Inmersos en un mundo de cambios tan sorprendentes como acelerados, se hace difícil la adaptación y más aún la comprensión de los factores y contingencias que los provocan. Por ser una actividad más del ser humano, el arte no escapa a los giros e inflexiones de esta realidad.
De todas maneras, es posible aseverar que, con la consolidación de las leyes del mercado global, la industria cultural (impensable sin una sociedad de masas) ha logrado pasteurizar y administrar significados simbólicos y culturales para adaptarlos a la lógica de la mercancía. Y si bien bajo la máscara del entretenimiento y la distracción, esto lleva implícita la pretensión del control social, no es menos cierto que la sociedad de masas es campo abonado para la aceptación de esas proposiciones y de esos productos más livianos al paladar.
Andrés Barboza pertenece a un particular y arriesgado grupo de artistas plásticos, quienes escapando a la corriente de estandarización (que hace sospechosamente parecidas las obras de artistas de los más variados países y realidades) persisten en una estética que contiene en sí misma la dialéctica de afirmación y crítica.
Sus obras organizadas en composiciones levemente inestables y equilibradas con sutileza, atrapan misterios que no pueden trasmitir las palabras. Texturas rústicas sobre soportes planos o piezas tridimensionales ejecutadas con los materiales más humildes, son testimonio del quehacer aún no domesticado, aún resistente, de un hombre joven que cree que el arte no necesita uniforme, ya que tiene algo para decir fuera de las normas, por más que éstas se vistan de contemporaneidad.
Fotografías Andrés Barboza