Esta edición de revista ARCHÉ es testimonio de una práctica arquitectónica que no se limita a la técnica ni al ingenio. Es una forma de pensamiento, una forma de ética y, por qué no decirlo, una forma de ternura. Porque en cada una de las obras reunidas en estas páginas —una veintena, escogidas con mucho cuidado— hay algo más que trazados, decisiones formales o soluciones funcionales. Hay una mirada. Una voz. Una sensibilidad que es compartida por tres arquitectas —Marcela Berthet, Cecilia Méndez y Perla Taranto— cuya trayectoria común se ha ido entrelazando con la historia, con los paisajes, con las transformaciones más íntimas y visibles de la arquitectura uruguaya contemporánea. No es casual que, entre todas las obras presentadas, sea una del corazón histórico de Montevideo la que se imponga como centro simbólico: la restauración y rehabilitación del ex-Hotel El Globo. Pocos edificios concentran con tanta densidad la historia del país, la historia de una ciudad que fue puerto antes que capital, refugio antes que república, frontera antes que mapa. Ese edificio —erguido en la Rambla 25 de agosto, mirando al río como quien vigila un pasado que no termina de irse— fue alguna vez emblema de hospitalidad y esplendor. Después, como ocurre con tantas otras piezas de nuestra memoria urbana, fue hundido por el silencio, consumido por el abandono, deformado por la rutina de la indiferencia. Hasta que un día, como sucede en ciertos cuentos donde el tiempo se invierte y la ruina se convierte en promesa, las arquitectas Marcela Berthet, Cecilia Méndez y Perla Taranto fueron convocadas. Para ello se asociaron a dos colegas de excepcional talento: Halinna Egaña, recientemente fallecida, cuya humanidad, sensibilidad y lucidez proyectual aportaron una profundidad efervescente al proceso creativo, y Alejandra Correa, cuya precisión técnica y mirada contemporánea contribuyeron a resolver con maestría los desafíos más delicados. Juntas, transformaron lo que parecía una carcasa vencida en una pieza viva, articulada, compleja, destinada a albergar un nuevo polo de innovación, arte y tecnología. Lo notable, sin embargo, no fue sólo el resultado —que puede verse, recorrerse, fotografiarse—, sino la actitud con que lo lograron: una mezcla infrecuente de rigor, respeto y audacia. Ni mimetismo ni espectáculo. Ni nostalgia paralizante ni modernidad arrogante.
Lo que hicieron fue escuchar al edificio, cómo se escucha a un anciano que aún tiene algo importante por decir. Lo limpiaron del polvo, lo aliviaron del exceso, lo dejaron hablar. Y ese acto — íntimo, técnico, casi ritual— convirtió la restauración en algo más que una operación arquitectónica: fue un gesto moral. Una forma de restituirle a la ciudad una parte de sí misma. Pero esta publicación no es, ni quiere ser, una elegía a un único edificio. Es, ante todo, una constelación de obras dispersas por el mapa de lo habitable.
Casas de veraneo que bordean playas y médanos, pensadas no como esculturas solitarias sino como extensiones del paisaje. Residencias urbanas que dialogan con la trama cambiante de Montevideo sin rendirse a sus excesos ni negarle sus contradicciones. Viviendas en barrios privados —ese fenómeno aún polémico, aún incomprendido— donde la arquitectura busca reinventar el sentido de comunidad sin caer en la repetición ni en el ornamento vacío. En todas estas obras hay una tensión resuelta con maestría: la tensión entre lo individual y lo colectivo, entre el programa concreto y la voluntad poética, entre lo inmediato y lo duradero. Como si cada plano dibujado fuera también una pregunta: ¿cómo queremos vivir?, ¿de qué están hechos los espacios que recordamos?, ¿es posible proyectar sin olvidar?
Decía Borges que el tiempo es la sustancia de la que estamos hechos. Acaso por eso, las mejores arquitecturas no son las que imponen formas nuevas, sino las que logran comprender el espesor del tiempo. Berthet, Méndez y Taranto lo comprenden con una claridad conmovedora. Su obra es una forma de conversación con lo que fue, con lo que es, y con lo que —si hay cuidado, si hay visión, si hay amor— todavía puede ser. Esta publicación es, entonces, más que un registro: es una celebración. Una invitación a mirar no sólo con los ojos, sino con la inteligencia, con la memoria, con esa parte íntima de nosotros que busca, todavía, habitar espacios verdaderos.
Al recorrer estas páginas uno siente que la arquitectura, cuando es noble, cuando es honesta, cuando está hecha con manos que piensan y con mentes que sienten, no necesita gritar para hacerse oír. Basta con que esté ahí, callada y firme, como el eco de una ciudad que no se rinde.
Fotografía José Pampín
ARQ. MAGDALENA DEAMBROSI, ARQ. ALEJANDRA CORREA, ARQ. MARIANA VALLADARES, ARQ. CECILIA MENDEZ,
ARQ. PERLA TARANTO, ARQ. MARCELA BERTHET, ARQ. PATRICIA CARREIRA, ARQ. ANDREA KLOTNICKI, ARQ. LETICIA DELLEPIANE
Fotografía Estudio Berthet, Méndez, Taranto