Un edificio, un gesto. Brusco de Ixou

El centro de Montevideo, ese corazón antiguo donde la memoria de la ciudad se pega a cada piedra y se filtra por cada vereda, despertó de repente al encontrarse con BRUSCO. No era solo un edificio, sino un gesto, un soplo que la ciudad parecía haber esperado sin saberlo, un pulso nuevo que corría entre las fachadas desgastadas y los ventanales del viejo Mercado de la Abundancia.

Allí, en la manzana que se abre como un libro entre la calle Ejido y los callejones que guardan historias de siglos, BRUSCO atraviesa la ciudad de Norte a Sur y de Este a Oeste. Los pasajes interiores se despliegan en un juego de luz y sombra: espacios cubiertos donde el aire se cuela con suavidad, semis cubiertos que invitan a la pausa, patios abiertos que respiran con la ciudad. Cada rincón parece haber sido pensado para sorprender al transeúnte: un sonido inesperado, el reflejo de la luz sobre un piso pulido, la transparencia de un vidrio que deja entrever la vida que bulle adentro.

Las tres piezas, de alturas diferentes, surgidas de la imaginación de Mathias Klotz desde Chile y Edgardo Minod desde Argentina, no son solo torres: son miradores de la ciudad, balcones desde los cuales Montevideo se contempla y se reconoce a sí misma. Las unidades residenciales y el hotel laten con una vida contenida; los locales comerciales ofrecen aromas y colores, voces que se mezclan con el tránsito, con el murmullo de los peatones, con el viento que baja desde la Rambla.

BRUSCO no invade la ciudad: la acompaña, la dialoga, la despierta. Cada paso dentro de sus pasajes, cada giro entre sus espacios abiertos, es un recordatorio de que la arquitectura puede ser también narrativa, puede contar la historia de una ciudad que se renueva sin olvidar su pasado, que encuentra en lo contemporáneo un modo de reconocerse, de respirarse más amplia, más libre, más viva.

 

 

Ads

Lecturas recomendadas

029_v5
Leer más
03_aerial corner
Leer más
02_FUSIONE_Vista Calle
Leer más