Al llegar desde el centro, la ciudad parece desplegarse como una página recién escrita: Avenida Italia corre recta y decidida hacia el Este, mientras la rambla Concepción del Uruguay, aún en proceso de consolidación, perfila una nueva costura entre el tejido urbano y el paisaje natural. En ese intersticio que Montevideo apenas empieza a narrar, emerge un proyecto con vocación de hito: dos torres que no solo se elevan, sino que articulan.
Ubicado en la zona conocida como La Isla, a pocas cuadras de la playa Malvín, este conjunto residencial se sitúa en un terreno generoso que enfrenta tres calles —Avenida Italia, Rambla Concepción del Uruguay y Valencia—, y en esa triple condición encuentra su oportunidad. No es un edificio que se repliega, sino uno que se expone con claridad, que acepta el desafío de marcar un punto de inflexión en la transformación paisajística del entorno.
Como en otros proyectos del Estudio, la lógica que estructura esta propuesta va más allá de la volumetría o la organización funcional: parte de una idea de ciudad. La arquitectura aquí no es solo objeto, sino articulador de relaciones. El edificio se ofrece como punto de encuentro entre dos escalas —la velocidad de la avenida metropolitana y el sosiego de la rambla-parque—, y propone, desde el diseño, un nuevo modo de habitar en ese borde donde la ciudad aún se pregunta qué quiere ser. El conjunto se organiza en tres piezas: dos torres exentas y simétricas de 21 niveles, una plataforma horizontal de acceso y uso público en planta baja, y un volumen intermedio que conecta ambas torres mediante una galería cubierta que permite fluir por el interior como quien recorre un bulevar. Este plano intermedio no es solo una solución funcional: es el corazón del proyecto, donde se diluyen las fronteras entre lo público y lo común, entre el recorrido y la estancia.
La topografía no es un dato que se ignora. Por el contrario, se transforma en estrategia de proyecto. El terreno, con sus desniveles hacia las tres calles, se resuelve mediante un podio base que absorbe las diferencias de altura y permite que el edificio repose sobre un plano continuo, un “kilim urbano” que alberga accesos, estacionamientos de cortesía, jardines, juegos, estaciones deportivas, huertas, y hasta un parque para mascotas. El edificio propone un modo de vida colectivo: no en clave de densidad, sino en clave de diversidad. La planta baja y las azoteas del piso 21 no son meros espacios residuales: son el soporte de una agenda compartida. Desde barbacoas y parrilleros en altura hasta salas de cowork, gimnasio, y una biblioteca de herramientas, el conjunto ofrece una lectura actualizada del “vivir juntos”, alineada con las demandas del habitar contemporáneo, donde el trabajo remoto, el esparcimiento doméstico y la socialización informal se entrelazan.
Las torres, de 55 metros de altura y orientación Este-Oeste, aseguran asoleamiento, ventilación cruzada y vistas abiertas tanto al paisaje urbano como al horizonte costero. La repetición de sus unidades no impide la expresión: cada una cuenta con terraza propia, integrando el afuera como parte del espacio doméstico. Las placas horizontales y las aristas verticales dialogan en una imagen controlada, casi tectónica, que busca orden sin rigidez. El conjunto totaliza 344 viviendas (128 de dos dormitorios, 160 de uno, 56 monoambientes), con un núcleo circulatorio de tres ascensores, escalera presurizada y palier longitudinal. Los servicios comunes en el podio (lavadero, vestuarios, salas de residuos, grupo electrógeno) refuerzan una infraestructura pensada desde la eficiencia sin perder de vista la experiencia del usuario. Pero quizás donde más se percibe la calidad de este proyecto es en su forma de pertenecer al sitio sin mimetizarse. No busca camuflarse ni imponerse. Su lenguaje es claro, sobrio, incluso didáctico. Y, sin embargo, tiene algo de enigma: hay una especie de contención poética en su regularidad, un modo de decir sin subrayar. Al caminar por la galería que une las torres, bajo el alero que filtra el sol del Este, el rumor de Avenida Italia se disuelve y aparece el murmullo verde del parque. La arquitectura actúa como mediación, como pliegue, como pausa. Y entonces, en ese interludio, uno entiende: este edificio no vino a clausurar un fragmento de ciudad, sino a abrirlo al tiempo. A sostener el futuro con sus propias terrazas, con su podio plantado como un jardín elevado, con su plaza al norte como un pequeño manifiesto de lo colectivo. No hay épica en su forma. Hay algo mejor: una ética del cuidado, una arquitectura que escucha, que observa, que espera. Una arquitectura que, como el mar cercano, no se impone, sino que permanece.
Autores Arq. Juan Daniel Christoff , Arq. Fernando Javier De Sierra , Arq. Cecilia Asuaga , Arq. Manuel Cetrulo , Ayud. Arq. Sara Brando
Fotografías Santiago Chaer