El balance perfecto. Gabriela Pallares en Montevideo

Por Sofía Hughes

 

Por distintas razones, a veces los profesionales deciden trabajar desde casa, pero esto no implica que no haya un espacio pensado en función tanto del hogar como de la profesión.

Gabriela Pallares, una reconocida arquitecta y diseñadora de interiores, se destaca por haber ganado gran número de proyectos y licitaciones, es integrante activa del Conglomerado de Diseño de Uruguay y además forma parte de la directiva de Addip (Asociación de Diseñadores Interioristas del Uruguay). En el año 2002, tras varios sucesos, entre ellos el comienzo de actividades en el exterior, decidió buscar una manera más eficiente de trabajar y descubrió las virtudes de compartir el espacio de vivienda con el lugar de trabajo. Desde aquel entonces, su nueva dinámica abre las puertas del estudio a su marido, dibujantes, socios de distintos proyectos, proveedores y clientes.

La idea de fusionar ambos espacios ya estaba desarrollada, pero para ello, debían encontrar un lugar que se adaptara a sus ideales. La búsqueda no fue fácil, tras varias visitas a distintas propiedades, fueron a dar a un lugar que mostró potencial, los atrapó y ahí comenzó la aventura. El concepto fue simple y claro, armar un ambiente moderno pero cálido; que no pareciera 100% casa, pero tampoco 100% un estudio. La idea original fue mantener la luminosidad, que todo lo que estuviera allí tuviera un porqué, una razón de ser, una explicación funcional o emocional. El resultado final asombra a todos sus expectantes, no solo por la particularidad de sus techos altos o la amplitud de sus espacios, sino también porque su diseño no es similar a lo que solemos ver, como nos explicaba Pallares, “es producto de las infinitas posibilidades que da este tipo de construcciones, que tienen 80 años pero siguen vigentes reformulándose y mutando”.

La disposición de los ambientes y el mobiliario podrían caracterizarse por ser bastante usuales. Al ingresar a la vivienda se sitúa el espacio del estudio, con una gran mesa de trabajo y un pequeño living con bibilioteca en donde uno puede disfrutar de una charla entre colegas o clientes y hasta distenderse durante la jornada de trabajo. A continuación, un pequeño hall que alberga una característica escalera caracol rodeada de recuerdos de viajes y una scooter que pertenece al marido de Pallares. Luego del hall se accede a la zona social más privada de la vivienda, conformada por una sala de estar y cocina integrada, con acceso a un patio trasero. Los dormitorios están ubicados en la planta alta de la vivienda, lo que les concede la privacidad que ameritan.

Uno de los grandes recursos que alude a la originalidad de este espacio es la influencia del arte en sus distintos formatos. Principalmente, su presencia apunta a la creatividad de la profesión, pero su manifestación no se da simplemente colgada en las paredes, sino que también en la figura de la música, la tecnología, la gastronomía y la inspiración proveniente del arte de viajar.

A lo largo de toda la vivienda podemos encontrar distintas réplicas de autos y motos en diferentes escalas que esbozan la pasión mecánica del marido de Pallares. A su vez, la otra rama artística que se manifiesta con mayor intensidad es la fotografía, particularmente de edificios u obras arquitectónicas. Este “vicio”, como así lo llama la arquitecta, fue una pequeña manía que Pallares adoptó en el viaje de Arquitectura y lleva consigo desde entonces.

Un característico cuadro del artista Gastón Izaguirre apoya la creatividad a la hora de trabajar. Biblioteca diseñada a medida, que aloja distintas colecciones de revistas y libros de arquitectura. Sobre el sofá, fotos originales de la arquitecta Pallares, una de sus grandes pasiones además de su profesión.

Esta distinguida obra pertenece al trabajo de un querido amigo de la familia, Gerardo Bugarin. Rodeándola se encuentran trabajos de Diego Velazco, Santiago Epstein, María José Fort y Finkelstein. Cada uno de estos artistas inspira profundamente a la arquitecta y su presencia potencia la creatividad a la hora de trabajar. El caminero es una herencia familiar que por su longitud (8 m) fue migrando de casa en casa, a veces empacado, porque no tenía un lugar merecido donde pudiese lucirse.

Rendida allí como parte del resto de la decoración, la moto Zanella pertenece al marido de Pallares. No siempre es el mismo modelo el que reposa en este rincón, pero sí la presencia de alguna moto que va variando entre distintos modelos que lo acompañan en salidas del fin de semana. En el dormitorio de la hija de la pareja, que tiene 14 años, encontramos un diseño despojado pero con personalidad, en el que se destaca la composición de distintas tapas de comics que aportan un aspecto lúdico al dormitorio y contrastan con la pared de color neutro y sobrio.

La presencia del arte en versión de cuadro se puede apreciar a lo largo de toda la propiedad. En la sala de estar y en la cocina, podemos destacar obras de Olga Armand Ugon y Gastón Izaguirre, junto a otras piezas con mayor valor afectivo realizadas por la abuela de Pallares. También se ven afiches de viajes de Javier Mariscal, sobre Moroso y el Atolón de Mororoa.

Entre los bananeros se ubica una obra de Olga Armand Ugon, una amiga de la familia que pinta mayormente arte abstracto. Debajo de la misma, una joyita del viaje de Arquitectura: en su último día de viaje, Pallares se encontró con el arquitecto Michael Graves en Nueva York, que estaba firmando un libro de ilustraciones para niños. La arquitecta y sus compañeros ignoraron la obvia desentonación en esa fila para niños y aguardaron su turno para conocer al arquitecto. Al llegar su turno, Graves sacó un lápiz mecánico y les dibujó un paisaje con una dedicatoria que hoy forma parte de su colección personal de arte.

 

Fotos: José Pampín

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