A veces, la arquitectura acierta a detener el tiempo. No a congelarlo, como lo haría una fotografía, ni a embalsamarlo, como una ruina melancólica, sino a suspenderlo suavemente, como una respiración honda, como un instante de plenitud que se estira sin prisa. Eso es lo que ocurre en Well, el conjunto de viviendas ubicado en el Parque Miramar, en Canelones, donde tres edificios, apenas insinuados entre los árboles y reflejados en la lámina quieta de un lago central, proponen algo más que una forma de habitar: una forma de estar. Desde sus primeros trazos, este proyecto fue pensado como un todo orgánico, discreto, casi silvestre. No hay estridencias ni gestos heroicos: lo que hay es una búsqueda persistente —y profundamente humana— por conectar con el entorno, con el clima, con el lenguaje constructivo local y con los hábitos de quienes allí vivirán. La arquitectura, aquí, no se impone: se entreteje con la vida. Los tres edificios se disponen con delicadeza alrededor del lago, que no es un adorno, sino el corazón emocional del conjunto. Desde todas las unidades, la presencia del agua se intuye, se vislumbra, se escucha. Las salas de estar se vuelcan hacia ese paisaje central como si quisieran abrazarlo. Grandes ventanales, terrazas, puertas corredizas: todo parece conspirar para borrar los límites entre lo doméstico y lo natural. Debajo, una solución casi invisible: un único nivel de estacionamiento que se extiende por todo el terreno y que, gracias a un juego sutil de terrazas ajardinadas, desaparece de la vista sin renunciar a su funcionalidad. Así, los automóviles y los vehículos de servicio son desterrados del campo visual sin estridencias, permitiendo que lo que prime sea el verde, el agua, el cielo.
La arquitectura no se limita a resolver. Aquí, también sugiere, insinúa, propone. Las plantas no se repiten: se desplazan, se retuercen, se abren. Los balcones flotan como escamas, los voladizos se asoman con tímida audacia. Nada es simétrico, pero todo está en equilibrio. Desde las cubiertas y pérgolas descienden columnas verdes, jardines colgantes que actúan como cortinas vegetales, suavizando el impacto visual y reintroduciendo la naturaleza allí donde suele expulsarse. Junto al lago, una piscina rectangular parece prolongar el espejo de agua. A su alrededor, los jardines comunitarios respiran con amplitud, y dos pabellones —uno multiusos y otro dedicado al gimnasio— completan el conjunto. En sus azoteas, más jardines. Y un muelle, hecho de madera noble, conecta la terraza con el agua, invitando a los residentes a practicar deportes acuáticos, o simplemente a sentarse, con los pies colgando, a mirar el atardecer.
Well es un proyecto que parece haber sido diseñado no solo con planos y medidas, sino con tiempo y paciencia. Es una obra que no responde a las urgencias del mercado ni a las modas del momento, sino a una convicción más profunda: que la buena arquitectura es aquella que se funde con el lugar, que respira con sus habitantes, que deja que la vida pase a través de ella. En un mundo que corre, Well propone quedarse.
Fotografías: Nico di Trápani / DDC Desarrollos