Casa AYD – Vidas habitadas

Oh, pero qué error pensar que el diseño es solo forma, solo trazo, solo geometría bien peinada en un render fotogénico. No, señor. Diseñar es, en el fondo, un acto escandalosamente humano. Es preguntarse, con las manos en el cemento fresco y la cabeza en la constelación de los días comunes: ¿cómo habitamos el mundo?

Casa AYD abre sus puertas. Luego de meses de trabajo en la recuperación de un edificio abandonado que aún espera por su destino, inexorable y seguramente mejor, nuestra revista lo ocupa para desplegar sus contenidos en una experiencia única. A partir de agosto y hasta fines de año será escenario para exposiciones fundamentales: Art & Wine, arte contemporáneo bien regado por los mejores vinos uruguayos y del mundo; el III Foro de Arquitectura y Urbanismo, que este año suma un singular salón inmobiliario; Montevideo Diseña, la clásica exposición de la Casa AYD con los más talentosos diseñadores e interioristas locales y arquitectos del Uruguay; la exposición de arquitectura contemporánea local más completa.

Esta casa —no, esta criatura de concreto sensible, este bloque con alma— no se pasea. Se respira. Se escucha. Te susurra secretos cuando piensas que estás solo. Sus muros no solo contienen: murmuran. Sus muebles no solo sirven: relatan. Las atmósferas no solo decoran: ¡te atraviesan! Cada habitación es una biografía no autorizada. Cada detalle es un grito, un susurro, una declaración jurada frente al tribunal invisible del gusto y del tiempo. Bienvenidos, entonces, a una exposición que no se cuelga en muros ni se encierra en vitrinas. No, no. Esta se vive en carne propia. Aquí, el diseño no se muestra. Se encarna.

Una idea fuerza
Montevideo, año 2025. La ciudad respira diseño por cada poro de su arquitectura, pero en una esquina detenida en el tiempo, la Casa de Arte y Diseño decide prenderle fuego (simbólico, claro) a la idea convencional de “exposición”. No más paredes blancas ni carteles discretos. Lo que se inaugura aquí es un teatro habitable, un poema tridimensional, una novela caminable escrita con luz, color, texturas y silencios.

Una casa de revoque áspero y sin concesiones maquilla, tres niveles, 34 espacios y 74 ideas, como si fuera una escena. Un guion visual. Una instalación que no pide permiso. El visitante —pobre iluso que cree que viene a mirar— entra y, sin saberlo, se convierte en actor, en testigo, en cómplice. Los personajes que habitan este universo no existen: aquí hay mujeres y hombres, criaturas vivas, con emociones reales, piezas en una atmósfera que nos muestra cómo el diseño no adorna, revela.

No organiza: emociona. No impone: vibra. Lo que se despliega a vida como debería serlo todo: vibrante, inquieto, imperfecto. Una vida donde los objetos no son mudos, y los espacios no son neutros. Donde el diseño deja de ser catálogo y se convierte en latido, historia.

Primera cita: Art & Wine Experience Uruguay – Un país servido en copas y colgado en las paredes

Del 15 al 23 de agosto, la Rambla de Pocitos dejará de ser simplemente un paseo maleconizado frente al mar para transformarse en el epicentro de una revelación. En una locación inédita —esquina de Rambla República del Perú y Luis Alberto de Herrera—, más de 60 artistas consagrados y emergentes, junto a 20 bodegas del Uruguay y la región, compartirán escena en la primera edición de Art & Wine Experience Uruguay, una mega exposición de 2000 metros cuadrados que no solo se mira o se degusta: se vive.

Organizar una exposición de arte, en estos tiempos donde todo parece efímero y calculado, es casi un acto de rebeldía. Y a ese gesto se suma la voluntad de convocar al público cómplice —ese noble fermento que narra mejor que nadie la historia de un territorio—, entonces estamos frente a una empresa épica.

Porque el arte y el vino comparten algo más que la vocación por la belleza: comparten la resistencia.

Ambos se enfrentan, día a día, al vértigo de la superficialidad, al olvido fácil, a la banalidad del algoritmo. Pero nada de esto sería posible sin los dos nombres que trabajaron con el oficio de respirar al lado: Andrés Castro y Georgina Gil. Él, con su instinto de productor total, supo imaginar la escala del evento cuando todavía no había ni planos, ni obras, ni copas servidas. Con la paciencia de un enólogo y la mirada de un escenógrafo, Andrés trazó los caminos invisibles que permiten que hoy esta maquinaria cultural funcione sin estridencias, pero con precisión.

Y ella, Georgina, con su inteligencia curatorial y su oído fino para los matices, asumió la dirección de un comité de admisión que se apartó, con elegancia, de las vanidades habituales del medio artístico. Pero nunca sin visión clara: una estructura que la sostiene, un alma que transforma la ideas en hechos.

Entradas disponibles en Passline.

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