Un hombre en el Olimpo. Pablo Atchugarry

Es el personaje del momento. Su nombre resuena aquí y allá y todos lo mencionan como un amigo o se vinculan con él, ya que es lo políticamente correcto. Ciertamente, este gran hombre de dos metros de altura y un largo centenar de quilos arriba es como una fuerza de la naturaleza que a la vez que presenta un enorme cuerpo posee una conmovedora ternura. Pablo Atchugarry, del que poco se sabía antes del año 2007, cuando abre su fundación en Manantiales, es el artista plástico uruguayo contemporáneo más universal de todos los tiempos. Su don de gentes, su increíble humanidad y su generosidad sin límites, lo instalan como una rara avis en un mundo donde el divismo domina la escena.

 

Mi amigo Bruno no me cree. Le comento que voy a visitar a Pablo Atchugarry para conversar con él. Advierto en su mirada que no me cree. Bruno es italiano, vive en Roma y conoce al gran maestro por su fama en Europa. ¿Ya te ha dado una cita?, pregunta Bruno y entonces me río. Recuerdo que simplemente llamé a la fundación, que el teléfono lo atendió su esposa y que yo simplemente consulté si Pablo estaba en Uruguay. Y así es cada vez que lo visito. No hace falta cita o despliegues logísticos. El gran maestro atiende a todo el mundo, aun cuando no te conozca, que no era mi caso. Más allá de la fama, el éxito y la fortuna, Pablo Atchugarry es uruguayo.

Llegar hasta la fundación Atchugarry en el mes de enero supone asistir a una fiesta. El gran predio cuenta con edificios que fueron dispuestos de modo tal que configuran algo muy parecido a un pequeño pueblo. Gentes que van y vienen, que ingresan al edificio principal o que caminan hacia el lago. Y el eje de ese paseo mágico es el galpón instalado a un lado del edificio principal, generando una suerte de calle en el medio, calle que es la que nos conduce hacia el lago, la capilla, el auditorio. Detrás, al fondo, la casa de Atchugarry. Frente al galpón que sé con énfasis se levanta alto, bloques de mármol crudo y otros ya intervenidos en distintas etapas. Allí trabaja el maestro. El ruido de las sierras eléctricas y el polvo que levanta el mármol en el proceso de creación llaman la atención. Todos los que recorren el lugar fijan la mirada a la espera de ver al portento trabajando.

Pablo Atchugarry no quiere utilizar tecnología para su obra escultórica. Trabaja con sierras eléctricas y también con el legendario marrón de mano. Lo asisten tres operarios que siguen instrucciones específicas y hacen posible que la titánica tarea de creación sea un tanto más llevadero. En medio del taller lo encuentro trabajando con una amoladora en una pieza chica que ya está pronta para ser entregada. Viste una remera sin cuello que en algún momento fue de color rojo intenso. Ahora, al igual que los jeans que calza y que su cabellera, son blancos. El polvo del mármol allí lo baña todo. Al verme interrumpe la tarea, se quita las gafas de protección y me sonríe. Con la boca, con los ojos, con la cara. Ese hombre de tamaño descomunal no deja de sorprenderme con esa ternura inconmensurable que transmite con todos sus gestos.

Llevaba dos años sin verlo, pero fue como si hubiéramos cenado juntos la noche anterior. Son las tres de la tarde del segundo martes de enero, el parque está lleno de gente y en el taller el ritmo de trabajo es frenético. Mientras nos ponemos al día con los comentarios de rigor nos dirigimos hacia la puerta del taller y nos instalamos junto a las moles de mármol que esperan su turno para ser. Y entonces, lo común, las gentes se acercan, selfies, saludos, felicitaciones. Para todos y cada uno el gran maestro tiene tiempo. Y un comentario. Y da las gracias. Recuerdo a un matrimonio francés, con el que Atchugarry mantuvo un diálogo fluido en su idioma; a un grupo de canadienses con los que conversó en inglés. Y a muchos argentinos y uruguayos que en total sumaron veinte personas, en apenas quince minutos. Así las cosas, decidimos trasladarnos hacia los fondos del taller, a un pequeño patio no cerrado, pero sí con cierta privacidad. Allí nos aborda un conocido galerista que tenía urgencia en hablar con el artista.

Aprovecho la media hora de tiempo que Atchugarry dedica al galerista para observar el parque de esculturas. Son todas obras importantes, de autores uruguayos y también de otros europeos y norteamericanos, argentinos y brasileños. Al fondo, la capilla que se construyó para contener La Pietá. Y el lago. Tras el lineal bosque que delimita las tierras del parque estudio el lugar donde el maestro decidió que se construirá el edificio para el Museo de Arte Latinoamericano que acaba de encargarle a Carlos Ott. Y recuerdo la fantástica obra de Julio Le Parc que se exhibe en el salón principal de la sala de exposiciones. Sé que todo es financiado directamente por Atchugarry y no dejo de sorprenderme. Me llega la música de Piazzola, Le Parc hijo está ensayando con su orquesta. Esa noche se inaugura la muestra de Julio Le Parc y el hijo cantará a Piazzola en el auditorio. Pienso que todo lo que ahora es una realidad singular fue soñado y construido por Pablo Atchugarry, y también que es él quien lo sostiene. Más allá de las marcas que se asocian puntualmente a determinadas actividades, es la familia Atchugarry la que sostiene a este portento que tanto aporta a la cultura uruguaya y regional.

Pablo Atchugarry nació en Montevideo, el 23 de agosto del año 1954. Es el segundo de los tres hijos del matrimonio de María Cristina Bonomi y Pedro Atchugarry Rizzo. Sus hermanos Alejandro, el mayor, y Matías, el menor, conforman una unidad familiar que mucho tiene que ver con la vida de Pablo, con su éxito. Y con esa ternura tan singular. María Cristina y Pedro fueron padres ejemplares que influyeron de manera sustancial en la vida de sus hijos. En el caso de Pablo, el apoyo incondicional y el estímulo constante forjaron vida y obra.

Solía regresar a Uruguay para pasar aquí el verano y alquilaba casas con espaciosos jardines para poder trabajar. Y era todo un lío, ya que por la naturaleza del trabajo el ruido y el polvo eran todo un tema. En determinado momento decidió comprar una chacra para poder estar tranquilo, trabajar y no molestar a nadie. Entonces habían fallecido sus padres y así, esta inquietud se transformó en un proyecto familiar que abordó junto a sus hermanos. Alejandro y Matias recorrieron el Este y el Oeste buscando el lugar ideal. Alejandro, con la manifiesta preocupación de que su hermano no comprara hectáreas de más o fuera de precio; Matías, aportando la preocupación por el paisaje y la flora del lugar, placer que compartían junto a Pablo. Así fue que finalmente se escogió el actual lugar, en ese maravilloso paisaje del Manantiales rural. El proyecto original y las obras de construcción estuvieron a cargo de Alejandro, que se dedicaba a la construcción.

Un dato que hoy resulta curioso, estas escenas se gestaron entre los años 2006 y 2007. Para entonces en Uruguay pocos sabían de Pablo Atchugarry y su éxito internacional como artista plástico. El personaje famoso en la familia era Alejandro, que desde su militancia política en el partido Colorado se había desempeñado como ministro de Economía en el gobierno de Jorge Batlle en el momento más difícil y comprometido que el país registró en los últimos cien años.

Los hermanos Atchugarry Bonomi son hombres de familia. La cultivan y la honran, y ese gesto heredado se traduce en la convivencia natural de hijos, sobrinos y por momentos se hace extensivo a los amigos. El proyecto de la fundación es también un tema de familia. Silvana Neme, su esposa, es quien se ocupa de todo lo relacionado con ella, aquí y en Lecco. Un nuevo dato me conmueve y permite entender mejor la naturaleza del personaje. He sido testigo de los intentos iniciales por contratar personal para el manejo de la fundación. La idea de profesionalizar la gestión estuvo desde un comienzo. Han transcurrido ya más de diez temporadas y son Pablo y Silvana quienes se ocupan de la programación, la organización y la atención. El vértigo con el cual viven necesita de esa adrenalina y es tanta la pasión por lo que están construyendo que sencillamente no pueden delegar la gestión. Eso creo. Pablo y Silvana viven cada día con el frenesí del último día. Y cada proyecto que concretan está generando otros que nacen espontáneamente, sin solución de continuidad.

 

NACE UNA ESTRELLA

 

“[…]Sus trazos de óleo sobre la tela o de tinta china sobre el papel son estructuras potentes y escultóreas, realzadas por juegos cromáticos homogéneos y sobrios. Se adivina en el pintor y el dibujante la vocación de un escultor[…]”, escribió Marino Colombo en su crítica a la primera exposición de pinturas que realizara Pablo Atchugarry en Lecco, en el año 1978. La visión premonitoria de este mecenas primero y amigo después nos permite entender la naturaleza del viaje integral desplegado por Atchugarry.

Sus primeros contactos con el arte son familiares. La vocación artística de sus padres, no ejercida, la vinculación familiar con el ambiente artístico uruguayo y la curiosidad del joven Pablo. Los primeros dibujos fueron retratos familiares, luego esta serie se extendió y ganó la calle, Pablo salió a las plazas a buscar personajes anónimos a los que captaba primero solos y luego, en grupos. Luego llegó el color, toda una experiencia; y el apoyo paterno que permitió gestar la primera exposición pública de sus tempranas obras. Fue en el Subte Municipal y coincidió con muestras que movilizaron mucho público. La crítica fue buena y el examen ante un público extra familiar resultó en una experiencia ratificatoria, tanto como para animar una inmediata incursión a Buenos Aires, donde la fatalidad estropeó la fiesta, pero no minó los ánimos. La exposición pactada coincidió con la muerte de Perón, con lo cual el momento invalidó la acción.

El momento decisivo en la vida de Pablo Atchugarry está en su primer viaje a Europa. Su primer periplo lo llevó a recorrer diversas ciudades, Roma, Milán, Venecia, Berlín, Copenhague y París. En la ciudad luz se instalará. Estaba solo, sin amigos, sin agenda. Solo con su firme decisión de conocer, aprender y ser. La experiencia adquirida, las vueltas a Uruguay y la insistencia en regresar al viejo continente finalmente lo llevan —estaba marcado en su destino —, a la ciudad de Lecco, donde conocerá al mármol, descubrirá su potencial y encontrará su sentido de vida.

 

UNA CHARLA

 

[...]estoy feliz. El pasado 29 de diciembre inauguramos el parque de esculturas en Garzón, un proyecto en el que plantamos quince mil quinientas plantas de la zona, palmeras butiá y pindó, colas de zorro, guayabos, arazá… la flora autóctona, que a su vez impacta positivamente en la fauna. En este proyecto está la galería de Piero, mi hijo. En el parque, igual que en la fundación, instalamos esculturas de autores nacionales e internacionales. Cumplida esta etapa estamos en condiciones de avanzar sobre la siguiente, que consiste en traer artistas brasileños para que residan allí, conozcan nuestro campo y nuestra realidad y generen obra.”

Esta acción justificaría la actividad de la temporada, pero sucede que apenas es un eslabón. También en diciembre se inauguró en Miami el Pablo Atchugarry Art Center, instalado con dos mil metros cuadrados en la esquina más importante del barrio haitiano de Miami. En este espacio funcionan la fundación y la galería de arte de su hijo Piero.

[...]estamos muy contentos con este nuevo espacio que creamos para promover el intercambio y el diálogo entre diferentes generaciones, latitudes y culturas. Me importa mucho que opere como gran ventana para el arte uruguayo”, afirma sonriente y visiblemente entusiasmado con la idea para agregarnos el menú de apertura: “[…]abrimos con la exposición de cinco raras obras de Wilfredo Lam pintadas en España a comienzos del siglo pasado, con la primera muestra retrospectiva fuera de Uruguay de José Pedro Costigliolo, un maestro de la abstracción geométrica y la exposición colectiva que denominamos Tensión y Dinamismo, que incluye obras nuestras y piezas de los italianos Di Marchi y Arcangelo Sassolino, de los brasileños Artur Lescher y Tulio Pinto, y de los uruguayos Marco Maggi y Verónica Vázquez.”

Al tener sus espacios en Manantiales y en Lecco (Italia), nos llamó la atención la instalación en Miami, lo que despierta en Atchugarry la necesidad de comentarnos que “Miami ha crecido mucho culturalmente en los últimos quince años. La llegada de la Feria de Basilea, que tiene una suerte de sucursal allí y otra en Hong Kong, ha impactado profundamente en la vida cultural de Miami. Tanto así, que mientras se lleva a cabo esta feria, todos los años los primeros días de diciembre, se realizan otras veinte ferias menores, pero que en su conjunto establecen que toda la ciudad respire arte. Hay nuevas fundaciones, colecciones privadas que se abren al público, es una gran fiesta para el arte. Al mismo tiempo es la ciudad más latina de los Estados Unidos.”

La tarde avanza, la conversación se prolonga y me siento culpable, estoy quitando tiempo al trabajo. Las pequeñas piezas de mesa en las que está trabajando junto a sus asistentes parten hacia Europa al día siguiente. “[…]es un encargo con fecha, debo despacharlas mañana sin falta”, me comenta como disculpándose. Las interrupciones son ahora de carácter administrativo y tienen que ver con la inauguración de la muestra de Le Clerc. Aquello es como una usina donde el arte es la materia prima. La gente no deja de llegar. Vienen y van. La tarde ayuda. Observo rostros que con pereza asumen que deben marchar y otros que recién llegan y no pueden creer lo que ven. Y gratis. La fundación no cobra entrada, gran tema para toda la actividad cultural del país. “Es un esfuerzo importante, pero me preocupa mucho que la gente se acerque al arte. Aquí está mi obra, pero como verás, las exposiciones de cada temporada acercan la obra de autores internacionales y siempre presentan autores nacionales. Mientras sea posible mantener la fundación en estos términos, lo haremos.

Es el momento de abordar el tema del nuevo proyecto para la fundación en Manantiales, el Museo de Arte Latinoamericano. “Dos años atrás comencé a soñar con la idea de instalar un Museo de Arte Latinoamericano. Se trata de instalar al arte uruguayo en un contexto más amplio, en un contexto latinoamericano. Pensamos en el Malba, de Buenos Aires, y en algunos museos específicos del mundo. El edificio para este museo se construirá en tierras de la fundación, aquí en Manantiales.

Un encuentro en París con su amigo, el arquitecto Carlos Ott, significó que el sueño se convirtiera en proyecto y que luego este proyecto adquiriera vida propia, tanto así que ya tiene fecha de inauguración, diciembre del año 2020. En la visión de Ott, el edificio para el museo es como una gran nave que se instala en medio del campo y fue concebido con alturas especiales y distintos niveles. Albergará la colección privada de Pablo Atchugarry y de la fundación, y si bien contendrá obras del dueño de casa, no está concebido específicamente para ellas.

El edificio contará con varios niveles, uno abierto al público y otro subterráneo, que operará como depósito. El proyecto se integra al existente Parque de Esculturas y por su concepción se convertirá en una obra más de las que lo habitan.

Han transcurrido más de dos horas y me siento incómodo. La generosidad de Pablo Atchugarry es enorme, tan grande como él. Sobre el final y casi al pasar hablamos de su agenda para el año. “Tengo agendadas tres exposiciones individuales en Italia. Venecia en mayo, durante la bienal, Pietrasanta en junio, encantador lugar de la Toscana donde habitan Botero y otros artistas y Génova, en el Palacio Ducal, en agosto”. En estos momentos trabaja en los proyectos de las obras sobre las que trabajará en Lecco a partir de marzo.

Fotografías Fundación Pablo Atchugarry

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