Un muro de piedra se superpone a la fachada de la casa, como una máscara, cubre parcialmente al edificio aportando una textura que enriquece plásticamente la suave y perfecta superficie del plano que luce revocado y pintado. La Arquitectura es también magia y poesía. Y tiempo. Por esa razón el diseño demora el ingreso a la casa y desarrolla un pequeño atrio que a un lado genera el acceso a la casa y en otro el acceso vehicular.
La puerta de acceso a la casa es una chapa de barco enmarcada con pinotea. A esta, se le agrego un tirador antiguo rescatado de una casa de demoliciones. Los marcos de hormigón lustrado donde se encajonan las aberturas de aluminio fueron trabajados con especial cuidado, la preocupación es clara, el aspecto contemporáneo del aluminio no podía contrastar con la plástica rústica pretendida para el edificio. El hall de acceso es marcado por una pared de piedra que prolonga el efecto del muro que enmascara la fachada principal. Funciona como división para el espacio cocina.
La ubicación de las ventanas evidencia una clara preocupación por capturar las mejores vistas generando a la vez ingresos de luz natural en todos los ambientes interiores. Su disposición impone un ritmo plástico que vincula los interiores con el exterior.
El tratamiento de la planta interior es claro y ubica en un ala los espacios íntimos y en el otro los sociales. El punto de encuentro es la cocina, un espacio amplio con una isla que oficia de desayunador y tres hojas de madera, dispuestas sobre rieles, que permiten una integración plena con el living – comedor y eventualmente la aíslan totalmente. Los habitantes suelen reunir a la familia y recibir amigos en casa, con lo cual el proyecto previó un cuarto de estar y comedor que se funden en un único espacio.
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Redacción Diego Flores
Fotografía José Pampín
