A veces, lo que una ciudad necesita no es un nuevo edificio, sino un acto de fe. Una forma de recordar que, bajo las capas de olvido, bajo las costras de abandono, todavía late el pulso de la historia. Así ocurrió con El Globo, aquel antiguo hotel de viajeros que alguna vez, allá por el año 1890, ofrecía abrigo y promesa a los recién llegados, a los que bajaban del puerto con las valijas llenas de esperanza y el acento cargado de tierras lejanas. Durante décadas fue un faro modesto, un punto de encuentro, un símbolo de hospitalidad en la frontera entre la ciudad y el agua. Luego, el tiempo —siempre paciente, siempre implacable— hizo su trabajo. Las cornisas se agrietaron, las puertas se cerraron, los patios callaron. El olvido se instaló sin ceremonia. Pero el destino, como los buenos novelistas, sabe de giros inesperados. Y en 2020, cuando ya nadie lo esperaba, alguien apostó. No por nostalgia, sino por visión. Un empresario argentino vio en esas ruinas no solo un edificio, sino una posibilidad: la de crear un polo de innovación donde convivieran el arte, la tecnología, el trabajo y el goce. Compró el padrón —quinientos metros de planta, dos mil cien metros cuadrados construidos— y encargó una obra que debía ser al mismo tiempo cirugía, arqueología y creación. Lo que siguió fue una resurrección con bisturí fino y oído atento. Junto a las arquitectas Alejandra Correa, Halinna Egaña las arquitectas Berthet, Méndez y Taranto abordaron el proyecto con la idea no tanto de restaurar como de revelar. Recuperar la dignidad del edificio sin negarle sus cicatrices. La tipología clásica, con sus patios internos y claraboyas, fue potenciada como eje vital del conjunto.
La vieja escalinata de mármol, el ascensor de hierro y madera, la estructura oculta bajo capas de parches y reformas, todo fue rescatado con una mezcla de precisión técnica y fervor casi religioso. Como quien, al reencontrar una carta de amor olvidada, decide no solo leerla, sino contestarla. El programa —restaurante, cowork, hotel, cafetería, salón de eventos— no fue un simple relleno funcional. Fue una narrativa. Cada espacio habla con el otro, se vincula, se prolonga hacia la bahía, hacia el puerto, hacia la ciudad que lo rodea y que empieza a despertar. La sala de eventos, cafetería y terraza que se construyeron sobre la azotea reversionan a los viejos miradores en clave contemporánea. La demolición de los sectores ruinosos no fue destrucción, sino respiración: se abrieron patios, se dejó entrar la luz. En vez de disimular las huellas del tiempo, se las integró con orgullo: muros pelados que muestran la cerámica, bovedillas a la vista, pisos de pinotea que crujen como si contaran historias. Todo está ahí, como en una novela bien escrita, donde cada párrafo tiene sentido y cada omisión es elocuente. Y, sin embargo, quizás lo más audaz fue lo menos ruidoso: esa mansarda que durante años había desaparecido — literalmente borrada del paisaje urbano— y que ahora reaparece, no como réplica, sino como interpretación contemporánea. Una coronación sobria y elegante que devuelve al edificio sus proporciones originales y, con ellas, su carácter.
El Globo no es solo un edificio. Es una señal. Una forma de decir que la Ciudad Vieja puede recuperar su aliento sin traicionar su alma. Que el patrimonio no es un museo congelado, sino una materia viva, transformable, capaz de dialogar con el presente sin perder la memoria.
Fotos previas a la obra: José Pampín
PROGRAMA: RESTAURACIÓN, REHABILITACIÓN
PROYECTO DE ARQUITECTURA: ARQS. BERTHET-MÉNDEZ -TARANTO & ARQS. CORREA Y EGAÑA ASOCIADAS
ESTRUCTURA: INGS. MAGNONE – POLLIO
SANITARIA: ING. ALEJANDRO CURCIO
ELÉCTRICA, ILUMINACIÓN Y AFINES: ING. JORGE COUSILLAS Y ASOCIADOS
TÉRMICO Y AFINES: ING. JORGE COUSILLAS Y ASOCIADOS
INST. CONTRA INCENDIO: ING. JORGE COUSILLAS Y ASOCIADOS
AGRIMENSURA: ING. VERÓNICA FAGALDE
EMPRESA CONSTRUCTORA: GRUPO TRANSAMERICAN
INTERIORISMO: CONWAY & PARTNERS
FOTOGRAFÍAS: NICO DI TRÁPANI