En el corazón de Pocitos, un barrio que crece constantemente, todavía quedan puertas que conocieron el Uruguay de principios de siglo veinte. Es el caso de la vivienda en cuestión, que desde 1919 ha sido testigo de la transformación de nuestro querido país durante casi cien años. La propietaria cuenta que fue amor a primera vista, desde que puso un pie en esa casa supo que era su hogar; una casa de época, divina, pero necesitada de una familia que valorase su arquitectura romántica y la adaptara, respetando su pasado, a los tiempos modernos.
Maitena Amorim es la responsable de esta impresionante intervención, en la que se anima a una paleta de colores que acompaña con extremo cuidado y elegancia la estructura de la casa, de otra época. Allí vive un feliz matrimonio con sus tres hijos de entre 16 y 20 años. Él, coleccionista de objetos antiguos, se ha encargado de contribuir a la intervención de la interiorista con sus piezas de museo, que hace años elige en detalle, mientras ella, con su carácter tranquilo, acompaña y se deja sorprender por el trabajo de Maitena. Al entrar, la energía de la casa te abraza y te invita a quedarte. La armonía de cada uno de los ambientes es única y responde a la perfecta combinación de texturas y estilos.
En el living comedor, las distintas piezas interactúan entre sí, pero es, sin duda, el sillón en “L” en terciopelo y lino el que se roba todas las miradas. La elección de este color oro sorprendería a cualquiera que se haga llamar clásico, pero nos atrapa con su elegancia y atemporalidad. Sobre el mismo, la interiorista diseñó una serie de almohadones que, al combinarse, destacan en el sillón mientras le dan aun más protagonismo. El juego con el color es uno de los secretos de Maitena que se hace presente en todos los ambientes, generando contrastes armónicos y llamativos a la vez. Sobre la alfombra de fibras naturales, la mesa antigua con su pátina atípica y proporción alargada integra el ambiente y organiza el espacio, mientras las dos butacas de remate, re-tapizadas en un terciopelo, esta vez color coral, se asoman a la reunión.
El aparador oriental patinado en verde resulta perfecto para el lugar, logrando incorporar la misma paleta de colores del resto del ambiente. Arriba, dos imágenes de Buda de la dinastía Ming contrastan con los dos retratos de Gastón Izaguirre en colores fuertes y formas abstractas. En el centro del espacio, una importante araña de caireles que se enfrenta con la misma situación en el comedor.
La protagonista es esta vez la madera. Madera natural tallada a mano, en el caso de las sillas antiguas conseguidas en un remate. Para el tapiz, Maitena se inclinó por un lino color uva, en un espacio que resulta más sobrio que el anterior. La gran mesa de comedor fue traída de un casco de estancia, pero en vez de restaurarla, decidieron dejarla como estaba, rústica y con las marcas que delatan sus años la mesa ha envejecido con dignidad y entonces no pareció ser necesaria restauración alguna. Sobre la pared, la obra del artista Carlos Musse es acompañada por dos esculturas construidas en hierro y materiales reciclados, traídas desde Indonesia. Y, entre tanto color, está el espacio para la dueña de casa: un lugar tranquilo, donde acostumbra descansar y distraerse de la rutina, entre libros la sana paz que ofrece el ambiente. Manteniendo la estructura original de la casa, el acogedor espacio de lectura es típico de las casas de época, con su estructura integrada a la biblioteca que, en este caso, fue reinterpretada como cava. Los tejidos metálicos que componen las puertas a los lados son originales de la casa, al igual que los libros del anónimo abogado que habitó estos espacios por primera vez y fueron acompañando a las diferentes familias que han pasado por ahí desde entonces. Esta vez, son acompañados por otros de los artículos del coleccionista, que completan la biblioteca con un poco más de historia. El sillón fue tapizado con las telas de las hermanas Hounié, con un simpático motivo de pájaros y plantas. Sobre este, un fragmento de tela bordada de un anticuario de Beijing se destaca sobre el passepartout blanco.
En el dormitorio principal, un empapelado de rosas y molduras antiguas se apodera de todas las miradas por su escala y tamaño que impactan y, una vez más, la interiorista nos muestra alternativas para no caer en lo habitual. El terciopelo azul piedra del acolchado y los almohadones es también de la tienda de las Hounié y, sin dejar de ser original, se mantiene más tímido que la pared del fondo. El respaldo de cama en cuero es también de líneas simples y puras, logrando despegarse de las flores por su color suela, que contrasta. Las mesas de luz continúan con la asimetría del ambiente, con dos lámparas antiguas y originales. Junto a la ventana, otra obra del artista Izaguirre resalta en un rincón de colores neutros.
Para el dormitorio de las chicas optaron por colores puros e intensos. El terciopelo color oro se ve, una vez más, como protagonista del espacio y las paredes en azul fuerte hacen del espacio un lugar único.
El empapelado de Sophie se apodera del estar, en el subsuelo, generando un ambiente acogedor y cómodo. La máquina registradora antigua conseguida en un remate destaca sobre un aparador antiguo de Fez, patinado en verde. Enfrentado, como si se tratase de un túnel del tiempo, otro aparador, esta vez de madera natural y chapa, sostiene un telar y una máscara africana.
Los detalles y el cuidado en la elección de cada uno de los objetos presentes en la casa se hace evidente en un resultado final que integra distintos estilos y, sobre todo, contempla situaciones diferentes que, sin duda, quedan en la memoria de cada uno que entra.
Fotografías José Pampín