Todo comenzó con una conversación casi casual. Banchero Real Estate nos adelantaba su intención de adquirir un terreno con una construcción antigua, un caserón fatigado por los años pero cargado de memoria. En paralelo, la ciudad revisaba su inventario patrimonial, como quien abre viejos cajones y descubre objetos que había olvidado que existían. Fue allí, en ese cruce entre la iniciativa privada y la tutela de la memoria colectiva, donde nació Starline.

El mantenimiento de la casa existente, lejos de ser un obstáculo, se convirtió en un privilegio: gracias a ella obtuvimos la posibilidad de añadir dos niveles más al edificio nuevo. Pero la cuestión no era únicamente de metros; era, sobre todo, de lenguaje. ¿Cómo levantar una obra contemporánea que conviviera con esa casa sin aplastarla ni competir con ella? ¿Cómo lograr que el nuevo volumen respirara a su lado como un hermano joven y no como un usurpador insolente?

La respuesta vino de los balcones. La vieja casa, con su fachada de balcones salientes, nos dio la clave: trabajar con volúmenes continuos, con cajas y bandejas que se proyectan hacia afuera, como ecos reinterpretados de aquellos gestos centenarios. El edificio, entonces, no copia ni parodia, pero dialoga. Toma todo el frente del terreno y lo articula en un juego de planos que avanza y retrocede, que se anima a salir hacia la calle como la casa lo hizo en su tiempo, cuando el balcón era símbolo de presencia urbana y sociabilidad.

La verdadera revalorización, sin embargo, se alcanzó a través de la luz. Diseñamos un proyecto de iluminación que devolviera a la vieja casa su dignidad nocturna, esa aura que las construcciones antiguas suelen perder cuando se apagan las lámparas del día. De noche, la casa resplandece como un recuerdo iluminado, y el edificio nuevo la acompaña, no como rival sino como marco, como escenario que subraya su protagonismo.

Starline es una lección de convivencia: el patrimonio no como un peso muerto que detiene el progreso, ni la modernidad como una ola que arrasa con todo, sino un diálogo posible entre ambos. La ciudad se reconstruye así, no negando su pasado, sino iluminándolo para que conviva con lo que vendrá

Fotografías Juan Andrés Nin