El mundo como proyecto. Entrevista a Julia Garay

por Ramiro Colinet Tellechea

Fotografías Daniela Mac Adden

En un rincón luminoso de su casa, entre texturas naturales y piezas elegidas con cuidado, Julia Garay habla de los espacios como si fueran personas. Rosarina de origen elige Uruguay para vivir, encontró en el interiorismo un modo de traducir su forma de mirar el mundo: cálida, consciente y profundamente humana. Julia entiende que cada lugar tiene una energía propia, una historia que espera ser contada sin estridencias. Entre la materia y la emoción, su mirada se posa en los detalles que hacen que su casa respire y se vuelva refugio. En esta entrevista cercana nos abre las puertas de su mundo, su casa.

La palabra hogar remite a algo profundo, ligado al sentido de pertenencia, a nuestros orígenes, pero también a las elecciones que hacemos de adultos. Tiene que ver con de dónde somos y, sobre todo, dónde sentimos que podemos ser. Es el lugar al que quiero volver. Hoy en día mi hogar son mi familia y mi trabajo.

AD ¿Cómo se traduce tu forma de vivir en los espacios que creas?

JG:  Me gusta vivir de forma simple, sin depender de otros. Amo la tecnología en todo lo que me facilita la vida, pero que de verdad la facilita. Creo que eso se traduce en espacios funcionales, sin pretensión, pero con cierto “lujo” —entendido no como dinero, sino como bienestar, tiempo y coherencia.

AD ¿Hay algo que nunca falta en tu casa, un objeto o una presencia esencial

JG: ?Un lindo mantel, una buena sabana y una tele, y sin duda algún método para preparar café.

AD ¿Cómo es un día ideal en tu vida, cuando todo está en armonía?

JG: Dormir bien es clave. Con los años dormir bien se vuelve un lujo y una necesidad. Después, un buen desayuno en familia y empezar a hacer, ya sea trabajar o cosas en casa. El cafecito en algún momento del día es imprescindible.

AD:  ¿Qué tipo de entorno te ayuda a conectar con vos misma o con tu creatividad?

JG:_ Soy del silencio. Una mesa despejada, compu y papel. Cuando trabajo con materiales, necesito muestras físicas, planos impresos. Me gusta el papel.

AD: ¿De dónde proviene tu inspiración cotidiana —personas, lugares, silencios, música, rituales?

JG: Vivimos rodeados de estímulos visuales que siempre disparan algo. Muchas veces uno aplica ideas sin darse cuenta, y después, al revisar, aparecen. La inspiración puede venir de cualquier lado; a veces es una respuesta a algo que estábamos buscando sin saberlo. El cine siempre está presente —hoy son las series—. Me atrae la crudeza nórdica: esa mezcla de sencillez y sofisticación.

AD: ¿Hay alguna figura, artista o mujer que sientas como referente o inspiración constante?

JG: No sigo una figura en particular, pero admiro a muchas mujeres —colegas, amigas, familiares— de quienes aprendo todos los días.

AD: ¿Cómo influye la naturaleza o el paisaje uruguayo en tu manera de diseñar o mirar el mundo?

JG: Más que la naturaleza en sí, son los momentos que Uruguay permite para contemplar. Vivir en un lugar de baja densidad como Manantiales, ver el mar todos los días camino al trabajo o despertarme con el campo, influye en el ánimo, en la reflexión y, sin duda, en la creatividad de cada proyecto. En Uruguay aprendí a hacer una valoración distinta de la luz, los espacios abiertos generan reflejos en los interiores que en otros lugares no son posibles.

AD: ¿crees que los espacios pueden tener alma? ¿Cómo se logra eso desde el diseño? ¿Qué emociones te gustaría que despierte un espacio creado por vos?

JG: Creo que los espacios tienen el alma de quienes los habitan. Surge cuando uno entra a un espacio sin juicio, con libertad para sentir y observarse. Las emociones que me gustaría que transmitan son una mezcla entre serenidad y alegría, es más un esbozo de sonrisa cómplice.

  1. ¿Cómo definirías tu estilo sin usar palabras del diseño?

JG: Abstracción. Diría que mi estilo es una forma de abstracción: me interesa lo esencial, lo que queda cuando sacas todo lo demás.

AD: ¿Cómo logras equilibrio entre la belleza y la funcionalidad?

JG: Nunca hay que olvidar que los espacios son para vivir. La belleza muchas veces está en la funcionalidad, no solo la práctica, sino la emocional: un lugar para relajarse, distraerse o concentrarse. La falta de pretensión hace que las cosas sean más bellas. A veces, solo cambiando un color se revela esa belleza. La retórica como idea también me atrae: el modo en que un espacio “dice” algo sin palabras.

AD: ¿Qué lugar ocupa el tiempo en tu proceso creativo?

JG: Es esencial. Dejar decantar, ajustar, volver a mirar, y siempre revisar la pregunta inicial para asegurarse de no perder el rumbo ni la coherencia.

  1. ¿Qué te gustaría dejar como huella a través de Monoccino o de tu trabajo como interiorista?

JG: No pienso tanto en “dejar huella” como en tener un propósito claro. Siempre quise que la marca sea Monoccino, no Julia Garay. Quiero que se consolide como un faro —ya sea desde el estudio, el showroom o las marcas que representamos—, un lugar donde todo esté bien hecho, con profesionalismo. Y seguir generando cultura del diseño original, como una cruzada contra las copias y la homogeneización de las redes. Seguir tendencias, sí, pero con identidad propia.

AD: ¿Qué te emociona del futuro?

JG: Poder conocer lugares a través de mi trabajo. No ser turista en el mundo, sino parte activa de él.

AD:¿Qué aprendiste de Uruguay, y qué de tu pasado en Rosario seguís llevando con vos?

JG: De Uruguay aprendí a bajar un cambio. Que se puede vivir rodeada de naturaleza y, a la vez, tener una vida laboral intensa. Aprendí que no es normal vivir en la inestabilidad constante como en Argentina, ni con ese miedo. Soy rosarina fanática de mi ciudad, como todos los rosarinos. Mis mejores amigos siguen siendo los mismos. Amo volver, ir a la panadería, caminar por la peatonal, sentarme frente al río. Para nosotros, tomar un café en el mismo bar todos los días es casi un ritual.

AD: Si pudieras dejar una frase o un gesto que te represente, ¿cuál sería?

JG: Hay dos frases que repito mucho últimamente: “El mundo como proyecto”*, que es de Otl Aicher, y tiene que ver con que somos artífices de nuestra vida y que podemos moldearla. Y “El mapa no es el territorio”, porque todo puede cambiar, y no hay que aferrarse tanto a las ideas. Hay que estar abiertos, saber improvisar y encontrar siempre una nueva opción.

 

 

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