Nuevos mundos… aquí nomas. La Tahona

 

Llegar hasta La Tahona desde el centro de Montevideo es, más que un desplazamiento, una ceremonia de tránsito. La ciudad, con su ruido de bocinas y su ansiedad, se diluye poco a poco a medida que uno avanza hacia el Camino de los Horneros. Las tensiones se disuelven como una bruma que se aparta del camino. El aire se vuelve más puro, el horizonte más abierto. En ese tramo final, cuando la ruta se ensancha y el silencio empieza a hablar, recuerdo mi primera visita a Lomas de La Tahona. Me sorprende pensar cuánto ha cambiado el paisaje.

 

Por la Ruta Interbalnearia, el crecimiento es visible, casi desafiante. Donde antes había potreros, hoy se levantan locales, tiendas, centros comerciales. Car One y Tienda Inglesa ya desembarcaron acentuando el proceso de desarrollo de la zona y confirmando que la ruta ha dejado de ser una vía de paso para transformarse en un eje vital de expansión urbana. Y no puedo evitar pensar que esa vitalidad, ese movimiento, tiene su origen en el trabajo obstinado y silencioso de una familia que, hace tres décadas, creyó en lo imposible: los Añón. Entre ellos, Leandro Añón, fundador y actual CEO del Grupo La Tahona, es una figura singular. Siempre joven, su energía parece venir de una fuente secreta que no se agota. Su mirada es clara y penetrante, la de quien sabe leer el territorio antes que los planos. Habla con una fluidez apasionada, pero su entusiasmo no distrae: detrás del tono cálido y convincente hay una mente estratégica, precisa, un hombre que mide con rigor cada palabra que dice. Viste informal —camisas abiertas, mocasines, jeans—, pero en el más estricto sentido del término, es un hombre serio, uno de esos que entienden que la seriedad no está en el gesto, sino en la consecuencia.

Caminar o conducir por el Camino de los Horneros es ahora una experiencia reveladora. A los costados se despliegan viñedos y olivares, casas de líneas contemporáneas que dialogan con la topografía, jardines cuidados con una devoción casi artesanal. A las cuatro de la tarde, el Llegar hasta Altos de la Tahona desde el centro de Montevideo es, más que un desplazamiento, una ceremonia de tránsito. La ciudad, con su ruido de bocinas y su ansiedad, se diluye poco a poco a medida que uno avanza hacia el Camino de los Horneros. Las tensiones se disuelven camino vibra con el pulso de una comunidad viva: obreros que regresan de las obras, arquitectos revisando detalles, madres y padres que recogen a sus hijos de los colegios. Más de 60 obras están en ejecución, distribuidas en las seis urbanizaciones ya habitadas. La sensación es la de una ciudad en perpetua gestación.

Todo comenzó treinta y cinco años atrás, cuando un grupo de vecinos de Carrasco se atrevió a imaginar un nuevo modo de habitar. En un Uruguay aún indeciso entre la nostalgia y la apertura, concibieron la idea de traer al país un modelo que prosperaba en Argentina: el club de campo, la fusión de naturaleza, deporte y comunidad. Fue una intuición audaz, y en el centro de esa intuición estaba Leandro Añón, joven, perseverante, con una fe casi obstinada en el valor del tiempo y del trabajo.

Añón recuerda aquellos días con una mezcla de asombro y afecto:

“La compra de la tierra fue un momento muy importante —dice—. Montevideo estaba vedado; había que buscar en Canelones, cerca, pero con condiciones para un campo de golf. Las tierras debían tener movimiento, elevación. La Tahona era el nombre del campo original, con más de cien años. Las tahonas eran molinos movidos por caballos. Así empezó la historia.”

En torno a esa convicción se formó un grupo inversor pionero. Participaron Samuel Flores Flores, arquitecto visionario cuyo proyecto inicial sentó las bases del futuro desarrollo; Luis García Belmonte y su familia, junto a un núcleo de uruguayos y españoles que aún hoy acompañan el proyecto. Por entonces, el terreno elegido no tenía nada: ni luz, ni agua, ni accesos. Solo un camino de balastro y dos badenes que se volvían ríos con las lluvias. Los estudios de mercado desaconsejaban la inversión, pero el estudio Armas supo hallar la fórmula técnica y económica que la haría viable.

En aquellos años fundacionales cuando el término “barrio privado” era casi un tabú, Canelones carecía de normativa alguna para regular estas urbanizaciones. Todo era experimentación. Mientras la expansión demográfica se extendía hacia El Pinar y Solymar, Lomas de La Tahona surgía como un gesto de rebeldía: una apuesta por la calidad de vida, el verde, la seguridad y la integración con la naturaleza. La gesta comenzó en 1992, pero los permisos recién llegaron ocho años después. Fue entonces cuando nació Lomas de La Tahona, originalmente llamada Lomas de Carrasco, y pronto se transformó en un fenómeno. Los primeros en instalarse fueron Raúl Alfredo y Daisy Storm, y fue Daisy quien, con humor y visión, dijo que, si los Arocena habían fundado Carrasco, ella fundaría Lomas de Carrasco. Hoy son más de quinientas familias las que viven allí, un microcosmos de historias cotidianas unidas por un mismo paisaje. El golf, elegido desde el comienzo como emblema, no era una frivolidad sino un vínculo simbólico con la tierra. Todas las parcelas miran hacia el campo, como si el verde fuese un espejo de la vida. Y poco a poco, el prejuicio inicial se diluyó: La Tahona no era una fortaleza cerrada, sino un espacio abierto, un club de vida. Las calles se convirtieron en palieres, el restaurante en un punto de encuentro, y el vecindario en una comunidad.

Hoy, La Tahona puede duplicar lo realizado en los próximos quince años. Ningún otro emprendimiento en el área metropolitana iguala su escala ni su coherencia. Es, más que una urbanización, una idea de país: golf, viña, olivos, agua, naturaleza, y también caballos y una intensa actividad hípica, comunidad. Una visión que ha trascendido el negocio para convertirse en cultura. Ese modelo ahora se expande con una plataforma que busca replicar el concepto en otros puntos de Uruguay y de la región. Una evolución natural para un proyecto que nació con vocación de permanencia.

Cuando cae la tarde y el sol incendia los lagos, el paisaje adquiere una serenidad casi espiritual. Las casas, alineadas sobre los campos verdes, reflejan la madurez de una idea que fue sembrada con paciencia y trabajo. Y entonces uno comprende que La Tahona no es solo un lugar, sino el resultado de una manera de mirar el mundo: la mirada de Leandro Añón, curtido por el tiempo, que aprendió a leer la vida como se leen los surcos en la tierra. Con fe, con visión, con esa mezcla de realismo y esperanza que solo los verdaderos emprendedores conservan intacta.

La cultura La Tahona

Desde el principio, hubo una mirada. Una mirada clara, penetrante, que veía más allá de los campos húmedos y los caminos de polvo que se extendían en el horizonte. Era la de Leandro Añón, con una personalidad definida por una mezcla rara de intuición y obstinación que distingue a los colonizadores. Allí, en lo que más tarde sería conocido como La Tahona, comenzó a gestarse una forma de entender el territorio y la vida, un modo de construir comunidad que con el tiempo se transformaría en cultura.

Añón siempre fue un hombre de acción. Su decir fluido, apasionado, contrasta con la serenidad de quien ha aprendido a escuchar antes de decidir. Viste informal, pero no hay nada improvisado en él: es, en el más estricto sentido del término, un hombre serio. Su manera de pensar el desarrollo nunca se limitó a la especulación inmobiliaria; fue, desde el inicio, un ejercicio de imaginación social. Entendió que urbanizar no era solo trazar calles ni repartir lotes, sino crear un hábitat donde las personas pudieran proyectarse. Y eso exigía algo más que ingenio técnico: exigía una visión.

Con los años, aquel impulso inicial se ramificó en múltiples proyectos —Lomas, Altos, Viñedos, La Toscana, Chacras, Mirador,  Cavas—, cada uno con identidad propia, pero unidos por un mismo hilo conductor: la idea de comunidad. Hoy, La Tahona es mucho más que un conjunto de barrios; es una trama viva de relaciones, una forma de pertenencia. Quien habita allí no solo compra un terreno: se integra a una manera de vivir, a un paisaje compartido que ha sabido conservar su equilibrio entre lo natural y lo humano.

Leandro Añón, como fundador y actual CEO del Grupo La Tahona, ha sabido mantener intacta la energía de los comienzos. Habla con la misma pasión con la cual presentó en su momento el primer lote, de los proyectos por venir; se detiene en cada detalle, pregunta, escucha, corrige. Es un empresario que no delega la sensibilidad del terreno: aún camina entre los árboles, observa el crecimiento de las plantas, mide con la vista el horizonte. Porque para él, el futuro de La Tahona sigue estando allí: en el diálogo permanente entre la naturaleza y la obra humana.

Bajo su conducción, el grupo se consolidó como una empresa sólida, con un equipo de dirección comprometido y una proyección sostenida hacia el futuro. Pero lo más importante —y lo que Añón defiende como su legado más profundo— es la cultura La Tahona: una ética del hacer bien, del trabajo en equipo, del respeto por el entorno. Una cultura que no se enseña en manuales ni se impone por decreto, sino que se transmite en el ejemplo cotidiano, en la manera de encarar cada decisión con sentido de responsabilidad y pertenencia.

La cultura La Tahona no es una consigna —suele decir Añón—, es una práctica”. Y en esa práctica se condensan tres décadas de experiencia, de aprendizajes, de desafíos superados. Lo que empezó como un sueño personal se convirtió en un modelo que ha inspirado nuevas urbanizaciones, nuevos modos de entender la vida suburbana, nuevas formas de comunidad.

Hoy, el paisaje que se extiende sobre Camino de los Horneros es la expresión tangible de esa visión. Cada barrio, cada espacio verde, cada sendero refleja un mismo espíritu: el de una idea que supo enraizarse en el tiempo sin perder vitalidad. El éxito de La Tahona no se mide solo en hectáreas o en metros cuadrados, sino en la vida que allí ocurre, en la convivencia de familias que crecieron junto con el lugar, en la memoria compartida que se renueva generación tras generación.  Porque La Tahona no es solo un lugar: es una manera de mirar el mundo. Y Leandro Añón, su creador, sigue siendo ese hombre que camina con paso firme y mirada clara, convencido de que aún hay nuevos mundos por construir… aquí nomás.

MASTERPLAN LA TAHONA BARRIOS ILUSTRADO POR MARU ELORZA

 

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