Periodista de formación, artista por accidente y ceramista por destino, Aline Angeli transforma el barro de Alagoas en criaturas fabulosas que viajan del litoral brasileño a la Semana del Diseño de Milán. Esta es la historia de cómo una arcilla olvidada empezó a contar nuevos relatos, entre memoria popular y estética contemporánea.
“Mitad pez, mitad ave, mitad cualquier cosa que puedas imaginar”: así define Aline Angeli las criaturas cerámicas que brotan de su taller en Maceió, entre el saber ancestral y el arte de autor.
Por algún motivo —de esos que solo la vida y la pandemia se atreven a tramar juntos— un día cualquiera en una cocina brasileña, entre paredes blancas, ventilador de techo y un paquete de fideos de arcilla que le trajo su hija, Aline Angeli saltó. Literalmente. Saltó con la masa en las manos. Y en ese salto, entre la sorpresa y la risa, se encendió una chispa. Una que cambiaría para siempre su manera de mirar el mundo. Aline, periodista, ilustradora, comunicadora nata, no lo sabía entonces, pero acababa de entrar —con los pies en el barro y la mirada en otra órbita— en su paisaje cerámico.
En tiempos donde muchos se refugiaban en el pan casero o el yoga online, ella se sumergió en el lodo primitivo del arte. Y no fue un barro cualquiera. Fue el barro rojo, tibio y poroso del nordeste brasileño, ese que habla como si tuviera siglos, que guarda las memorias de un Brasil profundo, mestizo, silencioso, absolutamente vivo. Y como si el destino le guiara con una linterna tenue, dio con João Carlos Artífice, hijo del legendario João das Alagoas, una especie de chamán de la cerámica popular en Capela (AL), de esos que moldean más que barro: moldean tiempo, moldean identidad.
Allí, entre hornos, moldes y saberes orales, Aline aprendió a escuchar a la arcilla. A dejarse guiar por su ritmo ancestral. Pero también a contrariarla. A llevarla más allá. Porque si algo tiene Aline es eso: una pulsión por cruzar lenguajes. Por fundir memoria e invención, lo artesanal y lo autoral. Su primera serie, “Pájaros”, fue una bandada alucinada de criaturas mutantes: mitad ave, mitad pez, mitad criatura salida de un bestiario de otro planeta. Y, sin embargo, profundamente brasileñas, profundamente nordestinas. Como si la mitología de lo cotidiano emergiera sin pedir permiso desde el fondo del mar.
“Solo quería organizar una cartera en Instagram”, dice ahora, entre risas, mientras sus piezas viajan por exposiciones que ella misma ni soñaba pisar. Porque lo que siguió fue una carrera en espiral. Las fotos se compartieron, la llamaron para la 7ª Exposición de Arte Contemporáneo de Alagoas (SACA), después para Casacor São Paulo, Casa Vogue Experience, MADE. Y este año, la guinda barroca: su colección Costa dos Coral fue seleccionada para representar a Brasil en la Semana del Diseño de Milán, dentro de la muestra Chuva do Caju.
Y ahí estaban, en la Università degli Studi di Milano, entre mármoles, columnas renacentistas y vitrinas de diseño de autor, los peces mágicos de Aline: el pargo rojo, el parú, la guaiúba, el mero-gato. Todos modelados a mano, con barro de Alagoas, con esa mezcla imposible de precisión y delirio, de técnica y ternura. Eran criaturas que parecían flotar entre dos mundos: el mar y el sueño, la artesanía y el arte contemporáneo.
“Estoy feliz de que esta materia prima tan sencilla esté ocupando otros espacios”, dice Aline. Y no es falsa modestia. Ella conoce el peso de las palabras, viene del mundo de las revistas, de la televisión, de la consultoría. Su currículum podría llenar varias páginas: fue reportera de Veja, redactora de Claudia, ejecutiva de la Gazeta de Alagoas, presentadora de programas en SBT y TV Pajuçara. Pero en el barro encontró otra narrativa. Una sin titulares ni deadlines. Una donde el fuego y la espera también escriben.
Hoy, Aline forma parte del colectivo Nordestesse, dirigido por Daniela Falcão, y es una de las voces que están redefiniendo el lugar de la cerámica en el arte brasileño. No como nostalgia, sino como potencia. No como folclore, sino como lenguaje vivo. Sus “Guardianes” —figuras híbridas, mágicas, inspiradas en la Ruta Ecológica de São Miguel dos Milagres— custodian no solo el paisaje, sino una forma de estar en el mundo: más sensible, más abierta, más conectada.
Aline no pretende complacer. Sus piezas no buscan agradar a la vista, sino despertar otra forma de mirar. Porque lo suyo no es solo cerámica. Es crónica. Es diseño narrado. Es un manifiesto visual que dice, sin decirlo: aquí estamos, con nuestras formas torcidas, nuestros colores tropicales, nuestras raíces mestizas, nuestras manos manchadas. Y también: sí, podemos estar en Milán.
Fotografías Aline Angeli