrenado. Lamentablemente la obra aún no se termina y las soluciones que concebimos para finalizarla, que incluían que nuestro estudio se hacía cargo de los costos de su equipamiento social —bancos, sombra, accesos al agua, etc.— no fueron aceptadas por el Gobierno. Nunca entendimos por qué razón. Pero el puente, tal como luce hoy, no es el puente que nosotros proyectamos.”
UNA TORRE EN MONTEVIDEO
La afabilidad de los Viñoly, padre e hijo, es tal, que por momento olvidamos que estamos frente a uno de los cinco arquitectos más importantes del mundo. Un libro escrito y editado por Philip Jodidio, editor estelar de Taschen, nos recuerda dónde y con quién estamos. Más de 400 obras construidas en los Estados Unidos, Latinoamérica, Europa y Asia, todas emblemáticas, todas icónicas, nos hacen pensar en la gran oportunidad que supone contar con su interés en generar proyectos en nuestro país.
“La arquitectura también es paisaje. Con nuestras obras, los arquitectos construimos las ciudades y animamos sus paisajes. Cuando Román decidió encarar el desarrollo de una torre de oficinas en el terreno de Plaza Alemania, de inmediato pensamos que con ese proyecto la zona podría adquirir complejidad y plenitud. También pensamos que era una oportunidad para comprometernos al desarrollo económico de la ciudad y del país, siempre y cuando lográramos hacerlo bien, con las mejores características y aportando lo que las mejores multinacionales requieren para instalarse en Uruguay. Es importante decir que encontramos una constructora de altísimo nivel y con el mismo afán de hacer las cosas bien, con las últimas tecnologías y con espíritu de equipo. Estamos muy contentos con el proyecto y con su ejecución, que se viene cumpliendo respetando un cronograma muy exigente. Todo esto se nota de lejos y de cerca y en alquileres que validan el concepto original.”
Transcurrieron casi tres horas y debemos finalizar la entrevista. Ya todos de pie, me apremia saber qué le queda pendiente a un hombre que parece haberlo logrado todo. “Me falta hacer todo lo que no he hecho”, me responde con una sonrisa y algo de asombro en su rostro. Y le creo, no percibo poses en Rafael Viñoly. No se trata de inconsciencia, estoy seguro que es consciente de quién es y lo que representa su obra. Es simplemente su actitud. Creo que estoy frente al joven Viñoly que hace más de cincuenta años comenzó a practicar su profesión. Mientras nos aprestamos para una recorrida rápida por la casa de la mano de Román, el arquitecto se refugia en su sala de música. A medida que nos alejamos, comenzamos a escuchar las notas familiares de un nocturno de Chopin.
ACERCA DE RAFAEL VIÑOLY Y SU ESTUDIO DE ARQUITECTURA.
El estudio Viñoly comenzó su actividad en la ciudad de Nueva York en el año 1983 en una pequeña oficina ubicada en Bleecker Street. Pronto creció hasta contar con 30 profesionales que trabajaban tanto en proyectos académicos como de construcción para promotores de la ciudad de Nueva York. Desde sus inicios, el estudio no se especializaba en ningún programa, función o contexto de edificación en particular. Uno de los proyectos más destacados de este período, la Facultad de Derecho Penal John Jay College of Criminal Justice, se convirtió en un referente por el enfoque del estudio al abordar sus proyectos en términos de liderazgo general, principios de diseño y colaboración con las principales partes involucradas. John Jay College es un espacio nuevo y renovado de 33.450 metros cuadrados con tal variedad de usos, que un solo edificio le permitió al Estudio Viñoly establecer antecedentes en el diseño de oficinas, escuelas, teatros, deportes, bibliotecas, laboratorios, etc.
Otro aspecto clave de este período es la escala y la complejidad de la obtención de autorizaciones y la ejecución del proyecto para finalizar el plan del Lincoln West Development, pronóstico de la magnitud del trabajo que el estudio realizaría en décadas posteriores.
Viñoly dirigió durante cuatro años un proceso de interacción con la comunidad y de colaboración con la Comisión de Planificación Urbana de Nueva York, que concluyó con la aprobación de la reclasificación de las playas de maniobras ferroviarias abandonadas de la estación Penn Central, lo que permitió el desarrollo de un emplazamiento mixto de uso residencial y comercial con más de 1.021.930 metros cuadrados. A día de hoy, toda construcción en dicho emplazamiento debe cumplir con la reclasificación por la que Rafael Viñoly luchó durante ese período.
En 1989, la autoridad metropolitana de Tokio organizó un concurso internacional anónimo para seleccionar el diseño de un importante complejo cívico nuevo que se convertiría en el centro de la vida cultural de la capital. Viñoly fue uno de los cuatrocientos participantes de más de cincuenta países diferentes y ganó el concurso con un diseño que organizaba las ambiciosas funciones de los programas artísticos y expositivos alrededor de dos grandes espacios públicos, facilitando así las conexiones con la ciudad a nivel de la calle mediante una plaza al aire libre y conectando el proyecto con las estaciones de tren subterráneas y con cuatro grandes teatros arriba por medio de un amplio vestíbulo de cristal. Este concurso catapultó el crecimiento del estudio en este período, que se convirtió rápidamente en un estudio internacional integrando a 170 arquitectos que trabajaban en proyectos en los Estados Unidos, Japón, Corea del Sur y Latinoamérica, entre cuyos clientes se contaban prestigiosas instituciones académicas y organizaciones cívicas.
Junto con el enorme proyecto cívico y cultural de Tokio, la cartera de clientes institucionales del estudio creció de manera constante durante esta época. Durante la primera mitad de la década de 1990, el estudio diseñó y llevó a cabo proyectos como las instalaciones deportivas de la facultad Lehman College, la renovación del Museo de Queens y el plan director de la Universidad William Patterson y de su edificio académico. Dichos proyectos presagiaron el gran volumen de trabajo que acometería en el futuro. Este primer período, en el que el estudio consolidó su experiencia en varios géneros y tipologías de edificios y planes de proyecto, fomentó muchos de los principios más importantes que guían el trabajo de Viñoly y condujo a la decisión de estabilizar el tamaño del estudio para hacer posibles las prácticas de trabajo necesarias para favorecer que estas ideas se hicieran realidad.
Hacia finales de la década de 1990, el tamaño del estudio se expandió en el ámbito de la obra civil con el Centro de Convenciones David L. Lawrence de Pittsburgh, Pensilvania, proyecto que ganó un concurso de diseño arquitectónico (único centro de convenciones con certificación LEED oro de todo el mundo en aquella época; el proyecto obtuvo posteriormente la calificación LEED platino); el Centro de Convenciones y Exposiciones de Boston; el Centro Kimmel para las Artes Escénicas de Filadelfia, Pensilvania y el Museo Fortabat de Buenos Aires, Argentina. Durante este período, también se diseñaron y construyeron una serie de importantes proyectos de laboratorios, comenzando por el Instituto Van Andel de Grand Rapids, Michigan.
A la luz de la diversidad de proyectos llevados a cabo en todo el mundo, se desarrolló un nuevo sistema de gestión en 2001, que permitía mejorar la comunicación entre los miembros de cada equipo de proyecto, a la vez que posibilitaba una respuesta inmediata. Los directores de proyectos son personas capaces de supervisar varios proyectos y realizar un trabajo conjunto con los gestores de proyectos, quienes se dedican por completo a un solo proyecto. Los directores también participan en asuntos y decisiones que afectan al estudio en general, como los estándares de la oficina y las nuevas propuestas comerciales, además de liderar los concursos de diseño. No se trata de un estudio de diseño o un grupo de especialistas; el sistema proporciona unidades expertas de gestión de proyectos que proveen de personal a cada proyecto de manera flexible y transparente, estableciendo relaciones individuales estrechas y, por tanto, responsables con los clientes. En 2009, se consolidó aún más el equipo de dirección del estudio con la incorporación de cinco socios.
Al mismo tiempo, se conformó el grupo técnico, como una forma de consolidar los programas de investigación e innovación arquitectónica en curso, para así apoyar sistemáticamente a todos los proyectos del estudio. Los productos de su esfuerzo pueden a menudo considerarse desarrollos de vanguardia en sistemas como cerramientos y muros cortina de edificios, módulos de trabajo para laboratorios y estructuras pesadas a gran escala. Este grupo incluye ingenieros estructurales, fabricantes y diseñadores de interiores, así como arquitectos, y se caracteriza por la frecuente interacción y colaboración con especialistas de su campo, además de clientes y contratistas en general.
Gracias a su experiencia colaborativa en la búsqueda de innovaciones técnicas y a través del énfasis que el estudio ha puesto en aprender a partir de la aplicación directa, Viñoly puso en marcha los Programas de Capacitación e Investigación Arquitectónica en el año 2005. Los cursos son impartidos por Rafael Viñoly y los directores de proyecto, que también supervisan el programa de investigación junto a Jay Bargmann, el VP del estudio. El curso de capacitación está orientado a profesionales y estudiantes avanzados, y ofrece un planteamiento práctico basado en la experiencia profesional, para la resolución de algunos de los problemas básicos que se presentan en la construcción de un edificio. El programa de investigación ofrece becas para la realización de proyectos de investigación individuales que tengan el potencial de generar avances en cualquier aspecto del arte, el oficio o el ejercicio de la arquitectura. El estudio también ofrece cursos de desarrollo profesional a sus empleados con regularidad.
En octubre del año 2000, Viñoly estableció una oficina en Londres poco después de un encargo en Ámsterdam (Mahler 4), seguido de un edificio para la Universidad de Wageningen, en los Países Bajos, y de ganar un concurso para la construcción de unas instalaciones dedicadas a las artes visuales en Colchester, «Firstsite:newsite», así como otro para el Centro Leicester para las Artes Escénicas. La nueva sede ha permitido una supervisión más estrecha de estos y otros proyectos posteriores, además del establecimiento de una presencia local en Europa. La oficina de Londres funciona como una sucursal desde la que se llevan a cabo funciones de gestión de proyectos y contacto con clientes. Las funciones de diseño siguen estando centralizadas bajo la dirección de Rafael Viñoly, quien viaja frecuentemente entre las oficinas de Nueva York y Londres.