Al amanecer, cuando el aire todavía huele a rocío y la niebla se despega lentamente del suelo, Leandro Añón recorría los campos de Camino de los Horneros con la mirada fija en el horizonte. No caminaba solo: lo acompañaban las ideas, las dudas, los sueños. Cada paso suyo parecía dibujar un mapa invisible de futuros barrios, calles, plazas y jardines. En esa soledad fundacional, casi mística, nació La Tahona. No como un proyecto, sino como una visión: transformar la tierra en un paisaje habitable, convertir el campo en comunidad. Así empezó todo.
Más de treinta años después, esa intuición se ha convertido en una geografía entera. La Tahona ya no es solo un conjunto de barrios; es una manera de pensar el territorio. Una cultura. La Cultura La Tahona. Su filosofía sigue siendo la misma que guiaba a Añón en aquellos amaneceres: urbanizar es un acto de responsabilidad, de paciencia y, sobre todo, de pasión por hacer.
En el módulo de vidrio y madera de La Tahona House, donde hoy convergen las decisiones que modelan la expansión de Camino de los Horneros, Nicolás Estrada, COO del grupo, encarna esa herencia. Habla con serenidad, pero detrás de esa calma se adivina una energía silenciosa, casi biológica. “Hacer —dice— es un mandato impostergable.” No lo proclama como lema, sino como convicción vital.
Su historia personal parece confirmar esa idea. Formado en el mundo de la biología y la gestión de obras para grandes laboratorios internacionales, Nicolás encontró en La Tahona una prolongación natural de su vocación: “Aquí también se trabaja con vidas —dice—. Con familias, con parejas, con personas que encuentran, gracias a nuestro trabajo, su lugar en el mundo.” Para él, urbanizar es una forma de cuidado, un modo de sanar el territorio.
Junto con Carla Milano, CFO, Nicolás lidera una nueva etapa de crecimiento. Lo que administran ya no es solo una empresa: es un organismo vivo, una cultura. La Tahona cotiza en Bolsa, crece, se diversifica, y al mismo tiempo conserva intacto el espíritu fundacional de Añón: la fe en la palabra, el trabajo y la tierra como materia moral.
Camino de los Horneros, aquel sendero de tierra y promesas, es hoy un cuerpo urbano en expansión. Barrios, jardines, clubes, lagos, senderos. La Tahona fue la semilla, y de su germen brotó una región entera. Junto con la Intendencia de Canelones, la empresa trabaja para enfrentar los desafíos de la movilidad, la recolección de residuos, la infraestructura y la sustentabilidad. La escala cambió, pero el alma sigue siendo la misma: interpretar el territorio antes de intervenirlo, respetar su ritmo, escuchar su voz.
El modelo original —el que nació con Lomas de La Tahona— fue casi un manifiesto. Urbanizar con sensibilidad, elegir la tierra con precisión, diseñar espacios que respondan a las necesidades reales de quienes los habitarán. Treinta y cinco años después, esa metodología se mantiene intacta. La Tahona no improvisa: elige. Cada nuevo desarrollo se examina con una rigurosidad casi científica, en un trabajo conjunto de arquitectos, ingenieros, paisajistas, contadores y agrimensores. Como si cada barrio fuera un experimento de civilización.
“Proyectar urbanizaciones —dice Nicolás— es como plantar árboles.” La comparación no es casual. Plantar implica paciencia, visión, fe en el tiempo. Los edificios se levantan en pocos años; las urbanizaciones requieren una década, a veces más. Entre la compra de la tierra, la obra y la ocupación plena puede pasar media generación. Quizás en esa lentitud resida la verdadera elegancia de La Tahona: la conciencia de estar construyendo algo que va a permanecer. Esa continuidad se expresa en los nuevos proyectos, que amplían y diversifican el territorio con una lógica orgánica.
CAVAS DE LA TAHONA
Cavas nació en 2021 con una preventa que agotó las expectativas iniciales. Hoy, con el 65 % del barrio vendido, la infraestructura de la primera etapa terminada y varias familias ya viviendo en sus casas, es una realidad tangible. Veinticinco obras están en construcción, el club house funciona a pleno y una hectárea de viñedos plantados anticipa el espíritu que da nombre al proyecto. La segunda etapa, ejecutada por CIEMSA, se encuentra a dos meses y medio de finalizar, dando paso al paisajismo y los detalles finales. Cavas es, en esencia, una celebración de la tierra: tres lagos, espacios abiertos, arquitectura integrada al paisaje.
CAMPO DE LA TAHONA
Campo es una extensión natural de esa filosofía. “Una suerte de gran amenities”, como define Nicolás, concebido como un espacio de encuentro entre la vida urbana y el espíritu rural. Allí se levanta el CECADE, con pistas de salto —una principal, otra de césped, un picadero techado— e infraestructura de primer nivel que realmente llama la atención. Allí hay caballerizas para 100 animales y todo lo necesario para desplegar la actividad ecuestre a pleno. A eso se suman huertas comunitarias, talleres y una granja con programas educativos y familiares. El complejo se complementa con dos canchas de polo separadas por un lago, actualmente en siembra, donde se prevé jugar torneos y exhibiciones además de una escuelita de polo para mediados del próximo año. Campo ofrece una experiencia insólita: la posibilidad de “trasladarse al campo a metros de casa”, como dice Nicolás, y sumar naturaleza a la calidad de vida cotidiana.
LA TAHONA VALLEY
El más reciente de los desarrollos, La Tahona Valley, marca un cambio de escala: un proyecto corporativo que amplía el horizonte residencial hacia el ámbito empresarial. Cuatro edificios de 750 m² cada uno, distribuidos en dos pisos más rooftop, se encuentran actualmente en obra, con finalización prevista para mayo de 2026. Luego se incorporará un quinto edificio de 1.500 m² y un edificio en CLT comenzando una primera etapa de 850 m², símbolo de la apuesta a la innovación constructiva. Ubicado sobre camino de los Horneros, este programa busca acercar los servicios corporativos al ecosistema urbano de La Tahona, profundizando la integración entre vivienda, trabajo y entorno natural.
Y no se detiene ahí. La Tahona Art, una urbanización boutique con centro cultural propio, se integra al plan maestro de expansión. Una tarjeta de beneficios especiales para los habitantes de los barrios, clubes y comercios locales refuerza la idea de comunidad. Todo confluye en un mismo propósito: crear una red viva de urbanizaciones enlazadas, un anillo que combina espacios residenciales, corporativos y culturales, redefiniendo el paisaje de Camino de los Horneros.
La cifra es elocuente: en diciembre de 2021, La Tahona ingresó a la Bolsa de Comercio y colocó 40 millones de dólares en el mercado público de valores. La respuesta fue inmediata, contundente, casi afectiva. Detrás de esos números —y de los 800 millones de dólares de inversión privada que la empresa ha generado en la zona— se esconde algo más profundo que la economía: la confianza en una idea, en un modo de hacer las cosas.
Porque lo que Añón soñó al amanecer y Nicolás Estrada concreta con método no es solo urbanismo: es una fe en el trabajo como destino. La Cultura La Tahona no se enseña ni se impone, se contagia. Es la pasión por hacer, por transformar un campo vacío en hogar, un mapa en ciudad, un sueño en realidad palpable.
Y en los atardeceres de Camino de los Horneros, cuando el viento se mezcla con las voces de los niños que juegan y las luces comienzan a encenderse en las casas nuevas, hay algo que ninguna cifra puede medir: la persistencia de una idea justa. La certeza de que construir no es solo levantar paredes, sino edificar la posibilidad de la vida en plenitud.
Ese es, en definitiva, el legado de La Tahona: hacer que lo hecho dure, que lo planeado prospere y que la pasión de un fundador siga respirando, con fuerza creciente, en cada proyecto, en cada calle, en cada amanecer.
Fotografía José Pampín





