Torres Botavara. Estudio Harispe

Entre el parque Roosevelt y el lago La Botavara, justo en el punto más ancho de ese espejo de agua que parece extenderse hasta confundirse con el horizonte, levantamos dos torres hermanas, semejantes en su esencia, distintas apenas en los matices de sus fachadas, como si fueran gemelas que han decidido marcar su individualidad con discretas variaciones. Las desplazamos una respecto de la otra, buscando que cada una pudiera abrir sus ojos de vidrio hacia un paisaje más vasto, hacia esa naturaleza que reclama ser contemplada sin restricciones.

Desde el cuarto piso, la mirada se expande y alcanza un espectáculo inesperado: el aeropuerto internacional aparece en la lejanía como un escenario vivo, donde los aviones ascienden y descienden con la cadencia de un rito contemporáneo. Es una visión casi inverosímil, un regalo que la arquitectura ofrece al habitante, como si de pronto el mundo se ensanchara más allá de los límites de la vivienda.

Fue allí, en esas plantas elevadas, donde el Estudio Harispe desplegó ideas y conceptos que no solo responden a las necesidades del habitar moderno, sino que abren una nueva dimensión en el tratamiento del espacio. No se trata únicamente de edificios de alta gama —esa etiqueta que tantas veces se queda en lo superficial—, sino de una obra que deposita toda su diferencia en la exaltación del lugar, en la forma en que el entorno ha sido concebido, tratado y enmarcado como parte inseparable de la experiencia arquitectónica. Botavara no es solo una construcción: es la búsqueda de un diálogo profundo con el paisaje, un intento de hacer que la vida cotidiana se funde con la belleza natural que la rodea.

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