En una esquina elevada de Montevideo, la vivienda personal del arquitecto Julio Vilamajó se yergue como una torre silenciosa que, casi un siglo después de su construcción, sigue dialogando con la ciudad, el tiempo y quienes la recorren. Diseñada en 1929 cuando Vilamajó tenía apenas 35 años, la casa se convirtió en su manifiesto vital: una obra total donde cada nivel, material y abertura responde a una visión íntima de la arquitectura como experiencia sensible.
Los retiros reglamentarios del terreno obligaron a comprimir el programa en un volumen compacto de 8,8 x 6,5 metros. Esa restricción se transformó en potencia: Vilamajó diseñó una torre doméstica de cinco niveles que articula espacios interiores y plataformas exteriores en un juego continuo de luz, sombra, movimiento y silencio. La casa se recorre como una secuencia, como un guion espacial donde cada desplazamiento vertical implica una transformación emocional y sensorial.
Desde el acceso pétreo hasta el estudio que corona la azotea, la vivienda despliega una narrativa ascendente: del subsuelo a la terraza, de la penumbra a la luz, de lo terrenal a lo contemplativo. A lo largo del recorrido, cada ambiente adquiere identidad propia—material, formal y funcional—pero todos se vinculan a través del signo persistente de la escalera, flotante y escultórica, que organiza la circulación con un ritmo casi cinematográfico.
El interior revela más de lo que la fachada permite anticipar. Una trama de pequeños cuartos de esfera cerámicos, como proas de barcos detenidos en la superficie del muro, proyectan sombras que mutan con el sol. Una cabeza de medusa en el acceso anticipa el universo simbólico y artístico que habita dentro.
Más allá de su carácter doméstico, la casa fue también un espacio de enseñanza. Julio Vilamajó—arquitecto y docente—imprimió en cada rincón una lección de composición, escala, proporción y sentido. Su espíritu humanista, abierto a múltiples fuentes, va del clasicismo a la modernidad, de los pueblos moros al racionalismo, sin desdeñar ni idealizar. En su casa conviven el arte de vivir y el arte de proyectar.
Tras un meticuloso proceso de restauración, la Casa Vilamajó puede ser visitada. El mobiliario original, las texturas, los sonidos, los recorridos… todo ha sido recuperado con fidelidad y respeto, devolviendo al espacio su atmósfera original. Es posible sentarse frente a la mítica mesa del comedor, oír el agua del patio elevado y entender, desde la experiencia directa, el pensamiento arquitectónico de uno de los grandes maestros del siglo XX en Uruguay.
Vilamajó falleció el 2 de abril de 1948, a los 53 años. Pero su casa sigue viva: como obra, como legado y como espacio de inspiración para quienes entienden que la arquitectura puede, también, contar historias.














Archivo Ayd – IH-FADU Udelar.