Donde la casa se detiene a mirar. RMA Arquitectura en San Nicolás

En los confines aún amables de Montevideo, donde la ciudad empieza a olvidarse de sí misma y la naturaleza retoma, con timidez, su protagonismo, se extiende el barrio San Nicolás. Allí, en su primera etapa, donde el terreno se pliega en suaves ondulaciones y la vegetación parece querer abrazarlo todo, se implantó esta vivienda. Pero no lo hizo como quien irrumpe, sino como quien escucha. Fue una decisión de respeto, casi de humildad, la que marcó el punto de partida del proyecto: la casa no se levanta sobre el paisaje, se posa dentro de él.

Desde el inicio, la arquitectura eligió ceder. La implantación se retiró hacia el fondo del terreno, como quien busca la perspectiva justa antes de hablar. Esta ubicación privilegiada permitió orientar todos los espacios principales hacia el valle, capturando la luz generosa del noroeste y protegiéndose, con astucia topográfica, de los vientos del este y del sur. Se generó así un microclima natural, cálido, sereno, que potencia la experiencia del habitar y ensambla la casa con la vida del entorno.

Pero la operación más sutil y poderosa no fue únicamente la de orientación. Fue la de lectura. Los arquitectos leyeron el sitio como se lee un poema: con atención a las pausas, a los silencios, a la cadencia de cada plano. Y así, la casa no solo se diseñó para estar en el lugar, sino para formar parte de él. Cada decisión —desde el volumen hasta el detalle constructivo— respondió a esa voluntad de integración inteligente y sensible.

La superficie total construida alcanza los 580 metros cuadrados, pero el dato numérico poco dice si no se comprende el modo en que ese espacio fue distribuido. Cinco dormitorios, un estar íntimo que puede transformarse en escritorio, un estar social más expansivo, una cocina integrada y áreas de servicio componen el programa funcional. Sin embargo, el valor del proyecto no está en la enumeración de funciones, sino en la manera en que estas se vinculan entre sí, en la fluidez con que el habitar cotidiano se despliega.

La casa fue concebida como una estructura flexible, donde las transiciones entre lo privado y lo compartido no obedecen a particiones rígidas, sino a una lógica de uso, de momentos, de atmósferas. Se buscó deliberadamente generar espacios que permitieran una vida social activa, encuentros con amigos y familiares, sin que eso interfiriera en la intimidad necesaria de cada miembro del hogar. Esta dualidad —lo abierto y lo reservado— fue resuelta con sutileza mediante recorridos, desniveles, cambios de textura y aperturas estratégicas.

La cocina, lejos de ser un espacio secundario o aislado, fue pensada como el núcleo afectivo de la casa. La solicitud del cliente fue precisa: la cocina debía ser el centro. Y la arquitectura respondió con generosidad, integrándola al living-comedor y a la galería exterior, en una secuencia continua que diluye los límites entre interior y exterior. Esta articulación espacial transforma la cocina en escenario principal del día a día, y rompe con el viejo esquema que la relegaba a lo doméstico y oculto. Aquí, se cocina a la vista, con el paisaje como telón de fondo y la familia como espectadora activa.

Desde el punto de vista conceptual y técnico, el proyecto incorporó criterios bioclimáticos como premisa inicial, no como agregado posterior. El alero corrido en la fachada —más que un gesto estético— regula la incidencia solar con precisión. Durante los meses cálidos, protege y genera sombra, mientras que en invierno permite el ingreso profundo de la luz, calentando los interiores de forma natural. Los elementos verticales de control solar, cuidadosamente dispuestos, refuerzan este sistema pasivo, funcionando como filtros que modulan la relación con el exterior sin clausurarla.

Formalmente, la casa se construye a partir de un diálogo de contrastes. La planta baja, revestida en piedra, se presenta como un basamento firme, anclado al terreno, casi geológico. Encima, la planta alta se posa con mayor liviandad, como si flotara. Esta operación refuerza la jerarquía de los materiales y otorga a la casa una lectura visual clara: lo pétreo sostiene, lo liviano se posa. El plano vertical de piedra que articula ambos niveles adquiere protagonismo y carga simbólica; es muro y es columna, es espina dorsal y es gesto expresivo.

La materialidad del conjunto fue elegida con rigor y sensibilidad. Se trabajó con una paleta austera, coherente, donde prevalecen los materiales nobles: piedra natural, madera tratada, revoques textura dos. Nada es ostentoso, todo busca la armonía con el paisaje y con la vida que se proyecta en él. La casa no pretende destacar con estridencia, sino con carácter. Se diferencia de las construcciones vecinas porque no intenta imitarlas ni competir. Simplemente es. Se afirma con identidad propia, pero sin alardes.

En definitiva, esta vivienda no es una suma de metros, ni un catálogo de soluciones. Es una respuesta. A un lugar, a un modo de vivir, a un deseo familiar que puso la cocina en el centro del mundo y pidió, sin decirlo, una casa que respirara con el clima, que abrazara el paisaje y que pudiera ser vivida con la naturalidad de lo que no necesita ser explicado.

Una casa que, como las mejores obras de arquitectura, se entiende primero con los ojos, después con el cuerpo, y finalmente con el tiempo.

Fotografía Nico di Trápani

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