El viaje del héroe. Andrés Remy

Por Rodrigo Flores

 

El héroe se lanza a la aventura desde su mundo cotidiano a regiones de maravillas sobrenaturales; el héroe tropieza con fuerzas fabulosas y acaba obteniendo una victoria decisiva; el héroe regresa de esta misteriosa aventura con el poder de otorgar favores a sus semejantes…

De alguna manera, todos somos héroes. Cada uno vive la historia que construye y en ella es protagonista. Con este término definimos a una persona que se distingue por haber realizado una hazaña extraordinaria, especialmente si esta requiere mucho valor. También definimos con este término al personaje principal en una obra literaria o cinematográfica, especialmente el que produce admiración por sus cualidades. Así las cosas, impresionados por la peripecia de vida de Andrés Remy, sin proponérnoslo nos descubrimos releyendo a Campbell.

El héroe de las mil caras es un libro escrito por Joseph Campbell, el mitólogo más influyente en Occidente en el siglo pasado, en el cual presenta un estudio íntimo de las mitologías y las culturas en distintas épocas de la historia. En ese trabajo procuraba hallar un patrón común a todas las civilizaciones en la creación de relatos. El gran hallazgo de su trabajo se basa en la idea de que todas las culturas parecen compartir una estructura común en sus historias o mitos, de manera que este gran eje narrativo se encuentra, de alguna forma, establecido en la conducta humana. Es posible, entonces, analizar el desarrollo de cualquier relato desde esta perspectiva.

El relato que sigue refiere a la peripecia de vida del arquitecto Andrés Remy y no es una excepción.
Conocimos su obra en una paseo por Nordelta, un par de años atrás. Luego Rodrigo Grassi (Estudio Aisenson) nos habló mucho y muy bien de él. Comenzamos a buscarlo y dar con Andrés Remy demandó varias llamadas telefónicas. Finalmente coordinamos el primer encuentro en su estudio.

Decido bajar del taxi unas cuadras antes para caminar por Belgrano y dejarme llevar por el ritmo tranquilo y despejado que el barrio esconde en sus entrañas. Son las 7:54 de un 5 de febrero, es lunes y la ciudad, ahora dormida, comienza a despertarse de un sueño que se prolongará hasta abril, pero que entonces prometía sobrevivir al calor de febrero con bajas pulsaciones.

El estudio, ubicado frente a las vías del tren, en el corazón de Belgrano, tiene una fachada que no delata a su habitante. El portero eléctrico suena y me permite empujar el gran portón de hierro que funciona como puerta principal; ciertamente experimenté la sensación de que me estaban esperando. Bastaron unos pocos pasos para encontrarme en aquel gran salón que funcionaba como hall. La magia existe, pensé. Ni la fachada, ni el portón de hierro, ni el corredor y tampoco el hall que me recibe me prepararon para la experiencia que viví al ingresar al estudio. La atmósfera es particular, como de otro mundo. Mesas con planos y maquetas y el desorden común que sobrelleva quien realiza varias tareas simultáneamente me sorprenden y, mientras intento acomodarme a la situación, aparece Patricio, socio del estudio, que me saluda con una sonrisa y pregunta mi nombre. Se presenta y me señala la escalera. “Pensé que eras un cliente”, me dijo por lo bajo, intentando romper el hielo en la intimidad de la grada circular de madera, “¿cómo es tu nombre?”, agregó. Al llegar a la planta principal, Patricio me mira y, como una radio que se prende en la madrugada, levanta la voz para presentarme al resto del estudio y en un gesto inmediato, las 20 personas que mantienen su atención en los ordenadores levantan sus cabezas como en coreografía y me devuelven el saludo al unísono.

Detrás de una biblioteca aparece Andrés. Viste jeans y sweater sin camisa. Su andar es lento y seguro. Se presenta y, como quien no tiene tiempo que perder, comienza a caminar, guiándome, y así, naturalmente, comenzamos a recorrer el estudio. Me presenta a los arquitectos que van apareciendo y apenas pueden detenerse un segundo en su trabajo para asentir con una sonrisa cuando escuchan sus nombres.

Preocupado por la hora, consulto mi reloj. Son las ocho y nueve minutos. Todos están trabajando desde hace al menos una hora, pensé. La dinámica de trabajo que percibo me sorprende. Quince, diez y siete, veinte personas, es lo que puedo contar rápidamente, intentando no llamar la atención con mi curiosidad. Arquitectos, estudiantes, a simple vista promedian los treinta años. “El promedio de edad es de 28 años”, me indica Remy, como leyendo mi mente.

Alcanzamos el tercer piso de la casona donde funciona el estudio. El edificio está en obra y sufre el proceso de una reforma que no tiene solución de continuidad. Algo así como un laboratorio donde el trabajo también se ocupa del entorno. Nos instalamos en una improvisada sala de reuniones donde suele trabajar Andrés.

“Bien, aquí estamos, ¿qué puedo hacer por ti?” Así comienza nuestra entrevista.

REMY

Andrés Remy nace en General Conesa, provincia de Río Negro, en el año 1974. Por su ascendencia española nos explicamos su pasión por la familia y su compromiso con el trabajo. Su padre, odontólogo, su madre, pediatra. Es el segundo hijo de un total de cinco hermanos. El ritmo lento y cansino del interior del país refleja una calma en el discurso y en la acción de los personajes que allí habitan o habitaron y se llevan la marca de aquel entorno casi fantástico rodeado de agua.

Es un hombre de estatura baja, de aspecto distraído, vivaz e introspectivo. Al hablar de arquitectura su rostro se ilumina, pero aun así no se acelera y mantiene ese tono cansino que refiere a la excesiva concentración y a la capacidad desarrollada de atender simultáneamente varios flancos.

A los catorce años, las largas horas de siesta le permitieron soñar con salir a conocer el mundo y adueñarse de él. La pasión por las formas se desató temprano y, ya adolescente, todo lo que veía y percibía era una buena razón para un dibujo a mano alzada. Andrés creció en una familia trabajadora que lo sostuvo y contuvo, a él y a sus cinco hermanos. La primera etapa de la vida, la fundacional y fundamental, transcurre sobre la margen sur del Río Negro, a 163 km de Viedma, la capital provincial; 100 km de San Antonio Oeste y a 143 km del Puerto de Aguas Profundas de San Antonio Este. A los pocos años, la familia se traslada hacia la ciudad de Neuquén, donde Andrés viviría hasta los 17 años, momento en que decidió viajar hacia Buenos Aires. El contexto en este momento de su vida es determinado por la naturaleza y, sobre todo, por el agua. Los ríos y arroyos envuelven y pintan la ciudad de Neuquén en sinuosas siluetas que lo rodean, y los paseos en lancha o canoa no faltaron en la infancia y adolescencia de Andrés y sus hermanos. Y este dato, casi treinta años después, es importante. Aquel paisaje rural y acuoso está presente en el alma del arquitecto. Se trata de su lugar en el mundo. Años después, en una ciudad donde hablan otro idioma, a miles de kilómetros de Neuquén, Andrés moverá su cabeza respondiendo a los reflejos de aquel viejo bote que pintó su padre y entenderá que está muy lejos de su lugar, y que el tiempo de espera y aprendizaje terminó. La prueba está superada y es hora de volver, se repetirá en su cabeza la semana anterior al 25 de setiembre de 2004, en un cuarto diminuto en el corazón de Brooklyn, New York.

La adolescencia fue la que cargó su mente de paisajes de agua y de pradera, de viajes en coche a la ciudad cercana en busca de provisiones. Las tardes de dibujo y pintura y las conversaciones con sus padres que, a los 16 años, mientras terminaba el secundario, lo convencieron de elegir Arquitectura y dejar de lado Diseño Gráfico. Es así que con solo 17 años, Andrés se decide a ser arquitecto y 15 años después, en una oficina en New York, a las 7:15 de la mañana de un domingo, mientras Rafael Viñoly le explica la resolución de una escalera, descubrirá el peso y la densidad de aquella decisión. Pero ahora, con la convicción del antiguo constructor, se decide a dejar atrás los lagos y ríos y viajar hacia la capital del país para continuar nadando y navegando, esta vez en mares de asfalto.

INICIACIÓN

Cuando decidimos alejarnos nos vamos primero desde la mente, el recorrido físico viene luego y, en todo caso, solo acompaña y es anécdota. En la vieja casa de Neuquén, en la oscuridad del dormitorio, con la luz del cielo estrellado que se colaba por la ventana abierta y se reflejaba en sus rostros, Andrés y su hermano Gastón soñaban hasta entrada la madrugada con la gran ciudad y fantaseaban con el mundo que podrían conquistar.

De Buenos Aires solo conocían los relatos de su padre, a los que ambos agregaban color. En una de esas noches imaginaron que viajarían juntos y que compartirían allí la mágica vida de conquista. Fue así que determinaron que alquilarían una pieza en Buenos Aires y llegaron a discutir sobre la ubicación de las camas y quién ocuparía la próxima a la ventana. Fue Andrés quien ganó el derecho a elegir primero. Y es cierto, se debe tener cuidado con lo que soñamos, puede cumplirse. Pocos años después, los hermanos se despiden entre abrazos y lágrimas, dejan atrás Neuquén y parten hacia Buenos Aires para instalarse en una habitación en una casa de Barrio Norte.

Los cuentos de su padre no hablaban del tráfico y su locura. Tampoco de los buses que, como bólidos, atravesaban la ciudad sin detenerse en las esquinas. Y con respecto a la cantidad de gente se había quedado corto. Por otro lado, la vida solos era muy dura. Los trabajos domésticos que compartían los hermanos, la vida en la Universidad pública y la falta de tiempo, operaron como obstáculos que ninguno de los hermanos sortearía fácilmente, pero que en modo alguno impedirían que alcanzaran aquello por lo que habían dejado todo atrás. Mientras Gastón estudiaba Abogacía, Andrés se sumergió de lleno en el mundo de la Facultad de Arquitectura. “No me recuerdo como un estudiante ejemplar, sí recuerdo que cuando llegué a cursar Diseño experimenté la singular sensación de que todos los esfuerzos valían la pena. Me recibí gracias al apoyo de mis compañeros”, afirma Andrés, visiblemente emocionado. Los recuerdos le hacen bien.

Ha transcurrido una hora de conversación y las interrupciones ya forman parte de ella. El coordinador regional de una importante marca de cerramientos está en Buenos Aires y se presentó en el estudio para conocer al arquitecto Remy. “Discúlpame y permíteme quince minutos para atenderlo.” Luego, un habitante que llega para conversar sobre el color de su casa y una inquietud que le surgió la noche anterior. Y así, en una hora pude descubrir que Remy está en todos los detalles y se multiplica y desdobla, sin que le cambie el humor, sin cansarse. Andrés Remy es un hombre que disfruta de lo que hace. La arquitectura es su sentido de vida.

“…cursaba cuarto año en la facultad y una profesora, Carolina Buzzetti, me comenta que el arquitecto Viñoly estaba buscando estudiantes y profesionales para trabajar en su estudio de Nueva York, y me propone postularme. Así es que llego hasta el estudio de este talento descomunal, con el cual definitivamente aprendí lo que es la arquitectura…”

No dudó. Era una gran oportunidad y el hecho de que no conociera ni una palabra en inglés entonces no pesó. La entrevista con la directora de Recursos Humanos del Estudio Viñoly funcionó. “Era una arquitecta costarricense y para ella fue un placer poder conversar en español y para mí, no te cuento, yo no hablaba nada en inglés…”

El trabajo en ese gran estudio, la vida en Nueva York, todo era un delirio al que rápidamente se acomodó. Ingresaba puntualmente a las nueve de la mañana y trabajaba, entre un mar de gente, como dibujante, y participaba en distintos proyectos. Los primeros seis meses transcurrieron a velocidad de vértigo y es entonces que decide regresar a Buenos Aires para culminar su carrera universitaria y regresar con el título. Desde Neuquén verá la caída de las torres del wtc por televisión y sentirá el horror de sentir propia la tragedia. Un semana después del atentado regresará a Nueva York.

Los arquitectos más talentosos del mundo sueñan con trabajar en Nueva York y él, sin proponérselo, está allí, integrando la nómina de uno de los estudios más reconocidos, y es consciente de que goza de una oportunidad por lo menos singular. El ritmo de trabajo en el mundo de Viñoly no es común. Tampoco fácil. La arquitectura allí se respira de una manera distinta. Los proyectos que se procesan son diversos y simultáneos, y todos grandes. Colegios, centros universitarios, edificios corporativos, hoteles, que se ubican en los más dispares lugares del mundo. Es un gran estudio, donde bajo la batuta de Viñoly se estudian nuevas técnicas constructivas, se exploran materiales y se juega con los volúmenes.

“Mi único problema era el idioma. No hablar inglés era un dato importante que me jugaba en contra”. Su talento florecía y comenzaba por ser reconocido, pero no poder presentar proyectos o participar de las discusiones de trabajo eran limitantes que le hacían pensar en la posibilidad de perder el puesto. La presión era mucha y en varias oportunidades pensó en regresar.

“Me preocupaba mucho que aquella oportunidad y todo lo que representaba para mi terminara mal y entonces asumía la necesidad de renunciar y regresar a Buenos Aires. Ya estaba y contaba con un antecedente profesional increíble. Felizmente decidí redoblar la apuesta y quedarme hasta completar mi formación…”

Un compañero de trabajo, también arquitecto y franco argentino, Mateo Paiva, le comenta que para trabajar directamente con Viñoly era necesario llegar antes. El estudio se poblaba de gente a partir de las nueve de la mañana, pero el arquitecto Viñoly llegaba a las siete en punto todos los días. Sin decir nada, Andrés esa noche se acostó más temprano. A partir del siguiente día comenzaría a trabajar dos horas antes. Es así que un día ingresó al estudio a las 6:55 de la mañana. Se instaló en su puesto, retomó su carpeta de dibujo y comenzó a trabajar. Rafael Viñoly no tardó en aparecer. No iniciar una conversación parecía incómodo y el sonido de la respiración de las únicas dos almas del gran estudio inquietaba a los dos. Así comenzaron a hablar. Primero de trabajo, luego de la vida. Las jornadas de trabajo superaban las 14 horas, pero por primera vez se sentía acompañado. Estaba creciendo y aprendiendo bajo el cuidado de un arquitecto consagrado. A los pocos meses comenzó a formar parte de la mesa chica de Rafael Viñoly, en el grupo de presentación de proyectos.

“Las conversaciones con Rafael Viñoly resultaron increíbles y me formaron, definitivamente me formaron. Lo que aprendí con él es increíble. Recuerdo que una mañana, conversando a propósito de una fachada que no lo convencía, lo miré a los ojos y entonces entendí de qué se trataba esto de la arquitectura: compromiso, sentido de vida, convicción. En ese momento entendí todo. Viñoly, ya consagrado, trabajaba de lunes a lunes, doce, catorce horas por día. Y la idea debía ser revisada hasta el convencimiento. El dibujo exacto, la maquetación, el estudio y el análisis…”

En aquellos años Brooklyn no estaba de moda. Andrés arrendaba una habitación en una casa vieja del viejo barrio. La habitación no era ni buena ni cómoda. Allí apenas dormía, pero era un hombre feliz. Trabajaba en lo que había elegido y lo hacía en uno de los estudios más importantes del mundo. El sentimiento de realización comenzaba a manifestarse. Estaba agotando el tiempo de la primera etapa de su vida profesional y en modo alguno podía haber resultado mejor. Así las cosas, al cumplir cinco años en el estudio Viñoly decide abandonar la comodidad y regresar a Buenos Aires para ser él. Y hacer su arquitectura.

RETORNO

Luego de seis años fuera del país, Andrés  regresa como un arquitecto sólido y preparado para enfrentar obras en todas las escalas imaginables.

Nueva York y sus excesos de gentes, idiomas, escalas y culturas, lo afectaron. El estudio Viñoly y la dinámica de funcionamiento a una escala difícil de imaginar, con proyectos en todo tipo de programas y ubicados en escenarios dispersos por el mundo, con Rafael Viñoly como maestro de post grado, lo dotaron de una experiencia increíble de compromiso, vocación y excelencia. Y Andrés, con apenas 31 años. El 25 de septiembre del año 2004. este joven arquitecto, preparado como pocos en la región, regresa a Buenos Aires.

“Creo que siempre asumí mi estadía en Nueva York como algo pasajero. Se trataba de aprovechar una oportunidad única, trabajar con Rafael Viñoly… y si en algún momento fantaseé con la idea de quedarme a vivir allí, la fantasía duró poco, ya que siempre me imaginé trabajando y viviendo en Argentina, con lo cual mi pasaje por Nueva York fue formativo. ¡Y vaya que lo fue!”

De regreso a Buenos Aires instala su propio estudio y para ello cuenta con una idea clara de cómo debe funcionar y cómo quiere ejercer su trabajo. Los primeros encargos se demoraron algo, pero luego del primero, comenzaron a fluir y le han permitido ejercer a partir de sus propias decisiones. Practica la arquitectura persona a persona y en su estudio intervienen estudiantes y profesionales recién recibidos. Ese fue el núcleo fundacional de su estudio y desde hace ocho años mantiene el mismo staff. El trabajo en equipo y con compromiso de vida, que supone siete días a la semana y sin horario, le han permitido generar proyectos que destacan claramente por su concepción, circunstancia que lo convierte rápidamente en autor de arquitectura.

“El habitante es el eje principal del trabajo en nuestro estudio”, afirma satisfecho Andrés, que decidió su camino y entonces, no solamente estudia a sus habitantes, sino que también, y de manera poco usual, mantiene un vínculo que trasciende la relación profesional y de esa forma regresa constantemente a sus obras.

“Las obras se desarrollan en un plano circular para nosotros. Siempre estamos regresando y así podemos ver de manera más crítica nuestros errores y certezas. La arquitectura nos tiene que regenerar de la propia arquitectura…”

Actualmente en el estudio Remy trabajan veinte profesionales. El espíritu de comunidad que se respira allí se traduce en el resultado de proyectos que, al tiempo que contienen a sus habitantes, también suponen el ejercicio de investigar y desarrollar lo más actualizado, conveniente y certero. Pero siempre bajo la premisa de la calidad y la excelencia. “Muchos anhelan ser exitosos y reconocidos. La sociedad de hoy no promueve el camino, sino la meta”.

La arquitectura en el estudio Remy surge a través de las distintas variables que el equipo de diseño maneja. El clima, la geografía, la orientación, son las que determinan la posición, el volumen y las cuestiones funcionales, como los espacios de luces y sombras. Las casas de Andrés Remy no son planas, sino que, por el contrario, tienen volumen y movimiento. Son ciegas de frente y se abren al ingresar generando distintos filtros que se van descubriendo. La arquitectura se manifiesta en ellas desde adentro hacia afuera.

 

Fotografías Estudio Remy

 

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