El Edificio Tiburón II es un emblema del skyline de Punta del Este, una obra que condensa el lujo y la modernidad con la impronta de un ícono costero. Diseñado por el arquitecto argentino Mario Roberto Álvarez en colaboración con Raúl Sichero Bouret y finalizado en 1998, se ha consolidado como una referencia en arquitectura de alta gama en la Playa Brava. Sin embargo, su penthouse, abandonado por años, había quedado atrapado en el tiempo, carente del esplendor que define a la torre. Fue entonces cuando el arquitecto Javier Gentile asumió el desafío de devolverle vida y sofisticación, transformándolo en una obra maestra del diseño contemporáneo.
La intervención no fue solo una restauración, sino una reinterpretación de los espacios en diálogo con la propuesta original. Con 350 metros cuadrados cubiertos y 200 metros de terrazas perimetrales, el penthouse ofrecía un potencial inigualable. La primera decisión fue recuperar la estructura sin traicionar su esencia: los pisos fueron levantados para instalar losa radiante por agua, una mejora funcional imperceptible a la vista, pero fundamental en términos de confort. La instalación eléctrica se replanteó por completo para adaptarse a las exigencias tecnológicas actuales, sin interferir con la pureza del diseño.
El trabajo sobre los baños es un ejemplo del respeto por la estética original combinado con un enfoque contemporáneo. Gentile optó por mármoles estatutarios, replicando el lenguaje material inicial, pero con un tratamiento que potencia la luminosidad y textura del espacio. En las terrazas, la decisión de instalar decks de madera no solo aportó calidez, sino que reforzó la conexión visual con el horizonte marítimo, evocando la cubierta de un yate suspendido sobre el océano.
El rediseño interior estuvo guiado por una premisa clara: dotar al espacio de carácter sin restarle amplitud ni transparencia. El equipamiento seleccionado es completamente de autor, con piezas que establecen un diálogo entre la funcionalidad y el arte. Los propietarios, coleccionistas apasionados, han integrado su acervo artístico dentro del esquema espacial, convirtiendo cada ambiente en una galería de experiencias estéticas.
El jardín de invierno, reconfigurado para ampliar y dar vida al living, es un testimonio de cómo la arquitectura puede ser un organismo en constante evolución. Gentile entendió que la intervención no debía imponerse sobre la estructura, sino enriquecerla, potenciando su esencia sin caer en lo superfluo. El resultado es un penthouse que no solo recupera su esplendor, sino que redefine el concepto de lujo en altura, donde el diseño se convierte en una experiencia inmersiva, en armonía con la costa y el horizonte.
Fotografías Nico di Trápani