La casa de los recuerdos y la luz. Arquitectas Berthet, Méndez y Taranto

Casi escondida en una calle angosta, donde las veredas susurran historias bajo las baldosas, se levanta una casa que no olvida. Erigida sobre los restos de una vieja galería en ruinas, con muros vencidos por el tiempo, ha sido reconstruida como quien recompone un sueño roto, con paciencia y reverencia. Mucho en ella habla del pasado —las puertas rescatadas, los ladrillos recuperados, la medianera dejada a la vista como una cicatriz noble—, pero también del deseo de vivir el presente con la ligereza de lo nuevo.

Son apenas ciento sesenta metros cuadrados, y sin embargo se multiplican con la inteligencia del diseño. Un porche sobrio da paso a un estar de doble altura, donde la luz entra desde arriba como bendición silenciosa. Allí, tirantes verticales de madera marcan el ritmo del espacio, conteniendo una estufa y un mueble de chapa como si fueran altares de la vida doméstica. A un lado, la escalera asciende con ligereza, y a sus espaldas se ocultan el baño social y un garaje flexible, preparado tanto para el auto como para la infancia en movimiento.

Al fondo, cocina y comedor se funden en una misma escena, abiertas al jardín a través de una pérgola con parrillero: el alma de la casa, donde la vida se escapa hacia la intemperie. Todo está en su lugar, y sin embargo nada parece rígido; hay una fluidez que recuerda el fluir de una conversación íntima entre generaciones.

Arriba, los dormitorios infantiles miran al fondo, mientras el principal —una suite bañada por el Oeste— se asoma al frente con la serenidad de quien sabe mirar el mundo sin miedo. El hall que la antecede, a medio camino entre escritorio y santuario, es un espacio de pensamiento. Sobre el garaje, una terraza íntima ofrece la última escena: una casa que no se cierra, que respira con el viento, que deja entrar la luz.

La arquitectura, sin estridencias, permite que el interiorismo —hecho de piezas familiares, luminarias artesanales, objetos con memoria— despliegue su narrativa. Nada sobra. Todo cuenta. Y en esa discreta armonía entre lo heredado y lo construido, la casa encuentra su voz: un testimonio de la vida, de la memoria, y de la luz que, como la historia, siempre vuelve.

PROGRAMA: RESIDENCIAL URBANO
PROYECTO DE ARQUITECTURA: ESTUDIO BERTHET-MÉNDEZ-TARANTO
ESTRUCTURA: ING GONZALO SERANTES
SANITARIA: TEC. SANITARIO CARLOS AZOR
EMPRESA CONSTRUCTORA: DOM+ CONSTRUCCIONES
FOTOGRAFÍA: NICOLÁS DI TRAPANI

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