Vínculos y conexiones. Marcelo Legrand

No necesita hablar, tal vez por eso en la conversación con él los silencios dominan y generan tensión. Sana tensión. Mastica las palabras, palabras que suele corregir de inmediato, que no es lo mismo cualquiera para decir lo que siente y piensa. Su mirada clara y profunda opera como un escáner y no tiene solución de continuidad. Escudriña su interlocutor y también el entorno. Solo permanece quieto cuando alcanza comodidad, lo que no resulta fácil. Su taller, su mundo, es un caos perfectamente ordenado, poblado por telas tensadas de gran formato, intervenidas en distintos grados, que suele trasladar en procura de espacio. Sucede que trabaja en varias obras a la vez y, pese al gran tamaño de su taller, este le queda chico. Marcelo Legrand es un hombre desmesurado.

“Esta casa está ubicada en el predio de la vieja quinta de mi familia paterna. A los veintidós años me instalé aquí, que entonces era como vivir en la selva. Debí inventarme todo… y funcionó. Hoy no puedo imaginar otro lugar en el mundo, aun cuando me queda chico y vivo peleado con el espacio…”

La casa taller está rodeada de vegetación, vestigios de la quinta original. Aquí y allá aparecen espacios que provocan permanecer, descansar, conversar o permanecer en soledad, como imaginamos hace Marcelo Legrand. No se trata de un parque cuidado, sino de naturaleza en estado puro. Tres canes acompañan y juegan a que cuidan. Marcelo Legrand es un hombre ensimismado.

Todos somos una síntesis de nuestra historia. Vivencias, influencias, todo está en nosotros en todo momento. Signándonos, condicionándonos. La familia Legrand tiene un fortísimo arraigo en la historia social y cultural de Uruguay. Su abuelo, Enrique Legrand (1901-1986) fue un extraordinario naturalista, escritor y botánico de gran prestigio en el mundo de su época. Por su madre desciende de Oribe y su padre, Diego Legrand, fue un gran compositor y músico. Hasta allí el escenario familiar, donde sin dudas todo transpiraba cultura. Hasta los cuatro años fue sordo y mudo. Luego de una operación de ramificaciones en el oído comenzó por escuchar y luego llegó la palabra. Entre lo mucho que tenían para decir sus padres y abuelos y aquella temprana dificultad, Marcelo creció sin mayor necesidad de expresarse oralmente. De hecho, los dedos de su mano operaron desde la infancia como cuerdas vocales y sus manos, como cajas de resonancia, para que su voz se expresara. Marcelo Legrand es un hombre vital.

“No soy muy conversador. Generalmente, cuando no se trata de arte, me cuesta mucho entablar conversaciones con la gente. La política no me interesa, soy de Nacional, pero tampoco fanático. No es un problema de paciencia, sino de tiempo. Vivo muy intensamente lo que hago y entonces, como el proceso de selección natural, escojo cuándo y de qué converso. Y con quién.”

La formación de Marcelo Legrand comienza en el año 1977 en el Círculo de Bellas Artes, con el maestro Héctor Sgarbi. Su primera etapa se define por el trabajo con grafito sobre papel.

Soutine. Una revista europea con imágenes de Soutine me volvió loco. La encontré en casa y recuerdo que salí a comprar lápices y a desmembrar cuadernos para utilizar las tapas de cartón como lienzo y comencé a dibujar.”

Tempranamente destaca y obtiene premios y una invitación muy especial para trasladarse hacia el Studio Camnitzer en la Toscana, Italia. Para los años noventa es invitado a exponer en el Museo de Arte Contemporáneo de Caracas (Sofía Imbert) y se radica en Venezuela durante tres años. Allí se traslada con su esposa, nace su hija y descubre todo un mundo signado por el color y la vitalidad. Instalado en Mérida, trabajó en una agencia de publicidad y luego como conductor en una de las clásicas camionetas de Venezuela, trasladando obreros. En esos años, últimos del esplendor cultural venezolano, pudo acceder a importantes exposiciones de arte y comenzar a explorar el fascinante mundo de los vínculos y asociaciones que ya había desatado Sgarbi. La vida diaria le permite interactuar con el ecosistema y descubre las vicisitudes del equilibrio natural. En esos años conoce a José Luis Cuevas, el gran pintor mexicano que le abre las puertas del mercado de su país, donde expuso con singular éxito.

La crisis política venezolana, con el primer intento de golpe de estado de Chávez, le advirtió acerca del tiempo y la necesidad de regresar a casa. Los viajes han sido, desde entonces, una constante. Europa, Estados Unidos, pero Montevideo y esta casa quinta en Brazo Oriental son, definitivamente, su lugar en el mundo.

De su experiencia en el norte quedan muchas cosas. El funcionamiento del ecosistema, la naturaleza cruda. Y el color. De regreso retoma el color y desarrolla e investiga técnicas que le permiten acceder a él en términos precisos y predeterminados. Utiliza el calor, el agua y las tintas chinas. Pinta sobre papel vegetal.

Ya en Montevideo, su necesidad expresiva demanda mayores tamaños y comienza a trabajar en formatos grandes, sin abandonar los papeles vegetales. Marcelo Legrand es un hombre reflexivo.

 

Los vínculos, las conexiones

“Otra influencia clara, que recuerdo y valoro mucho, es la que recibí de Américo Spósito, con quien solía mantener largas charlas. Me visitaba en el taller, observaba mi obra. Américo sostenía que todo se conecta y que de esa conexión surgen vínculos que aligeran tensiones, desequilibran planos, alteran situaciones…”

 

El proceso creativo de Marcelo Legrand es singular:

“…comienzo manchando la tela. Y no es lo más importante, de hecho muchas veces invito a colegas o amigos íntimos a que manchen mis telas. Una vez que los colores y sus caprichosas formas secan, comienzo a trabajar en ellas. Es cómo investigarlas, limpiarlas, sacar de ellas todo lo que tienen guardado. El lienzo, de golpe, es una cuadrícula, y en cada sector descubro manchas que a su vez se descubren ante mí, ofreciéndome situaciones que debo buscar, limpiar, rescatar. Y cada una de ellas altera al conjunto, con lo cual trabajo en los vínculos entre ellas, generando los puentes a partir de los cuales la obra se va construyendo. Me demanda mucha concentración y un notable esfuerzo. Por esa razón suelo trabajar en más de una a la vez. Investigo y trabajo en un sector de una obra, luego me retiro y voy hacia otra obra. Lo mismo. Cuando regreso a la anterior, descubro otras situaciones, verifico equilibrios, analizo tensiones. Reviso los vínculos logrados y aparecen los por lograr.”

Mientras conversamos, me señala la obra sobre la cual está trabajando. De golpe me pide ayuda para trasladarla. Detrás aparece otra en tono bajo y muy trabajada. “En esta obra llevo ya catorce años de trabajo, pero creo que ya estoy llegando”, me dice. Su mirada se pierde en detalles y con la mano recorre el plano y señala los efectos de la más reciente intervención en el sector opuesto.

En cada obra emprende un vuelo sin plan de vuelo. Las capciosas manchas iniciales lo van guiando. La concentración es tal que puede pasar horas, días, trabajando en aquello que ha encontrado en esta mancha. O en aquella, que luego de intervenir la primera quedó más rica o más pobre, con más o con menos para aportar. Y en cada mancha que limpia, corroe o acentúa, aparecen datos recopilados en sus viajes o en las rutinas diarias de la semana. O la infancia. Aparece el color de determinada planta y entonces la textura también parece posible. Debe buscarla y agotarse hasta descubrirla. El proceso lo guía y así, como un antropólogo, Marcelo Legrand se dedica a descubrir y poner en valor.

Las manchas guardan secretos que lo convocan y, como una mina, comienzan a entregarle vitalidad y latidos que se convierten en las piezas fundamentales para su construcción. La lectura es fundamental y la intervención de Legrand es estudiada con cuidado, luego el oficio lo lleva, pero no se trata de cualquier cosa o de cualquier mancha. Es esta. Y de esta manera. Y aquí.

 

“A veces creo que ese mundo de conexiones en las que trabajo se las debo, en buena medida, a Spósito. No se trata de lo que me regala la naturaleza, sino de la pureza de lo que logro que irremediablemente me llevará hacia la naturaleza…”

Todo tiene que ver con todo. Y así lo subraya Marcelo Legrand.

“Mi obra puede vincularse con la fenomenología, con lo orgánico. En el campo, en las quintas, en las huertas, los jardines, las plantas se potencian unas a otras compartiendo un sistema en el que todos contribuyen para un fin, que es producir lo mejor posible. Cuando pinto estoy conectado con esa realidad, con ese mundo. Y como en el Tai Chi, cualquier movimiento tiene un propósito y tiende a hacerlo todo con el menor esfuerzo posible, que fluya naturalmente. La expresividad está en el color y el trazo que envuelve y proyecta.”

Marcelo Legrand es uno de los grandes autores de la plástica nacional.

Fotografías Marcelo Legrand

Retratos José Pampín

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