ESTUDIO PELO / Estudio Café

Una nueva joya emerge en la intersección de Bulevar Artigas y Bulevar España. La antigua casona, que alguna vez albergó un restaurante, vuelve a brillar gracias a la visión de Nacho Sarube.

Sarube soñó con un espacio donde proyectar su universo exigente, cambiante y lleno de personalidad. En el piso superior se encuentra Estudio Pelo, una peluquería que se reinventa al igual que su creador. En la planta baja está Estudio Café, el lugar perfecto para disfrutar de un café de especialidad en un ambiente impregnado de diseño. El equipo de Estudio Toro fue el encargado de materializar este concepto. Bajo la dirección del arquitecto Ernesto Figueroa Grieco, trabajaron “manteniendo la esencia de esta vivienda patrimonial de 1946, valorizando sus detalles característicos. La intervenimos con un concepto minimalista, buscando que la austeridad y la simpleza de los materiales, así como las piezas de diseño, destaquen por sí solos”.

¿Qué desencadenó tu entrada al mundo creativo y qué te motivó a seguir ese camino?

uando decidí ser peluquero, fue en realidad un manotazo de ahogado. Necesitaba encontrar mi vocación, esa búsqueda adolescente de identidad, ¿viste? En ese momento tenía 17 años y, al mirar atrás, me doy cuenta de que era muy joven para estar tan desesperado. Era un tema constante en mi mente. Entonces, mi padre me propuso estudiar peluquería para ayudarlo en el negocio que había iniciado con su esposa: una peluquería de barrio. La idea era que, antes de contratar a alguien externo, él prefería que yo trabajara allí. Me convenció diciéndome que mi rol sería de encargado, que no tendría que cortar cabello, pero que debía hacer un curso para entender el funcionamiento.

La cuestión es que al tercer día de empezar en la UTU, ya estaba fascinado. Me pareció súper interesante trabajar con el cabello porque era como hacer una manualidad, pero en una persona. Además, te dejaba una sensación muy linda; cuando terminabas tu trabajo, estabas haciendo algo para alguien que luego se sentía bien. Al final, no terminé trabajando con mi familia; nunca pisé esa peluquería. Tomé otro camino, pero le agradezco mucho a mi padre porque, sin darse cuenta, me regaló mi vocación.

¿Eso te llevó a abrir tu propia peluquería?

Claro, porque empecé a estudiar con la idea de trabajar en la peluquería de mi familia, y ya tenía esa inquietud de querer tener mi propio salón. Cuando comencé a aprender, me di cuenta de que todo lleva su tiempo y que no me gusta hacer las cosas a medias. Busqué dónde seguir formándome y terminé en la peluquería de Heber Vera, quien se convirtió en mi mentor. Empecé a trabajar allí porque sentía que no estaba aprendiendo lo suficiente, y estuve a su lado durante siete años. Fue una verdadera universidad de peluquería. Todo ese recorrido me preparó para abrir mi primer espacio en Avda Brasil y Obligado en 2015.

Qué buscabas proyectar con ese espacio en ese momento?

Lo que yo sé como peluquero es una cosa, y la marca es otra. Mi marca nació como una peluquería que buscaba combinar el mundo del cabello con el de la moda. En ese momento, estaba en pareja con Clara Aguayo, que es diseñadora. Ambos estábamos llenos de la energía y entusiasmo de los veintitantos años. Abrimos el espacio y fue como: ¡a jugar! Recuerdo que no seguía muchas de las normas ni las expectativas de un salón convencional. Por ejemplo, no puse ningún cartel que indicara “peluquería”. En el interior, no había productos visibles, solo espejos y sillas. La marca reflejaba nuestra naturaleza alternativa. Recuerdo ir a eventos a peinar, y cuando la gente se sentaba, encontraba una tarjeta que decía “Estudio de pelo” sin más información. No había dirección ni teléfono; nuestra comunicación también era poco convencional, apostábamos al boca a boca y nunca mostramos fotos de peinados tradicionales, eran todas cosas raras. En resumen, estábamos completamente fuera del molde. En 2019, hice una autoevaluación. Éramos un equipo numeroso y me di cuenta de que la demanda de atención conmigo era tan alta que ya no podía abarcarlo todo. Decidimos entonces cambiar el nombre a NS2, eliminando mi nombre personal y creando la marca propiamente. Además del cambio de nombre, reformulamos el sistema de trabajo: todos participamos en todas las tareas y cada uno tiene un rol protagónico en la marca. Mi visión ahora es proyectada por todo el equipo en un mismo nivel. Cuando dejó de ser “la peluquería de Nacho”, empecé a estudiar las necesidades de la mujer uruguaya. Comencé un proceso inverso al inicial, emprendiendo una búsqueda que me llevó a comprender que mi vocación está en el servicio. Me di cuenta de que quería ofrecer un servicio integral que fuera más allá del cabello. Empecé a preguntarme: ¿dónde quiero estar? ¿Cómo quiero atender a mis clientas? ¿Qué me gustaría tener? Buscaba luz, amplitud, paredes blancas y plantas. Quería diversificarme. Así nació el café: un espacio donde las clientas pueden consultar un menú y elegir lo que deseen tomar o comer. En el otro local, pedíamos café por PedidosYa porque, a veces, las clientas venían a las 10 de la mañana y se quedaban hasta las 13, o simplemente no tenían tiempo para parar a merendar o desayunar.

Lee la nota completa en la Revista Ayd nro. 322

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