El solar propuesto al Arquitecto se ubica en una suerte de segunda o tercera fila con relación a la playa, en una elevación natural y la ausencia de infraestructura lejos de constituir un problema resultó en un aliciente, el autor comenzó a soñar con la implantación respetando la condición de virginidad del lugar. Así es que el viaje desde el camino hasta la casa es natural y salvaje, apenas acondicionado, recorrerlo supone toda una experiencia sensorial y emocional.
La materialidad de la obra se apoya en el paisaje del lugar y entonces cuenta con madera y paja. Luego la lectura de ese paisaje impuso un recorrido, que la Arquitectura además de largo, ancho y altura, también es tiempo, magia y poesía.
La implantación se resolvió al borde de una duna que como un mojón natural establece un límite, también natural. A la casa llegamos por la parte alta del terreno, luego de un largo camino resuelto con estructuras de madera de lapacho boliviano. La casa es un juego de volúmenes geométricos simples, un cuadrado y un rectángulo que se unen por intermedio de corredores, algo así como galerías parcialmente techadas con paja.
El proyecto genera una plataforma sobre el borde de una cañada que desemboca en la playa. Cuando llueve el caudal de agua es importante y se genera una especie de lago que busca luego esa suerte de barra natural que se da en los desagües de las pendientes naturales de nuestra costa. En ese lugar se presenta una construcción en madera y con cubierta de paja que desafía la erosión natural del lugar, con vientos oceánicos que modelan y trabajan esa piel de arena que define al paisaje con el efecto achaparrado de la vegetación natural, con pinos y acacias que ya se adaptaron al lugar y se mezclan e integran con la flora autóctona.
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Redacción Diego Flores
Fotografía Marcos Guiponi