No todas las casas se construyen sobre tierra. Algunas, las menos, se construyen sobre una idea. Y esta, enclavada en un terreno en segunda línea frente al mar, nació de una de esas ideas simples y luminosas que solo los veraneantes auténticos entienden: habitar con sencillez un lugar mágico. En esa curva suave que hace la costa, donde la mirada siempre encuentra al Este y, más allá, a la silueta apacible de Punta Ballena, una familia quiso levantar su refugio estival. De una sola planta, como esas arquitecturas del Mediterráneo que parecen descansar sobre el suelo y no imponerse a él. Una casa en forma de “H”, aunque sus brazos fueran desiguales, como si la planta misma respetara la casualidad feliz del terreno. En el centro, el hall: un conector sobrio, macizo, sin alardes. A un lado, el estar y la cocina-comedor integrados, junto a una suite que mira hacia Punta Ballena. Al otro, dos dormitorios más contenidos, que comparten un baño compartimentado.
Pero lo esencial no está solo en la planta, sino en el aire que la casa deja correr. El estar-comedor se abre al Este con generosos ventanales, que lo conectan con una galería de palos y cañas patinadas en blanco, como traídas de alguna playa griega. Otro ventanal da al patio central: un espacio íntimo entre crujías, protegido del viento, que recoge la vista del mar a través de los cristales y se abre hacia el Norte, donde el jardín respira. Una pérgola hermana conduce al comedor exterior, donde los almuerzos de verano se alargan bajo la sombra filtrada. La cocina, corazón del convivio, tiene una gran isla para cocinar y reunirse, porque en esta casa se entiende que la comida no es solo nutrición, sino rito.
La casa es liviana sin ser frágil. Sus terminaciones son de discreta belleza: paredes blancas, porcelanato claro que unifica interiores y exteriores, carpintería de aluminio blanco de alto rendimiento, postigos celestes que salpican de color y frescura. Pero el alma de la casa está en las puertas: todas ellas recuperadas de un viejo hotel, de pino macizo, restauradas y recicladas con amor. La de entrada —de dos hojas— lleva además una historia bajo su piel: ha sido reforzada con placas de chapa de barco, como si trajera consigo una memoria náutica, un ancla simbólica a otras travesías.
La casa se posa sobre el terreno con naturalidad. Ocupa apenas la mitad del padrón, lo que permite que el jardín —ese otro protagonista— despliegue su lenguaje. Al Norte, entre pinos marítimos preservados, el espacio se convierte en claro, en sombra, en respiro. En la esquina misma, un fire pit marca el centro invisible de las noches estrelladas: allí donde la familia, y quizás los amigos, comparten el fuego lento y la conversación libre. El cerco con sus flores anaranjadas no solo protege la intimidad, sino que embellece sin interrumpir las vistas.
PROGRAMA: SEGUNDA CASA
PROYECTO DE ARQUITECTURA: ESTUDIO BERTHET-MENDEZ-TARANTO
SANITARIA: ARQ. ALEJANDRA CAPPETTA
EMPRESA CONSTRUCTORA: HALLER
FOTOGRAFIA: NICOLAS DI TRAPANI