Fue el azar que una tarde, semanas atrás, me detuviera frente a la fachada principal del edificio de Viñoly, en el Aeropuerto. Entonces llamó mi atención un volumen que se asomaba ligeramente sobre uno de los vanos laterales que soportan a esa gran caparazón que define formalmente al edificio. Tomé nota y algo resultaba incongruente con la propuesta plástica general de la estructura. Rafael ya no está, pero su Estudio, ahora liderado por Román su hijo, sigue trabajando. Días después, al recordar el hecho y siempre procurando información para alimentar la crónica de nuestras revistas, intenté averiguar de que se trataba, quien había proyectado la obra, y en definitiva de que se trataba. El Estudio Viñoly, que tiene oficinas en Montevideo y dirige el Arquitecto Sebastián Golberg no sabe nada. En las oficinas del aeropuerto tampoco me pudieron informar acerca de la obra que no cuenta con cartel ni los créditos correspondientes. He entendido que se trata de una obra procesada internamente. Luego de un par de semanas comprobé que se trata de una obra encargada por la administración del Aeropuerto, se trata de la construcción de una suerte de cochera VIP y la verdad, no parece estar bien resuelta. Se nota demasiado.
El Aeropuerto Internacional de Carrasco, una de las obras más emblemáticas del arquitecto uruguayo Rafael Viñoly, se ha convertido en un referente no solo de la arquitectura moderna, sino también de la identidad visual de Uruguay. Inaugurado en 2009, su diseño de líneas limpias y fluidez espacial ha sido admirado internacionalmente por su capacidad para integrar funcionalidad, estética y contexto natural. La estructura, que combina materiales como el acero, vidrio y concreto, y su techado ondulado que parece fluir hacia el horizonte del Río de la Plata, refleja la visión de Viñoly de crear un espacio que no solo sirviera como un punto de tránsito, sino como un símbolo de modernidad y apertura.
El diseño original del aeropuerto fue concebido de manera que contemplara el crecimiento y la evolución del espacio. Viñoly, con su visión de largo plazo, pensó en una estructura flexible que pudiera adaptarse a las necesidades del futuro sin perder su esencia. Sin embargo, estas obras de remodelación alteran de manera significativa el diseño original. Esta intervención no solo genera desequilibrios visuales y armónicos en el conjunto, sino que también pasa por alto la planificación de crecimiento que el propio Viñoly había previsto para el aeropuerto.
A pesar de que el estudio Viñoly se ofreció a colaborar para resolver las necesidades operativas del aeropuerto sin perder la esencia de la obra, su propuesta fue rechazada. En su lugar, se están llevando a cabo modificaciones que no solo afectan la estética, sino que también ponen en riesgo el legado de uno de los edificios más importantes de la arquitectura contemporánea uruguaya.
Las alteraciones propuestas podrían transformar un proyecto que fue concebido como una obra de arte funcional, donde cada detalle tiene un propósito, en un espacio más común y menos pensado en términos de experiencia. Si bien es comprensible que surjan necesidades de adaptación a lo largo del tiempo, el hecho de no contar con los mismos arquitectos que diseñaron el espacio plantea un problema profundo: ¿cómo podemos valorar la arquitectura como un patrimonio cultural si permitimos que sus características más distintivas sean modificadas sin el debido respeto por la visión original?
El Aeropuerto Internacional de Carrasco es más que una infraestructura; es un testimonio de la capacidad de Uruguay para integrar la modernidad con su entorno natural. Alterar este diseño no solo significa cambiar la apariencia de un edificio, sino también despojar al país de una de sus obras más significativas en términos de patrimonio arquitectónico y cultural.
Diego Flores