PUEBLO RIVERO

Punta del Diablo sugiere atmósferas y propone sensaciones. Aparece como territorio propicio para una arquitectura que busca lo nuevo, se anima a la experimentación y pone a prueba la creatividad. Este es el caso de Pueblo Rivero, que escapa del convencionalismo y presenta un proyecto innovador, llamativo y, sobre todo, diferente; sin dejar de lado la estética de la zona, ese dejo de sencillez característico del balneario. Entre subidas y bajadas, calles de tierra, puestos de artesanos y demás edificaciones, Pablo Tórtora encuentra el modo de dejar su huella marcada. El arquitecto, con una afinidad personal por el lugar, asume el desafío de modernizar el concepto de cabaña tradicional. El significado se redescubre, se ajusta al tiempo y al espacio.

Pueblo Rivero se aprecia desde la distancia, sobresale entre sus pares, demanda atención. Hay una presencia, un contraste, pero es el contraste de la novedad y no de la discordancia. El proyecto se amolda al entorno y estudia la posibilidad de una conexión con el medio desde nuevas configuraciones. Uno se va acercando y nota líneas o texturas tradicionales mezclarse con ideas frescas, actuales. Claro que la arquitectura siempre es cuestión de gustos, pero el anhelo de pertenencia es visible y su originalidad, un hecho. No es casualidad que la gente pare a sacarle fotos, como sucede a menudo.

Con la chapa curvada como principal protagonista y disparadora del proyecto, tres eran el resto de las variantes a contemplar: el máximo aprovechamiento del terreno, la reglamentación de techos inclinados que se indica para la zona y las visuales al mar. Sobre 1000 mts2 de superficie se dispuso construir casi 500 mts2 en dos y tres niveles. Y como se pretendió evitar la tipología de bloque, que a veces figura un tanto aparatosa, se optó por realizar cuatro cabañas con dos unidades por volumen. La implantación de las mismas se resuelve rotando las plantas, para lograr —dentro de las posibilidades— vistas hacia la Playa Rivero desde la totalidad del complejo.

Se utilizó el Sistema Curvin (de la empresa argentina que lleva el mismo nombre) que permitió el diseño continuo de fachada y techo y facilitó la curvatura a medida de la chapa acanalada.
Las complejidades a resolver: el empleo de la chapa, que en ocasiones puede leerse como material industrial con un fin residencial y, más importante aún, la adecuación de la imagen final del proyecto al balneario. Para ello, materiales y forma sirvieron de ayuda. La utilización de elementos como el hormigón o la madera contrarrestan la austeridad de la chapa y otorgan calidez al conjunto. El equilibrio se alcanza y el resultado es una combinación de materiales propia de las edificaciones vecinas. La superficie de chapa se levanta desde la fachada posterior y envuelve al volumen, simula la cresta de una ola. Un recurso que logra el diálogo entre la arquitectura y este entorno tan peculiar, además del quiebre con cualquier indicio de rigidez que pueda haber quedado. La envolvente creada cierra intencionalmente la fachada hacia atrás y la abre hacia el mar, método que genera un grado de privacidad entre las cabañas.

En planta baja, el baño, la cocina integrada y el estar con estufa a leña conforman el ambiente principal. A estos se suma el exterior con parrillero y pérgola. En un segundo nivel dos dormitorios y para aquellas cuatro unidades que cuentan con un tercer nivel, un dormitorio extra. El espacio está pensado con un notorio cuidado. La planta funciona a la perfección: no existen áreas residuales, cada centímetro es aprovechable y la luz natural enciende el interior de las viviendas. El protagonismo lo roban materiales como la madera o el cemento alisado. Todo esto ayuda a que los ambientes se muestren libres y amplios; y tiende al predominio de la serenidad.

Los interiores son fruto de la diseñadora peruana Adriana Sánchez. Los espacios limpios y claros siguen los parámetros de la arquitectura, buscan la armonía. Los tonos tierra, la gama de azules y el blanco predominan, evocan el paisaje natural circundante. Las luminarias y muebles intentan servir a este propósito. Se utilizaron objetos de decoración orgánicos, madera, tela, texturas, plantas y piezas encontradas en las cercanías de la playa. La naturaleza se manifiesta en cada ambiente; Punta del Diablo, también.

ACERCA DEL AUTOR

Pablo Tórtora, Arquitecto. Nace en Montevideo (1978) y es egresado de la Facultad de Arquitectura de la Universidad de la República, Uruguay.

Durante 10 años obtiene experiencia como colaborador en diversos estudios de arquitectura de Uruguay y España. Ente ellos Graetz-Moraes, KGM arquitectos, Sprechmann-Danza-Tuset, Carlos Manzano (Madrid), Kawamura-Ganjavian (Madrid), Fernandez-Capurro y Estudio Ferber.

Como complemento académico ha participado en cursos de actualización profesional sobre el sistema constructivo Steel Framing (Argentina) y Arquitectura Bioclimática en Universidad ORT.
Actualmente cursando Postgrado de “Especialización en Desarrollos Inmobiliarios” en la Facultad de Arquitectura, Universidad ORT.

Desde comienzos del año 2011 decide abrir su camino como profesional independiente desarrollando proyectos y dirección de obra.

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