No conocíamos su obra hasta que el maestro Enrique Gómez nos habla de él, pocos meses atrás. Con notable entusiasmo Enrique nos cuenta del portento descubierto, un artista que genera obras plenas y vitales, donde el color alcanza niveles singulares de expresión y equilibrio. “Un artista que se debe tener en cuenta…”. Y es buena cosa saber que nosotros siempre prestamos atención a los comentarios de Enrique Gómez. El nombre del artista es Pablo Mailhos y su primera exposición individual se abrió al público en agosto de 2016 en la casa de la Rambla O´Higgins y Motivos de Proteo. Recorrer su obra significa toda una sorpresa que, desde ya, deseamos compartir con ustedes.
En su familia la pasión por el arte era natural y de alguna manera exultante. El padre de Pablo Mailhos ofició de maestro y —lentamente pero con singular certeza— le enseñó el mundo de las artes todas, deteniéndose con especial énfasis en la pintura. El gesto del arte, la impronta de los grandes volúmenes, la preocupación por la estética y la necesidad de construir a partir de estos pilares lo condujo hasta la Facultad de Arquitectura, a la cual ingresa en el año 1982. Luego de recorrer un camino que de alguna forma lo mantuvo vinculado a su pasión —trabajó durante más de veinte años como operador inmobiliario e interiorista—, finalmente asume la necesidad de concentrarse en su pasión. En el año 2012 ingresa a la Fundación de Arte Contemporáneo del Uruguay que dirigía Fernando López Lage y desde entonces se ha dedicado a pintar y a participar en talleres sobre pintura, seminarios sobre coleccionismo y crítica de arte, así como a diversos programas de formación permanente. En este tramo del camino ha participado con sus obras en diversas muestras colectivas. Ahora emprende el desafío de su primera exposición individual.
Atmósferas sutiles para la arritmia del color
“El primer rasgo que trasmite la pintura de Pablo Francisco Mailhos es una clara sinceridad autoral, sus pinturas podrán gustar mucho o no tanto, eso es siempre una cuestión de preferencia subjetiva. Pero la franqueza que irradian sus imágenes ostentan una gozosa vitalidad, un vínculo entrañable entre quien crea la pintura, la va elaborando, la va modulando, hasta sentir que el proceso ha llegado a una primera conclusión. La segunda sobrevendrá cuando quien la recibe le da consumación definitiva en sus ejercicios introspectivos. Existe, además, una pureza de planteo pictórico que estaría subrayando esa saludable franqueza. No son composiciones de grandes dramatismos ni de refinamientos elegantes. Hay una cierta mesurada tensión entre las distintas áreas. Un juego de fluidas imbricaciones entre zonas de una contenida sensualidad y entramados que se fusionan en ellas de manera casi displicente. En ocasiones, parece inminente una cierta irrupción tempestuosa pero no hay peligro: todo se diluye en las hermosas sonoridades musicales que entrelazan áreas de color, suaves texturas y un dibujo delicado, temeroso de imponer sus filigranas inciertamente cuadriculadas…”
Con estas palabras, el gran Alfredo Torres presenta al autor en el catálogo editado para la muestra. Más adelante agrega refinados conceptos que establecen un marco claro para ubicar la obra de este autor que ahora se presenta para contar sus historias y trasmitir un claro caudal de sensaciones y emociones.
“En todo relato visual existe una condición imprescindible que es previa a todas las demás, a toda estimación analítica o cualitativa. Esa condición reside en la sinceridad con que el artista propone dichos relatos. La autenticidad sensible, el interés creativo. Y, más allá de toda posible influencia consciente o inconsciente, una afinada singularidad. Conste que he dicho singularidad y no originalidad. Tras varios siglos, cualquier pretensión de originalidad es tan solo una entelequia inútil. Lo realmente importante es que el artista descubra su capacidad para jugar con las combinaciones cromáticas, la particular sutileza y la gracia formal que instaura escenografías propias. Lamentablemente, un importante sector del arte que se produce en estos tiempos ha descuidado esa premisa esencial. Antes que la honestidad hacedora, la búsqueda visceral del cómo y del para qué, se elige la superficialidad, la trasgresión insustancial, los fuegos fatuos, es decir, casi el vacío.
La misma sinceridad que Pablo Mailhos manifiesta en sus presupuestos creativos y en su sintaxis formal llega a instaurar una densidad semántica en el complejo mundo de los significados… este artista mira, captura, en ocasiones ve, en otras apenas visiona. Pero todo el repertorio visual que el medioambiente va ofreciendo sedimenta lentamente, va permeando la sensibilidad, trasformando lo reflexivo en algo casi mágico. Es un archivo de formas y colores, de circunstancias, de una extraña persuasión, es decir, un mundo que antes pudo ser ajeno pero que termina siendo arraigadamente propio. Después de un tiempo, lo que antes solo eran mensajes dispersos de la realidad, demoradamente, se transforman y emergen en escenas impensadas. Un mundo deslumbrante comienza a nacer y concreta imágenes prodigiosas. Verdes primaverales se combinan con naranjas y rojos otoñales. Luces diurnas parecen enlazarse con irradiaciones nocturnas. Planos de colores dóciles o vigorosos parecen someterse a una encantadora precariedad compositiva. En otras ocasiones, azules luminosos evocan un cielo que supo ser y ya no está. En medio de ese diversidario cromático, rítmicamente surge el co-protagonismo de cuadrículas, de retículas, triangulaciones, espirales alargadas y sinuosas. Lo que antes de la primera pincelada pudo ser un apacible paisaje interior, se multiplica ahora en escenas radiantes, vitales, plenas de un delicioso y cautelosamente delirante empuje vital. “
Imágenes Pablo Mailhos