MCM. Estudio Harispe

El proyecto MCM nació de una conversación improbable, de esas en que la ciudad parece susurrar sus propias necesidades a través de los interlocutores más inesperados. SABYL S.A., con la familia Benlian —empresarios curtidos en el mundo de la óptica, habituados a mirar con precisión lo que los demás apenas entrevén—, nos acercó una propuesta que pronto reveló ser algo más que un simple edificio: se convirtió en un desafío de imaginación, cálculo y resistencia normativa.

Porque Montevideo, con su normativa urbanística férrea y sus calles estrechas, no siempre se deja moldear con facilidad. Hubo que estudiar, revisar, volver a pensar cada paso, hasta llegar a la conclusión que parecía inevitable: la norma debía ser modificada. No por capricho, sino por necesidad, para dar cabida a una idea que reclamaba altura en las esquinas, en los vértices, y que exigía un gesto de retirada —cuatro metros exactos— como quien retrocede para tomar impulso y luego dar un salto mayor.

Y así fue naciendo la forma: un ensamble de volúmenes, esas “cajas” como las llamamos en el estudio, que comenzaron a acomodarse en diálogo con las calles. Una de ellas se lanzó hacia Brandzen, como si quisiera asomarse con descaro a la arteria mayor, la Avenida 18 de Julio. Esa misma caja, sin embargo, giró con suavidad para mirar hacia Martín C. Martínez, multiplicando las perspectivas, abriéndose a la ciudad como un organismo que respira por varias bocas.

El retranqueo de cuatro metros, lejos de ser una concesión impuesta, se convirtió en oportunidad. Ese vacío permitió liberar la fachada, desplegarla como una tela tensa que se expande y, al hacerlo, otorgó al edificio un movimiento inesperado, una cadencia de planos que atrapan la luz cambiante de la ciudad. Fue entonces cuando descubrimos que el juego volumétrico no solo nos permitía ocupar dignamente las calles inmediatas, sino también algo más ambicioso: apropiarnos visualmente de 18 de Julio, inscribirnos en su horizonte, proyectar la presencia del edificio más allá de sus límites físicos.

MCM, en ese sentido, no es simplemente un edificio en una esquina compleja. Es la prueba de que la arquitectura puede negociar con la norma y transformarla, puede someterse a la disciplina del cálculo y al mismo tiempo inventar un gesto poético. Es, también, un recordatorio de que la ciudad no se construye de una vez y para siempre, sino que se reescribe cada vez que alguien se atreve a doblar sus reglas con inteligencia y respeto. Y en esa reescritura, la familia Benlian, SABYL y nosotros encontramos un punto de convergencia: la convicción de que la arquitectura, cuando se atreve, puede apropiarse no solo de un terreno, sino del alma visual de toda una avenida.

Fotografías Marcos Guiponi

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