Una confidencia susurrada al paisaje. Casa Beluga de AV Group y Grupo Pla

En el corazón de José Ignacio —ese paraje donde el viento salado trae recuerdos que uno nunca vivió—, se alza Casa Beluga, no como una conquista, sino como una confidencia susurrada al paisaje. No hay estridencias en su llegada, no hay fanfarrias de hormigón ni desafíos a la naturaleza. Lo que hay es respeto. Una estrategia de ocupación discreta, casi tímida, que se acomoda al terreno como lo haría un cuerpo cansado en una hamaca al atardecer. Esta obra, construida por GRUPO PLA, desde la primera mirada, descubre su voluntad de pertenencia. El trabajo conjunto con Juan y Gastón ha permitido cimentar una relación personal basada en la feliz tarea de aprender y crecer juntos en ese aprendizaje. Grupo Pla despliega sus intervenciones en rutinas de comunión, esto es de involucramiento pleno en los proyectos.  La casa no impone: se insinúa. Los volúmenes se disponen con una precisión que no responde al capricho sino a la meditación. Hay un juego sutil de orientaciones, un modo de darle la espalda al mundo —a su ruido, a su vértigo— para abrirse solo al océano, al Atlántico inmenso que murmura al fondo como una voz materna. Allí, donde la vista se funde con el horizonte, la arquitectura se vuelve tenue, como si quisiera disolverse, como si su mayor ambición fuera volverse paisaje. La distribución del proyecto es una coreografía silenciosa. Un nivel se posa sobre otro, y bajo ambos, un subsuelo se deja tragar por la pendiente natural para esconder discretamente el estacionamiento, sin alardes ni cicatrices. La planta baja es un continuo de encuentros: el espacio social, el ámbito de servicio, las habitaciones para los huéspedes… todo fluye con una gracia que parece heredada del entorno. Afuera, decks, piscina, fogón y parrillero no son anexos, son extensiones del alma doméstica, formas de vivir el aire, el sol y el mar como parte de una misma 68 oración. Los patios, con sus olivos centenarios —testigos de otras eras, otras casas, quizás otros amores—, filtran la luz como se filtran los recuerdos: con ternura. Esa luz entra y modela los interiores, les da un ritmo propio, una respiración. En la planta alta, más recogida, más íntima, tres suites se asoman al paisaje como quien espía el mundo con asombro. Las aberturas, pensadas con inteligencia y poesía, establecen un diálogo continuo con el mar. Las terrazas, prolongaciones naturales del espacio interior, son lugares para pensar, para demorarse, para escuchar el silencio. La materialidad de la casa no es una elección técnica, sino un gesto de sensibilidad. Hormigón con textura pulida, madera sin afeites, cristales que no reflejan sino que enmarcan. Todo habla de una voluntad de autenticidad, de despojo elegante. Aleros profundos, galerías y espacios intermedios no son meros recursos: son respiraderos entre la arquitectura y el paisaje, umbrales entre la vida interior y el afuera perpetuo. Casa Beluga no busca protagonismo. No se exhibe. Quiere ser lo que el buen huésped es para el anfitrión: respetuosa, silenciosa, presente sin imponerse. Su forma no interrumpe el canto del viento ni la coreografía de las dunas. La vivienda se entrega al sitio como un ritual íntimo, como una carta de amor escrita en voz baja al lugar. Y así se vive: como un refugio sereno, donde el océano no solo se mira, sino que se escucha y se siente, definiendo —más allá del diseño— la verdadera experiencia de habitar.

Autor Arquitecto Juan Valiente

Constructora Grupo Pla

Fotografía Federico Racchi

Ads

Lecturas recomendadas

B53A7317 copy
Leer más
Summum Alta-17
Leer más
CCCC Alta-14
Leer más