El sol se derrama sobre Lomas de La Tahona y los lagos reflejan un cielo que parece flotar entre oro y azul. Federico Armas camina entre los pastos, toca la hierba húmeda y siente la tierra bajo los pies; cada desnivel, cada árbol, cada lago le habla de posibilidades, le susurra los secretos del lugar. Allí comenzó todo: en su terreno frente al barrio original, con un módulo de su estudio y un taller de pintura, con su familia, con la pasión por el golf y por la naturaleza que lo hizo conocer la zona como pocos.
Los años noventa trajeron el primer contacto con La Tahona. Su tío Jorge diseñaba la cancha de golf, Samuel Flores Flores imaginaba calles y plazas, y Federico, joven y atento, asistía a la danza de planos, conversaciones, debates entre genios. Compró uno de los primeros terrenos, se integró a la Comisión de Arquitectura, y aprendió a leer la topografía como quien descifra un poema.
Altos de La Tahona: cincuenta hectáreas, más de 220 lotes, veinte metros de desnivel que exigían respeto. La cancha de golf de nueve hoyos, diseñada por Jorge Armas, se integraba con la estructura urbana. Federico intervino en todo: vialidad, infraestructura, seguridad, el Club House —reformado de la vieja casa de chacra de los Castleton—, y años después, la ampliación de 2016 con gimnasios, guarderías y reformas del rancho. Allí, la arquitectura y el paisaje conversaban como viejos amigos.
Luego Viñedos de La Tahona: una avenida central que cruza un lago de cinco hectáreas, casas importantes alrededor, la Cañada del Rocío cruzando como una línea viva de agua. Federico diseñó la portería, los cinco bloques de La Toscana (dos de cinco niveles, tres de tres), techos altos, grandes ventanales, vistas abiertas a olivos y viñedos. Chacras permitió fracciones de media y una hectárea, casas grandes, espacios generosos, un aire de libertad que solo el paisaje podía sostener.
En Miradores, compraron un proyecto existente y Federico lo adaptó: reubicó el club, diseñó el club house con piedra y madera, creó un barrio joven, relajado, con circulación que respeta el entorno. Cavas de La Tahona: sesenta hectáreas, más de trescientos lotes, avenida principal atravesando tres lagos escalonados, viñedos como hilo conductor. Federico planificó todo, de principio a fin, con infraestructura completa, urbanismo estético y funcional. Y luego Bosques de La Tahona: cincuenta hectáreas, monte de eucaliptus preexistente recuperado, master plan y club house listos, listo para integrarse al paisaje con nuevas especies.
Costa Azul y Guazuvirá replican la filosofía de La Tahona: barrios abiertos y cerrados, chacras frente al mar, lagos recuperados de antiguas canteras, integración con la ruta Inter balnearia, concebidos para habitar todo el año.
Federico camina de un barrio a otro como un director de escena en un set interminable. Siente el agua de los lagos, escucha el viento entre los eucaliptus, percibe el aroma de los viñedos, el canto de los pájaros. Cada lote, cada calle, cada espacio verde es un acto de diálogo entre arquitectura, naturaleza y comunidad. La movilidad, la sustentabilidad, las granjas solares de Cavas, las ciclovías, la clasificación de residuos: todo forma parte de un proyecto mayor, de un territorio que respira, se mueve, vive.
Diseñar con el paisaje, para Federico, significa anticipar la vida que lo habitará, conjugar historia, naturaleza y arquitectura. La Tahona no es solo urbanización; es territorio, memoria, visión y arte. Y Federico Armas, caminando entre lagos, viñedos, cipreses y colinas, sigue escribiendo ese relato con la mirada, la mano y la vida misma, como quien pinta con luz y espacio, como quien dibuja una sinfonía de tierra y agua que pertenece a todos, y a la vez, sigue siendo solo suya.
Fotografía Silvestre





