La vida secreta de los edificios
Hay en los edificios una vida secreta, callada, casi obstinadamente silenciosa. Una vida que no figura en los planos ni se intuye en las fachadas. Una vida que palpita en la sombra de los pasillos, en los ecos sordos de las escaleras, en la humedad tenaz de los muros antiguos.
Fueron concebidos para un habitante que el tiempo se encargó de reemplazar; para una familia que ya no existe, para una época que ya es polvo. Y entonces ocurre el deslizamiento, la fisura, la lenta caída: largas temporadas de abandono, de toldos caídos y maderas carcomidas, o por el contrario, sacudidas de entusiasmo y renovación, cuando nuevos moradores irrumpen con el ímpetu de quien quiere rehacer el mundo con sus propias manos. Pero el gesto de habitar no es neutro. La apropiación de un espacio supone siempre una negociación con su historia, y no siempre con respeto. Hay quien arrasa como un conquistador y quien, más sutilmente, disimula la herida bajo una capa de pintura. En esa zona ambigua, entre el respeto por lo que fue y la urgencia de lo que se necesita, operan Berthet, Méndez y Taranto. Allí donde otros ven un edificio viejo, ellas entrevén un relato en suspenso, un cuerpo dispuesto a ser despertado. Su trabajo no consiste tanto en diseñar como en dialogar con lo existente, en escuchar lo que los muros susurran, en traducir esas voces antiguas al lenguaje cambiante del confort —ese concepto resbaladizo, tan caprichoso como el gusto, que envejece, muta, se sofistica—. La metamorfosis, en manos de este estudio, es casi un acto de ternura. Tomemos varios ejemplos, escenas donde la arquitectura se transforma sin traicionarse:
Una historia sucede en Carrasco: una típica vivienda en esquina de los años sesenta, sobria y funcional, recibe una segunda vida. Dos locales comerciales se injertan con precisión quirúrgica en su planta baja, y una ampliación sobre el nivel superior —discreta, afinada, casi invisible— prolonga el espíritu original sin perturbarlo. No se nota la intervención: como un buen injerto, crece sin dejar cicatriz. Fotografías después de las obras de José Pampín
Una casa de los años cuarenta, en Pocitos, compartimentada como si cada habitación fuera un secreto, se abre de pronto como una flor madura. Los muros caen y la cocina, antaño confinada a las sombras del servicio, reclama su lugar como corazón palpitante del hogar. Fotografías después de la obra de José Pampín.
En pleno 18 de Julio y en la Ciudad Vieja, dos casas antiguas, cada una con su aliento de otra era, son reconvertidas en hostales. Pero no se trata de una reconversión utilitaria ni banal: se conserva la tipología, se mantiene la riqueza espacial, se protege el carácter de esos salones donde alguna vez se celebraron tertulias o se oyeron tangos en la radio. Fotos después de las obras de José Pampín y Ale Muntz.