Todo comienza ahí: en el silencio expectante de una hoja en blanco. Una superficie inmaculada que no se entrega fácilmente, apenas marcada por el perímetro de un terreno, las líneas punteadas de los retiros, una flecha que indica el norte como única certeza. Frente a ese vacío —más inquietante que inspirador—, la primera línea trazada es siempre una declaración de intenciones. Porque proyectar no es una cuestión de rellenar el espacio, sino de elegir —con lucidez y compromiso— entre infinitas posibilidades, aquella que contenga lo esencial: lo funcional, lo bello y lo posible. Pero incluso antes del lápiz, está la escucha. Proyectar implica, sobre todo, entender. Solo cuando el arquitecto se vuelve intérprete del otro —de sus hábitos, anhelos, ritmos y miedos—, puede comenzar el verdadero trabajo de dar forma a una vida futura. En este caso, se trataba de crear un hogar: una vivienda permanente para una familia compuesta por padres y tres hijos. La premisa era clara y sin adornos: privilegiar la funcionalidad, sin que el diseño se volviera un lujo innecesario, y sin que el control de costos ahogara la expresión. La orientación del terreno, con el norte al fondo, ofrecía una de esas oportunidades que la naturaleza entrega con generosidad a quienes saben leerla. Garantizar el asoleamiento de los espacios íntimos durante todo el año no solo era viable, era deseable. Esa condición —tan técnica como poética— fue el punto de partida para imaginar una casa contemporánea, compacta, de líneas serenas y lenguaje sobrio. Una arquitectura sin alardes, que supiera dialogar con el entorno sin imponerse.
Un corazón vegetal y una estructura de aire
El gesto más poderoso del proyecto no está en la fachada ni en su volumetría contenida. Está en su interior: un patio central, densamente plantado, que no solo organiza la casa, sino que la anima. Es su corazón, su respiro. Visible desde el acceso principal, enmarcado por el hall en doble altura, este jardín interno es luz, es aire, es una pausa vegetal en el flujo doméstico. Cada espacio parece girar en torno a él con respeto. En la planta baja se distribuyen los espacios sociales: living, comedor, cocina con estar integrado, un escritorio que puede cerrarse por completo con paneles corredizos —la privacidad como opción, no como imposición—, y una zona de servicios pensada con igual rigor que el resto del programa. Desde allí, la casa se abre al exterior: una galería techada con parrillero y barra que extiende el espacio interior hacia el jardín y la piscina. Una pequeña franja de plantas en la propia galería recuerda que la naturaleza no es solo un fondo visual, sino parte constitutiva del vivir. Arriba, la planta alta abraza el vacío central. Una circulación perimetral recorre el contorno del patio y distribuye cinco dormitorios: el principal, tres secundarios y uno de huéspedes. Todos cuentan con terrazas, como si cada habitación necesitara su propio rincón de cielo.
La elección material responde a una estética sin nostalgia, pero profundamente sensible: revoque texturado en tonos neutros, revestimientos de lapacho que aportan calidez sin rusticidad, ventanas de aluminio negro que enmarcan el paisaje sin interrumpirlo, barandas de vidrio, estucados interiores que suavizan la luz, pisos de madera y porcelanato en un equilibrio sobrio y táctil. La vegetación, presente incluso en las terrazas y en macetas diseñadas como parte de la arquitectura, refuerza la idea de un entorno construido pero vivo. En cuanto al confort térmico, la tecnología se integra con discreción: losa radiante por agua y aire acondicionado central aseguran una climatización eficiente durante todo el año, sin interferir con la percepción espacial ni con la atmósfera buscada. Esta casa no es un ejercicio de estilo ni una obra que busca la atención de quien pasa. Es, más bien, el resultado de una secuencia de decisiones precisas, guiadas por una mirada atenta y una sensibilidad afinada. Una arquitectura que no aspira a deslumbrar, sino a durar. Que no grita, pero deja huella.
Donde hubo una hoja en blanco, ahora hay un espacio que respira. Un lugar donde la forma no impone, sino acompaña. Donde la técnica sirve a la vida, y la vida encuentra su ritmo. Una casa, en definitiva, que no solo se habita: se comprende. Como un buen poema, no necesita explicarse. Basta vivirlo para que hable.
Interiorismo Victoria Brown
Fotografías Contraluz Fotografía