Las ciudades, como los hombres, rara vez se someten dócilmente a las reglas que pretenden encauzarlas. Montevideo lo sabe bien: durante décadas las normas urbanísticas se esforzaron por disciplinar sus barrios, imponiéndoles alturas de 9 o 16 metros, como si la ciudad debiera encogerse para no incomodar a nadie. Y, sin embargo, allí estaban, erguidos y desafiantes, los edificios que ya habían crecido por encima de esos límites, testigos silenciosos de otra escala, de otro tiempo. Era un contrasentido: obligar a medir en centímetros lo que ya se había escrito en metros.
Fue entonces cuando apareció la excepción —esa grieta en la norma que permite respirar—: si un edificio nuevo se vinculaba físicamente con otro de mayor altura, podía crecer a la par. En esa rendija legal se gestó SOON. Y lo que pudo ser un proyecto sometido a restricciones se convirtió, paradójicamente, en una obra que halló en esas mismas limitaciones su identidad.
Dos gestos marcaron su fisonomía. Hacia el corazón de la ciudad, un volumen de once niveles, seguro, vertical, casi desafiante. Hacia la calle Canelones, en dirección al Bulevar Artigas, otro volumen más contenido, de siete niveles, retraído cuatro metros, como si hiciera una reverencia antes de erguirse. Entre ambos se desplegó un juego de volúmenes y retranqueos, un diálogo de alturas que, en lugar de obedecer mansamente a la norma, la reinterpretó, la transformó en lenguaje.
El proyecto descubrió allí su secreto: lo que en un principio parecía un obstáculo se volvió su razón de ser. Esa oscilación entre lo alto y lo bajo, lo avanzado y lo retraído, impregnó también la piel del edificio, que adoptó texturas diversas, ritmos cambiantes, como si el propio material hubiera comprendido la lógica del conjunto. El resultado fue una arquitectura que respira, que no se limita a ocupar un terreno, sino que dialoga con su entorno y se integra en la sinfonía irregular de Montevideo.
Adentro, la generosidad del espacio se volvió norma propia: apartamentos con ventanales amplios que no son simples aberturas, sino marcos hacia la ciudad; terrazas hondas y abiertas que prolongan la vida interior hacia el aire libre; un hall de entrada que sorprende con una doble altura invertida, donde el subsuelo —ese territorio casi siempre condenado al anonimato— se ilumina y adquiere protagonismo.
SOON es, en última instancia, la demostración de que la arquitectura no consiste en obedecer ni en rebelarse, sino en encontrar el modo de transformar la ley en poesía. Allí donde otros veían un corsé regulatorio, nació un edificio que habla en plural, que se quiebra y se alza, que retrasa y avanza, y que, en ese vaivén, inscribe en la trama urbana una nueva voz, firme y ligera a la vez, hecha de restricciones convertidas en libertad.
Fotografías Juan Andrés Nin