Uruguay es mágico y a poco que se lo recorre son muchos los lugares que sorprenden con singular encanto y mucha energía. Es el caso de esta fracción de campo, cerca de 50 hectáreas ubicadas en Pueblo Edén. Una vieja cantera de mármol y granito que en su momento atendió la construcción de Piriápolis hoy es una postal del paraíso posible. La obra de la arquitecta Virginia Fernández logró plasmar las inquietudes y anhelos de los habitantes, que de inmediato quedaron prendados del lugar.
“Cuando los propietarios me llamaron para enseñarme el lugar, de inmediato quedé muy entusiasmada, las posibilidades eran muchas, pero en realidad se trataba de una zona inhóspita, carente de todo tipo de servicios. El desafío era grande, ya que era necesario inventarlo todo”, nos afirma la arquitecta Virginia Fernández.
La construcción preexistente era apenas una pequeña casa y no pudo ser aprovechada. El terreno posee una topografía singular, con muchos desniveles naturales, con promontorios naturales que generan una perspectiva paisajística muy rica y muchas canteras abiertas y en desuso, lo que completa un panorama muy rico.
La primera acción consistió en generar una construcción cómoda y completa en materia de servicios y confort. Para ello apelamos al concepto de la arquitectura vernácula y la piedra del lugar emergió naturalmente. El proyecto concebido por la arquitecta Fernández se desarrolló en cuatro etapas. La primera se ocupó de la casa principal, la segunda de la casa para los caseros, la tercera de una pequeña casa de huéspedes y finalmente una pequeña ampliación a la casa principal.
La tarea del paisaje quedó a cargo del maestro Roberto Mulleri, que al mismo tiempo de interpretar cabalmente el proyecto arquitectónico, logró una lectura del lugar tan intensa que aprovechó al máximo sus principales características.
Los senderos marcados por las pesadas carretillas que retiraban la piedra en épocas de Piria ahora señalan el paseo que se ha enriquecido con la plantación de árboles frutales, olivos y una pequeña población de caballos y ovejas. El lugar cuenta además con la bendición del agua que surge de vertientes naturales, que fueron aprovechadas para generar tajamares, los que a su vez están poblados de patos y gansos, con lo cual el paisaje es de una singular riqueza.
Con respecto a la arquitectura de Fernández, es buena cosa saber que su acierto consistió en respetar al terreno y apelar a la piedra del lugar. Luego la ausencia del rigor geométrico que suele definir al hecho arquitectónico se convirtió en un juego de planos de elevado valor plástico. Así, a partir de la pequeña construcción preexistente, en la que funcionaban las oficinas de la vieja cantera, el volumen creció perdiendo el plano ortogonal inicial para torcerse, enredarse y volver a torcerse, siempre buscando al sol y a las mejores vistas.
Se trata de una casa de campo, con lo cual no existe una fachada principal, sí un acceso principal que está debidamente marcado. Cada lado del volumen es una fachada, volúmenes de piedra delimitados por planos que se fugan buscando las vistas, generando huecos y plenos en un juego plástico de un valor que replica la riqueza plástica del paisaje.
Las dimensiones y las características del terreno en que se inserta este proyecto exigieron un estudio a una escala mayor, casi de planificación territorial de todo el conjunto. Para esto se apeló al Arq. Roberto Mullieri, que con gran profesionalismo y sensibilidad resolvió la articulación entre el espacio propio de la vivienda y el resto del predio, se puso a un costado, y copió la naturaleza. Se construyeron entonces tres contundentes terrazas verdes, delimitadas por muros de la misma piedra del lugar, con su perímetro totalmente plantado de lavandas, que parecen ser mesetas naturales y delimitan el espacio privado de la casa, articulándolo con el resto. El resultado obtenido no parece hecho por la mano del hombre.
El equipamiento, tanto interior como exterior, se basa en muebles de importantes dimensiones, esencialmente cómodos y basados en el concepto de las casas americanas, donde el espacio y el confort demandan espacio.
Fotografías José Pampín